España tórrida


¿No basta ya de escarnio a España, a su cultura, lengua, espiritualidad y méritos, por parte de ese ubicuo orfeón de detractores?

Jaroslav Seifert
Baden-Baden

Ahora que ha irrumpido la canícula, los venturosos trasladan sus campamentos temporales a la costa, la montaña o el sosiego rural. Empero, cabe montarse un Baden-Baden sin salir de casa, con libros, hielo, ataraxia y un ventilador. El objetivo será idéntico: restaurar cuerpo y espíritu, prestar oído al interior y encauzar la próxima temporada, porque vivir es disponerse a renacer con prioridades recreadas. Con esa excusa, tal vez proceda de oficio aislar lo pernicioso y propiciar la salud. Porque sin reflexión analítica, sin una mirada esperanzada sobre la belleza del mundo, que diría Jaroslav Seifert, Premio Nobel de Literatura en 1984, al titular su libro de memorias, no hay antesala de acción sana. En ese contexto, no es ilegítima la insurrección ante cuanto descalabra y ensucia, para alumbrar una protesta edificante. Bajo cualquier clima alivia ensanchar el radio de interés del ombligo al espacio circundante; preguntarse qué pinta mal en la nación y pide que se arrime el hombro. No menos que acrecentar la confianza en las personas de buena voluntad y tornarse participativo, cual individuo libre del tiempo de Pericles.

Jaroslav Seifert

Por ejemplo, ¿no basta ya de escarnio a España, a su cultura, lengua, espiritualidad y méritos, por parte de ese ubicuo orfeón de detractores? Serían sus proezas una anécdota, un borborigmo friqui, si dichos voceros no copasen los palcos del teatro, vestidos de bautizo y cobrando pastizales por remedar a los comensales en la Viridiana de Buñuel. El progresismo se ha autocoronado como amo del país, con licencia para rescribir la historia, montar espectáculo en las Cortes y segregar hiel en la SER. ¿Su especialidad? Apelar a la discordia, el rencor, la lucha de clases, la guerra civil, el conflicto: entre sexos, generaciones, territorios, tendencias sexuales, sistemas de creencias. Con sumo regodeo colonizan lo sano, ufanos ante el florilegio de virtudes que manchar y profanar, y bienes que embolsarse en compensación por sus molestias.

Che Guevara

Ahí están los Héctor de Miguel, Camilo de Ory, Máximo Pradera y demás tropa, graciosillos de ancestros con posibles, tremendistas de pitiminí, barateros que camuflan, con sobredosis de ira, el ocaso genético. Tan pronto vejan y retan a la religión católica, como se mofan de un niño de dos años muerto al caer en un pozo, como reclaman una macheta de carnicero para cortarle el cuello a Isabel Díaz Ayuso. Su fruición es el de un niño malo que arranca las patas a las moscas, derriba nidos con una vara o atormenta a un cachorro indefenso. ¿Qué te enorgullece más, el dolor directo que infliges o herir a quienes sufren ante la crueldad? Trae ello a la memoria a Almudena Grandes recreando con viveza el terror de la novicia antes de su violación por el sudoroso miliciano. ¿Quién dijo que socialismo y sadismo no rimaban? ¿Que la revolución prohibía el goce de causar quebranto a inocentes? ¿No le escribió el Che Guevara a su padre eso de que “tengo que confesarte, papá, que en ese momento descubrí que realmente me gusta matar”?

En la mentalidad del psicópata, no entran sentimientos positivos. Su idea de pasárselo de miedo consiste en planificar y ejecutar el suplicio ajeno. Como esos nihilistas rusos que concebían como su función biográfica la destrucción feroz del orden existente, a fin de que otros –era la burda excusa– levantasen una sociedad distinta sobre el mar de cadáveres, estos agitadores desean vengarse del mundo por haberles hecho sentir disminuidos. Si bien lo que torna tan irresistible su motivación es el placer que los impregna, que nace de las viejas raíces turbulentas de la depravación venérea. De ahí que, más allá del resentimiento, intervenga principalmente la chulería. Hay más narcisismo desatado que afán de desahogo. Superior a la satisfacción de ayudar indebidamente a un amigo o pariente desde un puesto de mando es la de menoscabar a un contrario ideológico que te da mil vueltas. La prevaricación adversa despierta más regusto que el enchufe.

Crecer entre algodones no fomenta la empatía. Los influencers de esta hornada remedan sin rubor al politólogo vallecano de los dientes montados: en la parla poligonera, el timbre engolado y el olor a discoteca. A la vez, dicho elenco de bufones, intelectuales, artistas y predicadores de la telebasura, viajando cual los cantes de ida y vuelta, porque medrar es un fertilizarse mutuamente, condiciona el sesgo reflexivo de abundantes dirigentes de izquierdas, cuando dejan de disimular un instante, para que no se les queden atorados –tal le sucede a Yolanda Díaz— la sonrisa de mesa petitoria y la melosidad de quien considera que votantes, deficientes mentales y parvulitos, “obviamente”, son iguales. 

Son ellos los rutilantes “padres de la patria”. Su palabra es la ley, como cantaba Vicente Fernández. Sus ocurrencias han alcanzado categoría de moralidad, sabiduría, ciencia. Un simple trabajador, adscrito a esa meritocracia que tanto estresa a Lilith Verstrynge, no tiene la menor idea de lo que le supone a un intonso verse aclamado como ser cabal, a un rufián ir a los mejores restaurantes mientras ejerce de aristócrata del espíritu. El hábito sí hace al monje. Sus antojos, entre infantiles y neronianos, los costea, impávido, el contribuyente: el jolgorio con tartas y saltitos en el despacho oficial, las excursiones en reactor privado o helicóptero militar, el disfrute de palacios, oropeles y destinos de copete para hacerse el selfi. ¿Su coartada para tantísima dicha? Que la consiente el marco legal. Entonces, lo diseñaría un inconsciente, un perezoso o un comisionista. Alguien en cualquier caso que no da pie con bola, que metió la pata, ahíto de candor.

Rebaños

La cuestión es que, por fas o por nefas, henos aquí, disfrutando de lo obtenido y viviendo en un mundo al revés. Sólo así se explica el impulso oficial a la desigualdad legal, así como la aplicación permanente de la ley del embudo en asuntos de corrupción, conducta criminosa o actitud intolerante. ¿O no hay ejemplos para dar y repartir? Sólo así se explica el beneficio económico trasvasado desde el gobierno central a territorios tradicionalmente alzaprimados, como Cataluña y País Vasco, en perjuicio de zonas más pobres, algo anterior a Franco, conservado por él y acrecentado bestialmente hasta la fecha. Sólo así se explica la ruina del sistema educativo, en especial de la enseñanza pública, mediante la degradación de contenidos, el ataque al mérito, la inflación de recompensas infundadas, la falsificación de la realidad y la intoxicación ideológica. Sólo así se explica a utilización sectaria y adoctrinadora del ámbito cultural, los medios de comunicación y las redes sociales. Porque todas aquellas instancias nominalmente encargadas de ilustrar y emancipar, de fomentar el sentido crítico, de contemplar a los ciudadanos como adultos, operan como jardines de infancia a las órdenes de un Goebbels carpetovetónico, poseído de un desprecio infinito a sus rebaños. Sólo así se explican los ataques sistemáticos al pensamiento independiente, la falta de respeto a la autodeterminación personal y el fomento con palo y zanahoria del gregarismo, la colectivización y la obediencia servil. Sólo así se explican los embates contra la propiedad privada, el amparo a la ocupación ilegal de viviendas y la voracidad en la persecución fiscal. Sólo así se explican la condescendencia con la inmigración ilegal, la impunidad de las transgresiones cometidas por grupos auspiciados y el negocio fraudulento de las ayudas sociales. Sólo así se explica la puesta en almoneda del país, al servicio de agendas e intereses globalistas de aire espurio. 

Se da una paradoja significativa entre el fracaso de Sánchez en política exterior y su fracaso en política interior. En ambos casos la lesión a España es palpable. Pero quienes deberían conocerlo bien, por tenerlo bastante más cerca y conocer sus trucos, pliegues y falacias, los españoles, difieren de quienes lo ven más desde lejos, sin disponer de tantas claves y habiendo de basarse en observaciones menos fiables. ¡Los segundos lo tienen mucho más calado que los primeros, pero lo mantenemos nosotros! ¿Cómo narices se explica esto? Por poco que cuente su figura en el panorama internacional, a la larga acaban percatándose de que su perfil es el de un actor, el de quien dice cualquier cosa para salir del paso y no tiene rubor faltando a su palabra y enredando. Esto, cuando se lo has reiterado ad nauseam a un extranjero, provoca que reaccione en contra y acabe concluyendo que, habiéndose acreditado el citado proceder, el perjudicado pasa a otorgarse el derecho a poner en tela de juicio cualquier afirmación sucesiva del otro. Con ello, la reputación de Sánchez y de nuestro gobierno quedan en entredicho. Véase Argelia.

En el plano doméstico no funciona así. Los españoles están habituados a las trolas y no consideran que el engaño constituya un desafuero. Que alguien incumpla su palabra no se percibe como una falta grave, ni que baste para retirarle al mismo nuestra simpatía. Esto, unido al factor cainita que otorga un plus de dignidad al correligionario, torna al mixtificador acreedor a una complicidad sin reservas. Si eres socialista, y un socialista te miente en los hechos constatables o en cualquier otro dato vital para tu supervivencia, suscribirás con entusiasmo tal embuste, pues lo último que quieres es debilitar la posición de tu equipo. La verdad, articulada por un oponente político, será así doblemente odiosa, y podrá ser descalificada con argumentos ad hominem, quejas relativas al tono con que dicha verdad es pronunciada, etcétera.

En España es de mal tono enfadarse únicamente porque te hayan mentido, te hayan dejado plantado, hayan incumplido un compromiso contigo. Ello carece de peso, al suponer la alegre concurrencia que cualquiera dice, cada vez que se tercia, lo que le conviene decir y los demás esperan escuchar, sin que medie responsabilidad epistemológica o vinculante sobre lo afirmado o prometido. Tomar el pelo es de pillos, un sobrentendido. Quien se irrite por esto quedará como grosero, mostrando falta de encaje en la tribu.

Curling

Al final, Sánchez ha fallado más por cantidad que por calidad, más por exprimir el cinismo y por inconsistencia estética en su puesta en escena, que por otras razones. Su proclividad a situarse por encima de toda norma ética y legal, estirándolas como chicle con la lucrativa ayuda de un ejército de meritorios, ganapanes y crédulos, ha contaminado hasta la médula el tejido moral de España. Un pésimo ejemplo para los jóvenes. Alguien, que no será un catedrático, un comunicador o un artista de los que le van puliendo, alisando, barriendo y borrando con escobas –como en el curling, ese interesante deporte de invierno cuya evocación imaginaria nos refrescará—las infamias perpetradas, debería hablarles de conceptos griegos. Designar lo que brilla por su ausencia, y tantísimo se necesita. Sin ir más lejos, areté, ese conjunto de dones imprescindibles para desenvolverse con acierto, y harto exigibles a un personaje público. Y luego, si no es mucho pedir, tal vez algo que desconcertaría a estos sujetos. Un baño de sofrosine.