Sin faldones y a lo loco


Sin duda es improbable que se avengan las mascarillas y los costaleros

Ensayo de costaleros de la cuadrilla de la Virgen de la Esperanza./Foto: Francisco Patilla
Ensayo de costaleros de la cuadrilla de la Virgen de la Esperanza./Foto: Francisco Patilla
Ensayo de costaleros de la cuadrilla de la Virgen de la Esperanza./Foto: Francisco Patilla
Ensayo de costaleros de la cuadrilla de la Virgen de la Esperanza./Foto: Francisco Patilla

A la Semana Santa le sobran los costaleros. Como fui uno de ellos, he tardado la tira de añose n darme cuenta de esta circunstancia evidente. Aunque solo sea evidente, como es natural, cuando está a la vista. He tenido que añadir esta perogrullada para no incurrir en una herejía imperdonable. Y aún así, veremos si se entiende. Ha tenido que venir el covid para poner de manifiesto la incompatibilidad presencial del costalero con la compostura pasionista. El costalero debe ser más presentido que presenciado. Se está dramatizando con imágenes la Pasión y Muerte de Nuestro Señor. Los que van arriba son los actores, los que van abajo constituyen la tramoya. Ese ser en camiseta, casi cegado por el costal, fajado hasta la constricción, al que solo faltan, a veces, las patillas para representar una ilustración del libro de Merimée, es en realidad la negación física de la espiritualidad devota, una experiencia folclórica sin más, y el principal inconveniente para la brillantez artística del espectáculo procesional en su conjunto. Es habitual encontrar fotografías antiguas de costaleros profesionales, bajo el paso, con los faldones levantados, haciendo ostentación de un oficio en sí miserable y absurdo, pero también extraordinariamente simbólico y viril: el qu epretende cargar sobre el cuello y una almohadilla la redención del ser humano. Nada hay, sin embargo, más alejado de la estética que ofrece la Semana Santa a nuestro turismo exquisito, ese que llaman cultural en cuanto no se desplaza en chanclas, que un costalero visible. El costalero es el corazón del paso, músculo íntimo, no gimnástico ni decorativo. Y debemos preservarlo para su función esencial pero discreta.

El consejero Aguirre se ha mostrado optimista sobre la celebración de este año. No se si esto es positivo, según a costa de qué. La salud y la buena muerte no parecen cosas que tengan que avenirse necesariamente. Sin duda es improbable que se avengan las mascarillas y los costaleros, tanto como indecente resulta que se ventilen sus intimidades a la vista del respetable público. La mascara vino a la Semana Santa, también al Carnaval, para proclamar la virtud del anonimato, no de la higiene. Del mismo modo el faldón es imprescindible para el decoro del costalero. De ahí que la recomendación, no siempre, o nunca, cumplida de que los costaleros se aparten de sus pasos cuando están relevados sea tan adecuada para el orden y la vistosidad de los cortejos.

Las cosas como son y como deben ser. Nada irremisiblemente grave pasaría porque una séptima ola impidiese la normalidad en las celebraciones de este abril, que antes que con la devoción debería bendecirnos con la lluvia, el agua santa por antonomasia. Semana Mayor sin restricciones, o semana menor con ellas. ¿Qué más da? La procesión siempre va por dentro.