Tarde de toros


Rafaelillo es torero valiente de oportuno apodo, el toro le viene grande, al menos para matarlo

toros dos torres
Escribano sale a hombros en Pozoblanco./Foto: https://www.lascosasdeltoro.com
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Escribano sale a hombros en Pozoblanco./Foto: https://www.lascosasdeltoro.com

Tal día como hoy murió Paquirri de una cornada en la plaza de toros de Pozoblanco, hace ya 37 años. Desde entonces, esta plaza, como la de Linares, otros 37 años antes, forma parte de la historia trágica del toreo, sin la cual no puede entenderse su leyenda. La plaza de toros de Pozoblanco, como la de Linares, es esencialmente hermosa, definitivamente redonda, estrictamente perfecta. Aquí el ruedo adquiere fondo y no solo forma, texto y no solo imagen, drama y no solo fiesta. El aficionado lo sabe, lo siente. Viene como llamado, como peregrinando, y actúa en consecuencia, contenido, elegante. Lo pude comprobar la semana pasada, viendo la corrida de los victorinos. Toros broncos, avisados, con malas ideas, de difícil lucimiento, exigentes con el torero, tanto, que pocos les dan una faena lograda, alimañas los llamó Ruiz Miguel e hizo fortuna la ocurrencia, porque son bravos hasta el último aliento y caen con la boca cerrada, el triunfo no puede negarse al que consigue humillarlos, apoteosis en este caso para los toristas.

Yo no lo soy, tal vez porque sea un aficionado de medio encaste. Así que asistí a lo que preveía: gladiadores luchando con fieras. Escribano estuvo a la altura de Espartaco, Kirk Douglas, no Juan Antonio. De azabache y berenjena, alto y oscuro, fúnebre de nacimiento, vino al mundo el mismo año de la cornada de Paquirri, no sé si le daba más miedo él al victorino que el victorino a él. Banderillero de lujo, clásico, al quiebro y al violín y al son de la banda, quizás lo mejor de la tarde, la banda y las banderillas. Una oreja en cada toro para salir por la puerta grande, aunque no quedó casi nadie para echárselo a hombros. Toristas puros. Rafaelillo es torero valiente de oportuno apodo, el toro le viene grande, al menos para matarlo, seis pinchazos en el primero, con el que, sin embargo, se lució a la verónica. En realidad, no sabemos quién mató al toro, hubo dos avisos y, pese a todo, ovación. La afición es piadosa. En su segundo, ni un paso atrás ni un pase adelante, dio un pinchazo, una estocada y dos descabellos, tuvo un aviso y, pese a todo, una oreja. La afición es una madre. Alberto Lamela llegó de reluciente blanco y oro vaticanista. No fue suficiente. Hizo lo justo y lo justo le reconoció el respetable, una ovación tras certera estocada a su primero. Brindó el que cerraba el lote a unas autoridades judiciales por lo que pudiera pasar. La seriedad del astado lo requería, medio cárdeno, bellísima estampa, cuerno en la arena. Nadie es perfecto, ni siquiera un victorino. Lamela hizo lo que pudo y el toro lo que quiso. Pinchazo, estocada y oreja. Salió bien parado, aunque particularmente creo que debiera cambiarse el nombre artístico por el de Taxista, que es la profesión que regularmente le da de comer.

En resumen, la cosa estuvo entretenida y así los entendimos los cordobeses capitalinos que allí estábamos, si bien nuestras caras satisfechas se debieran sobre todo a la magnificencia con que se come en Pozoblanco. Entre los numerosos conocidos, distinguí a Ricardo Rojas en un burladero interior. Alguien comentó a mi lado: “Ha venido a quedarse con los rabos de los victorinos”. No me consta, pero, si así fue, no pudieron degustarlos ayer, que la Cofradía del Rabo de Toro Cordobés celebraba su III Concurso Amateur de elaboración de este guiso, por no haber pasado los quince días de oreo que prescriben los entendidos. En cualquier caso, los asistentes disfrutarían en el Jardín Botánico con los amigos de esta cofradía que preside el inquieto Ricardo, que ya tuvo el triunfo incontestable de hacer recular a los sevillanos en su pretensión de apropiarse de la paternidad de la cola de toro, como ellos llaman a nuestro rabo. Y en la brecha sigue, incentivando el cultivo casero de la multiforme receta, esa que procede siempre de la sufrida ama de casa, abuela, madre o esposa, si quiere alcanzar cotas de excelencia. Para mí que esta cofradía debiera ser la reina de nuestras cofradías gastronómicas, por la contundencia de la vianda y por el puesto que ocupa el toro en la cultura de la ciudad, mucho más importante, sin duda, que el del tomate. Además, me dicen que, a partir de la semana que viene, dará nombre, como la del Salmorejo, a una calleja cordobesa junto a la Ermita de la Candelaria. Justa contribución municipal. Enhorabuena, Ricardo.