El volcán que no cesa


Resulta consecuente, por tanto, que en este mundo supuestamente agredido por los hombres, estos sean castigados, y nada más apropiado al efecto que un volcán.

03-10-2021 Colada de lava en la isla de La Palma POLITICA ESPAÑA EUROPA ISLAS CANARIAS INVOLCAN

          Vivimos en un mundo tan sofisticado o tan banal que nos interesa más un producto por la teórica inocuidad de su continente que por la probable bondad de su contenido. Ya da igual que las colas sean pepsis o cocas, lo importante es que su envase esté reciclado. Parece que la propaganda se hiciera ahora para personas carentes de gusto, que hubieran cambiado el paladar por una placa fotovoltaica o el pensamiento hedonista por la conciencia de un contenedor.

El ministro Planas ha dicho en Córdoba que la actividad agraria ha de ser “más sostenible, sin dejar de ser rentable”. La frase entra en el rango argumental anterior, puesto que sugiere que podría darse un cierto desencuentro entre sostenibilidad y rentabilidad, siendo prioritaria la primera, que habría que evitar. Lo cual es un sofisma de libro, porque el dilema es falso. Hasta que no nos demos cuenta de que la rentabilidad es la única sostenibilidad posible de cualquier actividad económica, no estaremos tomándonos en serio los problemas sociales. Pero ahora todo deriva de estos mantras que poco significan y que son tan generales como la existencia misma. Sostenibilidad o resiliencia, por citar el concepto más popular y el más pijo de la nueva terminología ecologista, son rituales de un culto simplista y degenerado a un planeta que nos escucha probablemente menos que Dios, ya que esperamos las respuestas en la materia y no en el espíritu, que es más agradecido. Aunque en el fondo ese culto utilice los mismos argumentos que cualquier otra religión anterior: echar la culpa de  los males a los hombres por sus pecados. De modo que esa culpa, que ha de ser responsabilizada, brinde a unos pocos de esos hombres la excusa perfecta para sojuzgarlos a todos.

Resulta consecuente, por tanto, que en este mundo supuestamente agredido por los hombres, estos sean castigados, y nada más apropiado al efecto que un volcán. El volcán es un método tradicional, poético y sin duda espectacular para estremecer a los hombres. Los hombres, que tienen buen color antes de una erupción, suelen quedarse lívidos, cuando no grises, después de ella. Sánchez, que veranea en una isla volcánica merced a un regalo de reyes con cuentas en paraísos fiscales, ha subido o bajado a la Palma a ofrecerles a los palmeros su experiencia política y casi nada más por sus viviendas y fincas perdidas, sabiendo que ni siquiera ese casi nada llegará intacto o corresponderá mínimamente a la imprevisible acción de la naturaleza. Porque nada se puede hacer ante lo imponderable. Lo afirman los vulcanólogos, que vienen a ser tan expertos y tan tristes como los virólogos, dicho sea con todos los respetos, si bien la seriedad nunca puede sustituir a la inteligencia. Los hombres proponen y el planeta dispone. La lava y los virus tienen mala domesticación. Pero a qué asombrarnos de nuestra poquedad, si tendremos que aceptar un cursillo para permitir que nuestras mascotas nos domestiquen.

El mundo está cambiando, como siempre, a un ritmo posiblemente más acelerado que el que atribuimos al clima. Tal vez por ello el planeta se cabree y diga aquí estoy yo. Y cuando el planeta se cabrea y dice aquí estoy yo solo se pueden hacer dos cosas. Una, clásica, que es rezar y decir: Virgencita, que me quede como estoy. Y otra, también clásica, que es intentar contentar a la deidad enfurecida con el sacrificio. Podríamos en tal caso echar al cráter a Greta Thumberg, que seguramente será virgen, por razones obvias, a ver si el volcán se apacigua. Si la cosa no funciona, podríamos continuar por los jefes de tribus, de menor a mayor rango, alcaldes, presidentes de cabildo, insulares, de autonomía, ministros, presidente del Gobierno. Y si aún así el volcán no se satisface, lo mismo descubrimos que el hombre no participa para nada en los disturbios de la naturaleza. Que no depende de nosotros dejar un planeta mejor ni peor. Que el planeta hace lo que le viene en gana, a despecho de nuestras peroratas y de nuestros plásticos, reciclados o no. Y que si seguimos aquí es porque el planeta nos lo permite, absolutamente ajeno a nuestras miserables interacciones humanas.

No es vana enseñanza. La lava ha llegado al mar porque todo llega al mar. El mar es el morir. Consideremos que es una metáfora de nuestro destino inexorable y no queramos sostener en nuestros ligeros brazos a un planeta que se ríe de nosotros a mandíbula batiente.