Manuel Ramos Gil, notario y autor: “No sé lo que es una maratón de Netflix”


Manuel Ramos./Foto: Irene Lucena
Manuel Ramos./Foto: Irene Lucena

La televisión digital a demanda y sus series no están entre las aficiones de Manuel Ramos Gil (Arjona, Jaén, 1973) y es algo que agradecerán los lectores de los dos tomos sobre las casas señoriales de Córdoba que ha publicado la Diputación y que son ejemplo de las otras nobles aficiones del señor Gil, o sea, la arqueología, la Historia y la arquitectura. La lectura también, y posee una espléndida biblioteca dedicada a Córdoba, ciudad en la que vive desde su temprana adolescencia. Y a la que ama. Porque las casas señoriales son un tributo de amor a un modo de vida, a las distintas generaciones y hombres y religiones y costumbres y mujeres y cordobeses (todos) que pasaron por esta bendita ciudad. Los dos tomos que ha dedicado Manuel a las casas señoriales son espléndidos en su facturación. Todo un lujo. Y nos invitan a sumergirnos en una Córdoba desconocida, recorrer las habitaciones y parte de la vida de lo que para muchos cordobeses solo son unas fachadas que pasan apresuradas mientras caminamos.

 

Un primer tomo que parte de las primeras viviendas de Córdoba hasta el siglo XV. Esta es una lógica y esperada segunda parte.

De momento pesa medio kilo más que el primero (risas). El segundo tomo se inicia con lo que llamamos Edad Moderna, que inaugura el Renacimiento. Y llega hasta lo que yo titulo como un’ bloque’, que surge a partir del siglo XIX, que llamo ‘Los tiempos modernos’, donde se producen muchos ‘bandazos’ estilísticos. En realidad lo termito en el final del XIX y principios del siglo XX, con los movimientos regionalistas que hay y donde se ve que España está falta de un objetivo claro. Lo mismo entraban las tendencias de los neomovimientos estilísticos, cuando todos querían hacer en su casa la Alhambra, o que de repente vuelve el Barroco o te hacen el Gótico, que miraban hacia el Modernismo. Hay muchos arquitectos cordobeses, como Rafael Luque o Pedro Nolasco, que tiran por ahí al mismo tiempo que van a esas arquitecturas regionalistas. Ejemplos en Córdoba tenemos la Facultad de Veterinaria (actual Rectorado). Un estilo neomudéjar, aunque lo denominan de muchas maneras.

Usted en un notario aficionado a la Historia y a la arquitectura.

Y a la arqueología. Muchísimo. Y a los toros (risas).

Ya somos dos.

Aunque ahora sea políticamente incorrecto, muy aficionado a los toros.

Mejor todavía. Seamos, pues, políticamente incorrectos. ¿De dónde nace su afición por las casas señoriales?

Dicen que cuando uno añora verdaderamente su patria chica o ciudad, es cuando está lejos. El primer contacto que tengo con la arqueología es en la finca de olivar de mis abuelos en Arjona, en la provincia de Jaén. Para ganarme un pequeño sueldo, me ‘contrataba’ mi abuela de aceitunero en la cuadrilla, y así me pagaba mis salidas y compré mi primera moto. Ahí tenía un amigo muy aficionado a la numismática que me contó la historia de Arjona, que es una ciudad muy antigua. Una historia paralela, a menor escala, a la de Córdoba, con dominio romano y musulmán. El rey Alhamar de Arjona fue aliado de Fernando III El Santo en la reconquista de Córdoba. Pues un día, allí en Arjona, encontramos una moneda de Tiberio, en el olivar. Mi amigo me explicó que era un denario y de alguna manera ahí empezó mi verdadera faceta de arqueólogo frustrado. Un poco más tarde el libro ‘Dioses, tumbas y sabios’ me marcaría profundamente. Es ya en Córdoba – porque yo vivo aquí desde los 13 años- cuando empiezo a profundizar sobre la inmensa historia de esta ciudad y de su patrimonio. Me fascina su pasado romano, musulmán, la Reconquista… El punto de inflexión llega cuando me dan mi primer destino, me voy al Pirineo catalán y allí, entre nevada y nevada – y a mí que no me gusta esquiar mucho- pues en esa distancia está el embrión de este libro. Siente uno más su patria cuando está lejos. No tenía ningún concepto arquitectónico pero comencé a aprender mucho. Me compré una casa en el casco histórico de Córdoba porque esa era mi ilusión cuando estaba en el Pirineo, la antigua casa del hospital de San Jacinto, que sale en el libro. De la mano del mejor arquitecto en restauración, que ha sido Arturo Ramírez, me meto más de lleno en la arquitectura y comienzo a aprender sobre la arquitectura de las casa de Córdoba. Comienzo a ver las cosas de otra manera, cosas que antes no entendía, trabajando con muchos archivos, protocolos notariales, del catastro del Marqués de Ensenada… profundizo en la materia con todo eso.

Manuel Ramos./Foto: Irene Lucena

He tratado de hacer un libro que considero que es asequible, no en un tono académico. Aunque a veces creo que doy una información demasiado exhaustiva. Ocurre con capítulos como el dedicado a la casa del Marqués de Benamejí que entre otros nombres tiene el de los Cárdenas, una casa que tiene 700 años de historia y sigue en pie. Depende de la historia que haya tenido la casa y de la facilidad también con la que yo haya podido ‘bucear’ en determinada documentación, voy rescatando más o menos datos. En otras no quedan apenas vestigios, las han destrozado o desaparecido.

He tratado de hacer un libro que considero que es asequible, no en un tono académico.

Ha comentado algo que me ha llamado la atención… “ Me di cuenta de cosas que antes no veía” ¿ De qué se dio cuenta en el proceso de investigación?

Pues de la evolución de la mentalidad de los cordobeses, fundamentalmente.

Cuénteme eso.

Mira, para empezar me doy cuenta de que, todo eso que entendemos como un antes y un después entre la Córdoba musulmana y cristiana, realmente no era así. Ni mucho menos. Nosotros pensamos en los moros como una etapa o un legado absolutamente distinto a los cordobeses actuales. Y te das cuenta que no, que hay una continuidad. Cambiaron la mezquita por la catedral pero era el mismo templo, las mismas columnas y probablemente era el mismo Dios. Una religión monoteísta de un único Dios. Y no era blancos contra negros o moros contra cristianos. Había muchas alianzas. Pero no te voy a hablar de cuestiones políticas o religiosas.  En la Península Ibérica, sobre todo con tantos siglos de influencias,  con continuas relaciones comerciales entre moros y cristianos, creó una sociedad muy parecida entre ambas culturas. Y no es que lleguen los cristianos y las casas se construyan de forma diferente, no. Las casa siguen siendo las mismas que dejaron los musulmanes. Solo empiezan a diferenciarse con algún crucifijo, o capilla, pero de manera muy lenta. Y mucho más lenta es la evolución en la mentalidad. Te voy a poner un ejemplo: el espacio que ocupaban las mujeres dentro de la casa. Todos sabemos qué es el harem, la zona de una casa o palacio musulmán donde se encuentran las mujeres, a la que solo tienen acceso los eunucos, el señor y cuatro criados de confianza. Eso existía en las casas cristianas. Cuando llegan a Córdoba los grandes nobles tienen la zona femenina, y tenemos en la actualidad, en la propia Casa de las Cabezas, el ‘patinillo de las mujeres’, que también existe en el Palacio de Viana y en cualquier otra casa noble. Eran ámbitos propios de la mujer y ocupaban un espacio físico que se llamaba ‘la sala del estrado’. El ‘estrado’ era precisamente un sitio en el que las mujeres se sentaban ‘a la morisca’, en el suelo. Las mujeres cristianas, no te hablo de las musulmanas. Tal es así que esa costumbre de sentarse en el suelo ‘a la morisca’, sobre ricos estrados recubiertos con colchas, cojines o alfombras, no era un símbolo de humillación sino de condición social. Estaba mal visto que la mujer se sentase en una silla, se consideraba poco femenino. Bueno, pues esa costumbre perdura en Córdoba hasta el siglo XVII. Aquí se presenta el príncipe Cosme de Medici, en una visita a Andalucía, y le comenta al cronista que le acompañaba cómo le llama la atención que las damas le reciben sentadas en el suelo.

Manuel Ramos./Foto: Irene Lucena

Por eso te digo que existe una mentalidad muy fuerte que persiste, que inunda las casas musulmanas y la las cristianas y que se mantiene todavía en esencia. Otra muy significativa es la mentalidad musulmana de proteger la intimidad de los hogares. Idearon distintos medios para que mesa intimidad nunca fuese violada y son enseñanzas que se mantienen en el Renacimiento. Por ejemplo: entrada en recodo a las casas. Nunca enfrentan la puerta de la calle con la puerta de acceso o reja que da al patio, para evitar que si te dejas la puerta abierta alguien pase, mire, y te vea. Esto que ahora vemos en patios de Sevilla o algunos de Córdoba, que vas por la calle y ves hasta el fondo del patio, eso es un ‘falso histórico’. Se pone de moda con la entrada del turismo porque importaba menos la intimidad. Otro símbolo de la pertenecia de Córdoba al mundo islámico es la existencia de las callejas. Me di cuenta cada vez que estudiaba la historia de una casa que ésta lindaba con una calleja-barrera. Una calleja sin salida que posteriormente materialicé en el Festival de las Callejas de Córdoba, porque hubo cientos en su tiempo.

 

Existe una mentalidad muy fuerte que persiste, que inunda las casas musulmanas y la las cristianas y que se mantiene todavía en esencia.

En el primer tomo, la ubicación estratégica- defensiva de las casas tiene un gran protagonismo. En este segundo tomo, con tiempos menos guerreros, ¿sigue siendo un factor de peso?

Las mansiones nobiliarias del primer tomo, sobre todo las del periodo mudéjar con Córdoba ya reconquistada, son fortalezas militares. Quiero recordar que trato un capítulo titulado ‘De la arquitectura militar a la palaciega’ que habla de las ‘casas fuertes’ que era como se denominaban en su origen. El rey Fernando III El Santo cuando reconquista la ciudad, a todos los que les da casa, a los mejores caballeros, los coloca en sitios estratégicos para la defensa de la ciudad. Por ejemplo, la de los Marqueses del Carpio, para defender la Puerta de la Pescadería, próxima a Cardenal González, o la Casa de los Cárdenas, que estaba en la Puerta de Baeza, cerca a la actual Escuela de Artes y Oficios ‘Dionisio Ortiz’. Hubo otras en el ’muro de en medio’, o sea, la calle Ambrosio de Morales, donde estuvieron los Saavedra. Todo eso eran atalayas defensivas. Cuando Córdoba es reconquistada, pacificada, terminan las rebeliones civiles de las sucesiones dinásticas durante el siglo XIV, esas casas tienen menos sentido. Y sobre todo cuando aparece la artillería. Contra los cañonazos, una torre sirve de poco.

¿De dónde saca un notario tiempo para documentarse y elaborar dos tomos de estas características?

Pues la verdad es que soy muy activo. Siempre estoy haciendo algo. Tengo muchas aficiones; me gusta jugar al golf, ir a cazar o caminar. Cuando estoy en casa me gusta tocar la guitarra flamenca, pero si la estoy tocando también estoy pensando; si juego al golf, estoy pensando. Tengo una tremenda necesidad de aprender y de aportarle cosas a mi ciudad, de intentar que la gente se sienta cada día más orgullosa de la ciudad que tiene. En casa, aparte de la guitarra, solo me dedico a leer y escribir, aficiones que trato de transmitir a mi hijo. Suelo ver películas después de cenar pero habitualmente me quedo dormido. No sé lo que es una maratón de Netflix, porque es para mí una pérdida absoluta del tiempo y prefiero estar investigando. Muchas veces, como dice mi mujer, con ‘ladrillos’ en la mano. Con el paso de los años me he hecho con una biblioteca, creo que bastante decente, sobre Córdoba. Tengo varios libreros por ahí que me avisan y cualquier cosa que salga o se editase en su momento y esté descatalogada, me hago con ella. Aunque no sea de mi temática, lo añado a mi biblioteca porque alguna vez he tenido que hacer consulta sobre un dato concreto y lo he encontrado.

Manuel Ramos./Foto: Irene Lucena

¿Cuál ha sido el papel de la Diputación de Córdoba en la publicación de estos dos tomos?

Si no llega a ser por esta institución no existirían los libros. El ayuntamiento no estuvo interesado en su momento y creo que fue un fallo por su parte. Y después, ninguna editorial privada pudo publicarlo. Se intentó, pero coincidió con el inicio de la crisis y las editoriales necesitaban patrocinios y apoyos externos, y esos apoyos no llegaron por la situación complicada, sobre todo a partir de 2008. El libro quedó en tierra de nadie, muerto. De manera un tanto accidental, comiendo un día con Salvador Blanco, lo comenté y me dijo que merecía la pena. Y así se hizo.

Estoy muy orgulloso por lo bien que lo han hecho y aprovecho para pedir disculpas porque seguramente si el libro lo lee un arquitecto, puede pensar que no tengo ni idea. O igual aprende… (risas) Porque me da mucha pena, cuando veo algunas rehabilitaciones, pensar que puedo aportar poco desde un punto de vista técnico pero creo que no estaría de más que algún arquitecto lo leyese, porque se enterarían de lo que se puede poner en Córdoba o está prohibido colocar -o debería estarlo-. Todos hemos entrado en casas que han restaurado y observamos que hubiera sido mucho mejor que la hubiesen dejado quietecitas.

Aprovecho para pedir disculpas porque seguramente si el libro lo lee un arquitecto, puede pensar que no tengo ni idea. O igual aprende…

¿Quiénes son ahora los señores que habitan esas casas?

Señores prácticamente ninguno. Son todas ya cascarones a los que le falta esa esencia de vida señorial. Solo podemos contar con los dedos de una mano lo que son casas señoriales habitadas como antaño: la casa de los Cruz Conde, la de los marqueses de El Carpio (que creo que tampoco está ya habitada); la del Conde de Castel y alguna más. El resto son hoteles, o establecimientos públicos. Y a las escasas que permanecen vividas les queda lo justo. No creo que superen el 2025.

Manuel Ramos./Foto: Irene Lucena