Mancharse los pies


Persistirá la falsa ensoñación o los escrúpulos por manchar unos pies limpios mientras no se dé una “una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio”

Allá por el año 419, predicando San Agustín a sus fieles sobre la escena del lavatorio de los pies, cuenta el mismo San Agustín que vino a su memoria el texto del Cantar de los Cantares (Ct 5, 3), en el que la esposa responde al esposo que no puede levantarse a abrirle la puerta, pues ya se ha lavado los pies. De hecho, San Agustín se identifica con la esposa del Cantar de los Cantares, pues él con su bautismo pensaba vivir una vida de contemplación, como señala el mismo texto del Cantar de los Cantares que comenta así: “[…] deléitese la santa Iglesia y diga: ‘Yo duermo, mas mi corazón vigila. ¿Qué significa ‘Yo duermo, mas mi corazón vigila’ sino que descanso de forma que oigo? Mi ocio se emplea no en nutrir desidia, sino en comprender la sabiduría”.

No obstante, San Agustín, al igual que la esposa del Cantar de los Cantares, ve la necesidad de abandonar su reposo y de volverse a manchar los pies: “[…] me lavé los pies; ¿cómo los mancharé? (Ct 5, 3) Pero he ahí que me levanto y abro […] Lava nuestros pies antes limpiados, pero manchados cuando a fin de abrir para ti, marchamos por la tierra”.

La imagen es ya elocuente de por sí. Seguramente no necesite mucho más “glosa” o “comentario” sino más bien el que pudiéramos preguntarnos acerca de la tesitura en la que nos encontramos: ¿Somnolencia? ¿Contemplación? ¿Pereza por manchar unos pies limpios? Es obvio que frente a la pereza la diligencia, pero ¿realmente nuestro sueño es contemplativo y vigilante o es simple y llana indolencia? Frente a la llamada del Esposo, ¿vence la pereza o un acendrado prurito por la propia limpieza?

¿Acaso no hay falsa ensoñación o escrúpulos por manchar unos pies limpios cuando en la pastoral de la Iglesia se da, de hecho, una prioridad de las estructuras sobre las personas y de la previsión sociológica sobre la vida espiritual? Conviene no olvidar en ningún momento que las acciones de la Iglesia no se pueden medir por su efectividad exterior y por su correspondencia a un orden preestablecido; muy al contrario, han de ser medidas desde la fidelidad a Cristo y como respuesta a sus dones.

Luego si las acciones en la misma Iglesia no han de medirse por sus resultados ni su prioridad por las urgencias, se tendrá que resituar la verdadera “clave de bóveda” en el valor sacramental de la misma Iglesia, “sacramento de salvación” para que en su significación sacramental realice en este mundo esa misión de transformación del mundo en Dios que es la que le ha asignado Jesucristo. Así, por ejemplo, se comprende mejor la relación entre el anuncio del Evangelio y la celebración de la fe para no perder el contenido teológico de ambas. El concepto de praxis eclesial es teológico antes que sociológico, es decir, procede de la comprensión de la sinergia que se realiza entre la acción de Dios y la acción del hombre en relación al misterio mismo de la Iglesia en donde se realiza esta unión. Las acciones pastorales entonces son secundarias y el criterio principal no es su eficacia exterior, sino la vida cristiana.

El magisterio del Papa Francisco en esta cuestión es bastante explícito: “[…] es necesario que reconozcamos que, si parte de nuestro pueblo bautizado no experimenta su pertenencia a la Iglesia, se debe también a la existencia de unas estructuras y a un clima poco acogedores en algunas de nuestras parroquias y comunidades, o a una actitud burocrática para dar respuesta a los problemas, simples o complejos, de la vida de nuestros pueblos. En muchas partes hay un predominio de lo administrativo sobre lo pastoral, así como una sacramentalización sin otras formas de evangelización” (Evangelii Gaudium 63). “Así se gesta la mayor amenaza, que ‘es el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad al fe se va desgastando y degenerando en mezquindad’. Se desarrolla la psicología de la tumba, que poco a poco convierte a los cristianos en momias de museo” (Evangelii Gaudium 83).

En definitiva, persistirá la falsa ensoñación o los escrúpulos por manchar unos pies limpios mientras no se dé una “una pedagogía que lleve a las personas, paso a paso, a la plena asimilación del misterio”. El caminar necesariamente habrá de ser pausado: “Para llegar a un punto de madurez, es decir, para que las personas sean capaces de decisiones verdaderamente libres y responsables, es preciso dar tiempo, con una inmensa paciencia. Como decía el beato Pedro Fabro: ‘El tiempo es el mensajero de Dios’” (Evangelii Gaudium 171). Sin esto, la ensoñación será poco productiva y el activismo un camuflaje útil para no tener que manchar los pies de verdad.