En Cataluña, tras unos ignominiosos resultados, hemos visto cómo los vencedores, independentistas, se afanan en buscar pactos, sumar porcentajes… pero se alejan de los resultados reales de la deriva soberanista, recomiendo leer el artículo de Antonio Prieto Me duele España de este mismo diario digital.
Los partidos políticos en la mayoría de las ocasiones, están apartados de la realidad de la calle y de las verdaderas necesidades de los ciudadanos. El instinto de supervivencia, la conveniencia, se ha impuesto al espíritu de servicio y al interés general. Por ejemplo, lo que hemos podido observar en estos últimos comicios catalanes con la convocatoria de elecciones en pleno auge de la pandemia, el privilegio de poder salir de la cárcel para acudir a actos electorales de reos soberanistas o la falta de libertad de algunos partidos para poder realizar actos de campaña, ha sido vista como la nueva normalidad. Anormalidad impuesta.
Los partidos, en muchas ocasiones, tienen una estructura viciada que no valora la meritocracia sino la colocación, a dedo. Una vez superado el sistema estamental, el sistema parlamentario de representantes se fue imponiendo, las corporaciones fueron sustituidas por representantes en cámaras, que ya no sólo son delegados de su distrito o condado, sino que tienen decisión sobre temas nacionales. Pero para esta representación tiene que haber detrás un partido, unas siglas, con las que se identifican los votantes, que al fin y al cabo son los electores.
Dicen que la mayoría de los partidos imitan la estructura que Pablo Iglesias, pero Pablo Iglesias fundador del PSOE no el del chalet, organizó para darle forma al Partido Socialista Obrero Español, allá por 1879. Organizaciones internas, que van desde el ámbito nacional al local. Sin embargo, el mayor problema, que, a mi parecer, hoy tienen muchos partidos es la inexistente diferencia entre cargos orgánicos e institucionales. Los cargos orgánicos de un partido, en el que, por supuesto, debe haber también algunos que ocupen puestos en las instituciones, deben tener la suficiente libertad para velar por la organización, dentro de la independencia que les confiere el no depender del cargo sino del partido. Independientes y sin intereses, pueden ser los auténticos garantes del funcionamiento de una maquinaria bien engrasada.
Otro gran problema es la movilización. Usando un símil militar, un ejército necesita buenos soldados, no se puede entrar de oficial o aspirar a serlo a las primeras de cambio. Si se pretende entrar en esta hueste sólo para coger galones, es mejor no estar en la mesnada antes que hacer que una armada se convierta en un gigante con pies de barro. Los soldados, afiliados y simpatizantes, son necesarios, son peones útiles en el tablero político que deben ser motivados y oídos. Muchos mensajes de los partidos se lanzan para atraer a los que no son afines olvidando las bases y, sobre todo, los votos y apoyos que tan necesarios son. “Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor” decía ya el “Poema de Mío Cid”.
“El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene; y de explicar después por qué fue que no ocurrió lo que el predijo».
Winston Churchill