Cinco artistas flamencos más allá de Rosalía: entre lo tradicional y los decibelios de vanguardia




Desde que Sabicas grabó su granaína con el Negro Aquilino, o aquella grabación medio fusionada con la banda de Joe Beck, los compases de la música flamenca (y digo música flamenca porque lo jondo es otra cosa) se han expandido en todas las direcciones posibles del mercado musical.

Se habla de Manolo Caracol y sus orquestaciones morunas a la zambra. Se habla de Camarón y La leyenda del tiempo entre bocatas de chóped y psicodelia para arropar la voz de miel y penas del cantaor de La Línea. Y se habla de Morente con su hondura cubista entre Yerma, Sacromonte y Omega. Pero el show debe continuar. Y a cada paso parece que un nuevo artista hará brotar la raíz de este árbol de mil ramas, como si se inventara sin esfuerzo de nuevo el invento.

Una cosa es la publicidad y su inversión en adjetivos para anunciar la reencarnación del dios lorquiano de los «soníos negros»; otra, bien distinta, es la corriente de la que un artista no puede salirse, a menos que quiera quedarse mudo o abrir un taller mecánico y tirar al río la sonanta. Por eso, más allá del fenómeno Rosalía y su Mal querer, que fue sólo el comienzo y no el alumbramiento definitivo que ella sabe y al que aspira, como todo artista, hay otros, muchos otros, que no abandonando la senda flamenca, se asoman al tiempo desde la tradición, para que esta no cristalice lo heredado ni asesine la belleza del arte gitano-andaluz bajo el polvo del hastío.

Vaya por delante que estas palabras a modo introductorio son eso: una introducción que no pretende agotar la inmensa lista de profesionales o gente que empieza, y que quizá no tienen el asiento del presupuesto mediático que, no concediendo el talento, al menos llena la cartera. Y vamos al lío que se hace tarde, y no se me molesten los demás, que habrá sitio para todos, si nos respeta el tiempo…

Rosario ‘La Tremendita’

La Tremendita está enchufada a un bajo que retumba y, casi (casi), no necesitaría más para ejercer de jefa de la nueva ola del flamenco. Pero ella tiene más, porque tiene hondura y letras de sobra en su rudeza refinada, para encandilar a la parroquia que peregrina adonde sea para escuchar el rajo de su voz. Ella es de cuna trianera y de casa respetuosa de esa tradición que la lleva como en volandas entre cajones, guitarras y taconeos. La Tremendita es tremenda. Bien lo sabe Dios.

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Israel Fernández

Al pobre Israel le ha caído esa hinchazón del adjetivo a la que aludíamos cuando la industria de las variedades quiere vivir del talento gitano, y le andan comparando como a tantos otros «camarones» redivivos, aunque él, creo, no hace mucho caso.

Como es joven enseña sus facultades y se gusta cantando y alargando, quizá, en demasía el gesto. Pero tiempo tiene, y sabiduría le sobra, para atemperar la voz y dejar que los matices que se adquieren con la edad, vayan enriqueciendo su ya más que prometedora transmisión. Él lo sabe. Y lo sabe bien, no por ciencia infusa, sino porque estudia cada día. Así que dejémosle crecer libre como las amapolas del campo, que él solito, con paciencia y tiempo, exprimirá para nosotros el limón de amargura y sol que hay en su cante.

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Dorantes

De Dorantes no sabemos si tiene voz, pero no la necesita. Porque él, aunque no lo sabe, es bailaor. Bailaor sobre las teclas del piano sobre el que ha sabido volcar la sabiduría de la saga flamenca de su familia. De La Perrata, de Los Peña, de El Lebrijano; y lleva por todo el mundo el pellizco que a Falla se le escapaba cuando quería consignar en la  partitura los melismas negros que se enroscan en las cuerdas de la guitarra y la garganta.

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​Cristian de Moret

El artista onubense se fue a Sevilla, donde dicen que «si te levantas pierdes la silla», pero no es su caso, ya que lleva tiempo sentado y desgranando los acordes de la seguiriya eterna y perpleja de los pueblos andaluces, aderezada con el bronce eléctrico de Daft Punk o Radio Head.

Su estrella Supernova fue elegida por la crítica como uno de los alumbramientos discográficos del pasado año para sobrellevar la pandemia, mientras esperamos ansiosamente  el galope de la bulería y las soleares sobre el Caballo rojo que, dicen, le traerá de nuevo al Flamenco mundo  durante el 2022. Nadie hace lo que él hace como él. Y tengo para mí que si hay alguien que puede atraer otros públicos rockeros al Flamenco, precisamente, es él.

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Miriam Méndez, ‘la princesa descalza’

Como ya hay que ir acabando, hagámoslo con el «tronío», con la realeza y con el mundo del corazón. Pues Miriam Méndez lo tiene grande ( el corazón, digo) como las campanas viejas de la Giralda. Ella es la princesa descalza de una familia realmente musical, como la de Dorantes; y que también baila el compás (¡y qué compas!) desde muy niña, sobre el teclado de un piano de cola para demostrar que Mozart, Beethoven o Bach también fueron, sin saberlo, eslabones del flamenco perdido.

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