Ensayo sobre sexo


El estímulo desaforado al aborto y la eutanasia, la invitación al homosexualismo, la disforia de género provocada desde la edad más temprana como un juego...

¿Por qué un hombre de setenta años repara en cada chica núbil y atractiva que pasa, imaginando que ella se enamora de él, se aviene a formar una pareja y acaban engendrando hijos? ¿Por qué ocurre?  No es juicioso, ni racional, ni factible, ni realista. Tampoco responsable, llevado a cabo. Pero sí es natural. Lo es porque responde a una programación biológica, genética e instintiva, a un mecanismo supraindividual, a un diseño dado. Automatismo que va más allá de la cultura, la educación o la rijosidad del viejo, que se sabe soldado aun sin haber regimiento. En todo absurdo impulso de conquista late un engendramiento virtual. Por ello la ecuación entre juventud y vejez, aplicada a los dos sexos, es un quiasmo y no un paralelismo.

Análogamente, una mujer joven se interesa, sin implicar ello cálculo reprobable, por un macho saludable, atlético y epigámicamente recio que, establecido el vínculo, la requiera carnalmente a menudo, secretando con devoción, en respuesta a la vislumbre de eternidad que ella le concede, chorros de viscosidad fogosa. Favorece que le facilite hijos sanos, robustos y hermosos. Espera que ese varón albergue una dosis tangible de poder y coraje, disponibilidad para la violencia ante los extraños y territorialidad, sugiriendo capacidad de defenderla a ella y a la hipotética prole de cuantos peligros y contratiempos se presenten. Exigirá, en fin, que este hombre no sea un gorrón, acreditando solvencia material y vocación de proveer a los suyos de lo necesario.

De modo semejante, un hombre ordinario pretende una mujer con glúteos de redonda firmeza, que auguren un asiento sugestivo para su semilla. Valora que posea un pecho erguido, emblema de lactancia abundosa, tanto como un cuerpo grande y fuerte, apto para el trabajo físico sin melindres, así como ayudar o sustituir al hombre a la hora de defender a la familia de un ataque. Por añadidura, estima un rostro agradable y una silueta bella, que garanticen continuidad en el placer, la admiración y la alegría a la contraparte viril. Que no serán sino las herramientas que transporten a ambos al estremecimiento conjunto. A una trascendencia corporal, basada en la fisicidad del espíritu. Porque el alma, pneuma de los estoicos, respira. Con frecuencia, mediante actos reflejos.

Shakespeare
Shakespeare

Lo descrito hasta aquí podrá parecer procaz, sexista y, sobre todo, incompatible con la agobiante retahíla de tabúes y supersticiones que la doxa, la legalidad, la educación, la propaganda, el gobierno y la ignorancia inyectan hoy a la gente. La ceguera voluntaria es libre, aunque no le saldrá gratis a nuestra condición. Pues el sexo de toda la vida de Dios ha persistido como entidad incontrovertible durante el decurso del género humano, amén de que se localicen obvios paralelismos en el reino animal. ¿Participan con nosotros de esa misma gloria fisiológica? El monstruo de dos espaldas, en palabras de Shakespeare, nos ha hecho lo que somos. Lo menos que podemos hacer es tenerle respeto. Escuchar a Irene Montero recitar, desde su penuria escolar, el enfermo catecismo de Davos resulta tan ilustrativo como rememorar a su antigua compañera Rita Maestre quitándose el sujetador para sabotear una misa. No basta ser soez para profanar lo sagrado. Aunque el ominoso “¡arderéis como en el 36!” de la señorita no deja de ser una forma de terrorismo simbólico, una suerte de ISIS para gamberros emergentes.

Berrea en Cazorla
Berrea en Cazorla

Tal vez la previsible implantación de unas industrializadas granjas humanas, con vistas a la fabricación de individuos al margen de la procreación –mediante tecnologías que ya se avistan, incluyendo la oportunidad de introducir mutaciones ad hoc que satisfagan a la jefatura científica y política—aconseje, llegado el momento, despojar a los flamantes humanoides de su libídine ancestral. Es perceptible que en breve ésta habrá perdido su función primordial de asegurar la propagación de la especie. Una finalidad tan relevante y que justificó deleites sublimes y entrañablemente subyugantes, de la lírica provenzal al amour fou, de la berrea de los ciervos en Cazorla al cortejo de las aves del paraíso en Papúa-Nueva Guinea. Pero un progresista, que confunde la sumisión neuronal con el hedonismo, y renueva cada mañana su adanismo de alcornoque, no se pregunta por qué existen las primaveras, los plumajes multicolores y el bullir de la sangre. Ni alcanza a comprender que Eros y Tánatos constituyen polos aunados, como el añorar del anciano y el gorjeo del infante.

Ave del paraiso

Sea como fuere, está en marcha un esfuerzo concertado. El estímulo desaforado al aborto y la eutanasia, la invitación al homosexualismo, la disforia de género provocada desde la edad más temprana como un juego divertido, los embates iracundos contra la familia nuclear, los feroces feminismos lanzados a castrar la masculinidad o esas asimétricas leyes de divorcio, consistentes a arrojar al hombre a un estado de humillación y esclavitud que le aboque a detestar con saña a las mujeres, son teselas de un mosaico, ingredientes de una olla podrida. Podría argüirse que esta acción coordinada por parte de las élites mundialistas y sus sicarios marxistas obedece a impías consideraciones demográficas, al plan de reducir la población del planeta para repartir, entre menos, unos recursos tasados. Era un delirio en tiempos de Malthus y lo es en el presente. Otrosí supone el pretexto, el engañabobos del que se valen financieros, comunistas y trápalas para aumentar su dominio sobre unos rebaños de escasas luces, ávidos de que los pastoreen.

Oriana Fallaci
Oriana Fallaci

Cabría apuntar que evidencias como la ausencia de medidas sensatas relativas a la natalidad en países superpoblados del Tercer Mundo, así como la islamización arrolladora de Europa, brillantemente descrita antes de morir por Oriana Fallaci y más contemporáneamente por Michel Houellebecq, lo que planean es alentar luchas étnicas que añadan, al desatar conflictividad, su granito de arena a la reducción poblacional. Empero, quizás haya más tela que cortar. Siendo innegable que este abanico de medidas hostiles a la vida sirve para eliminar seres humanos y descristianizar Occidente –contando además con su complicidad cretina—acaso exista otra ambición mayor, que sería la de erradicar la procreación según la venimos conociendo desde hace dos millones y medio de años. ¿Encajan ahora el adanismo progresista, la distopía transhumanista, la inquina al saber histórico, las tecnologías al albur de aventureros que juegan a ser Dios y la fétida moral sexual que nos endilgan?

El auge y la sofisticación que ha cobrado actualmente la pornografía tampoco es casual. Su meta es multiplicar las prácticas masturbatorias, tal vez con la misma astucia aviesa que llevó a Onán a su desperdicio y fulminante castigo como se refiere en Génesis 38: 9-10. Entonces como ahora era una técnica más para impedir esa fecundación que, en la naturaleza, es corolario de la atracción venérea. Igual que Ahmed Ben Bella, a la sazón presidente de Argelia, anunció ante la ONU en 1966 que “conquistaremos Europa con el vientre de nuestras mujeres”, los que nos inundan de pornografía es claro que buscan lo contrario: hombres disminuidos, solitarios, amargados, sin esposa, vaciándose ante la pantalla. Más barato que el aborto, más sencillo que el divorcio belicoso, menos drástico que la eutanasia. E igual de efectivo para nuestra extinción. Que se multipliquen otros. ¿Querrá la sociedad burguesa, liberal y democrática morir, como aquella sibila de Cumas, reseca hasta parecer una cigarra y colgada dentro de una botella, tal cuentan Ovidio y Petronio? ¿Por eso opta por regalarle la lozanía y el renacer a sus rivales?

Publio Ovidio Nason
Publio Ovidio Nasón

El feminismo actual, desde hace más de un siglo en manos del resentimiento de izquierdas, es un paradójico aliado del fundamentalismo musulmán. Comparten su odio al mismo enemigo. Lo que no captan estas ménades es que el Libro de Ester, deuterocanónico para el catolicismo, excluido por los protestantes y esencial para los judíos, que conmemoran la hazaña de esta inmensa mujer en la fiesta de Purim, es un homenaje a su preponderancia política, con base innata en el erotismo, que le permite salvar a su pueblo sin dejar de cautivar al rey Asuero (a quien se identifica con Jerjes I) y demostrar la bendición del matrimonio. De ahí que el judaísmo, en especial el ortodoxo, celebre y encauce con inteligencia el tesoro inagotable del enardecimiento genesíaco, animando a que los jóvenes se casen cuanto antes y practiquen en el tálamo la felicidad.

Ester y Asuero
Ester y Asuero

Volviendo a la pornografía. El goce de la cópula orgánicamente productiva se cifra en la intensificación del deseo. Si la lujuria se maltrata o se patologiza –como en el caso del libertinismo, y basta leer los 120 días de Sodoma del Marqués de Sade para entenderlo–, el erotómano cae irremisiblemente en la impotencia. El citado compendio de elaboradas perversiones ha renunciado casi por entero a la genitalidad, y por descontado a la heterosexualidad, dedicándose el grueso del volumen a las exorbitancias sodomíticas, la crueldad ejercida sobre otros y el festín de la coprofagia, según reflejó Pier Paolo Pasolini en su extravagante y edulcorada versión cinematográfica. Dicha patologización malsana consigue así matar dos pájaros de un tiro: destruir la belleza de la sensualidad y tornar inviable el amor, la germinación compartida entre hombre y mujer.