
Me cuentan desde Sevilla que el entusiasmo fue descriptible. Allí no se confunde el aplauso con el tono de las palmas huecas. Acaso no podía ser de otro modo entre Galicia y Andalucía, dos humores que difícilmente empatizan. El PP es gallego de temperamento y de vez en cuando se viene a Sevilla a mitigar su saudade. Pero se nota que está fuera de ambiente, incluso en la foto de la Plaza de España, donde menudean demasiados jóvenes de otrora que ya son viejos. Las sonrisas están tan forzadas como en la entrega de los oscars, con ganas de bofetadas. El anterior congreso de Sevilla famoso, el que hizo un hombre a Aznar, “sin tutelas ni tutías”, tampoco resultó tan brillante como la mitología le atribuye. De hecho, el flamante presidente tardó todavía seis años en ganar unas elecciones generales por la mínima a Felipe González, que ya era el rey de la corrupción internacional. Y es que nadie puede ser menos estimulante que Aznar, ni siquiera Rajoy, ni siquiera Feijóo.
Lo cierto es que los congresos por aclamación aburren a María Santísima, y más en Andalucía, y su supuesta virtualidad propagandística está totalmente desfasada. Máxime si la única singularidad consiste en echarle las honras a un muerto viviente. Jamás he visto cosa más sonrojante, nada más fingido, más cínico, más humillante que la ovación dada a Casado el pasado sábado. Le tenían que haber pedido además la vuelta al ruedo con las orejas abochornadas en sus manos. ¿Cómo puede nadie prestarse a semejante agravio público, a tan increíble tomadura de pelo? ¿Puede ser alguien tan estúpido que lo acepte porque crea que la salida así es medianamente honorable, puede ser alguien tan miserable que se lo proponga a la víctima porque igualmente lo crea?
En todo caso, el triunfador del evento, si lo hubo, no fue Feijóo, cansado como nunca, sino Juanma Moreno, un hombre singular que ha ido creciendo políticamente al tiempo que íbamos descubriendo como menguaba su currículo. A menos categoría profesional, más aplomo institucional. Lo cual no es fácil. Véase los ministros socialistas. Pero Juanma ha demostrado no ser un mediocre al uso, uno de esos que viniendo de la segunda o de la tercera fila consiguen la primera solo por agradar a su jefe, por no asustarle y por comprometerse en definitiva a no competir con él. Lo que dura hasta que el jefe percibe que los mindundis que lo rodean son capaces de sustituir al mindundi que los preside. Pero aquí todo el mundo está pendiente de Ayuso, que tiene carisma propio, no de Moreno, que todavía lo tiene prestado. Moreno salió del Congreso con Feijóo al lado procurando el efecto sucesorio. Soy el cambio generacional del gallego y aquí estoy, pronto a mis elecciones andaluzas que me consagren, supongo que pensaría con fundamento el malagueño. Ahora está a verlas venir, a punto de convocar elecciones, porque le convienen a él y porque le convienen a Andalucía. No lo haría si alguien pudiera demostrar lo contrario. Pero Espadas no está ni se le espera, Martín aspira solo a sobrevivir y Olona sería una magnífica vicepresidenta en la que podría descargar todo el aparato jurídico de la autonomía.
No obstante, que no se crea autosuficiente. La seriedad de Feijóo, su adustez, está haciendo su efecto compensatorio en una sociedad que adolece sobre todo de la falta de seriedad gubernamental. Feijóo está recuperando para el PP lo que parecía perdido con Casado, la confianza en una gestión adulta, moderada, austera, que fije su objetivo en el bienestar de los ciudadanos y no en un proyecto distópico cada vez más totalitario. Es la razón por la que Rajoy ganó por mayoría absoluta a Zapatero, que era igual de zoquete que Sánchez, pero menos chulo. En junio nos vamos a ver. Que sea el principio del fin del socialismo gobernante en España, a través de una victoria espectacular en Andalucía de la derecha es lo que quiere la mayoría. Que Moreno sea otra vez presidente es lo que quiere incluso Vox. Hagámoslo posible. Y no será lo menos importante las listas creíbles que presentemos.