La configuración informática.


Te envidio, querida Pilar.
¿Cómo puedes llamar bendita a esta tecnología de palabras indescifrables, giros matemáticos propios de la teoría de cuerdas y fórmulas que parecen sacadas de una novela de espionaje?. 

Bajo el ánimo que infundiste el otro día en tu artículo de fin de semana, pensando que con paciencia y esfuerzo conseguiría entender las instrucciones recibidas para el teletrabajo y así acceder al portafirmas, al gestor de ficheros, instalando el citrix receiver (que no sé por qué le ponen nombre de bebida isotónica) y la cartera electrónica, llevo dos días acordándome de la madre del de abajo, pensando repetidamente las palabras que visionó Dante de las puertas del averno, advirtiendo a todo el que llegaba frente a ellas : Abandonad toda esperanza”.

Toda gira en torno a una palabra mágica: “configurar”. Al cabo de cuarenta y ocho horas, necesitado de la botella, no sé si de vino o de ron, creo que configurar no se refiere a pintar, tallar o esculpir, sino a destruir. Voy a configurar el teclado a base de porrazos sobre él, y el ordenador… (¡ese no, que tengo en él toda la música!), bueno el ordenador lo dejo, pero me ensaño con el teclado.

La operación “misión imposible”, como me ha gustado bautizarla (ríase  Tom Cruise), comienza con una herramienta de google que se llama “suite”, que ya con esa palabra te imaginas un escenario de película. Y consigo, no sin algún traspiés, traer a mi ordenador el correo del trabajo. Maldita la hora, porque en cuanto lo abro, recibo las instrucciones para configurar otro Google, esta vez el hangout (éste es coreano y del norte, seguro), y el meet, que, si no dijera que es para videoconferencias, aseguraría que era una página de citas que se le había colado al informático autor de este Necromicón.

Pero esto sigue, pues la bebida isotónica del citrix-receiver no consiste en dar a un botón, no. Eso primero hay que descargarlo, cosa que hice del orden de once veces, hasta que me di cuenta de que no sólo con ello era suficiente, sino que después hay que ejecutarlo. Y claro, como según tengas Windows, o sea, abierta la ventana; o maco linux, es decir, cerrada y con cristal de seguridad, los enlaces son distintos.

Treinta y ocho horas después y no sé cuántas ejecuciones, casi todas mentales y de los informáticos…e informáticas (mejórese Sra. Vicepresidenta, que si no nos va a tocar el coletas), consigo que aparezca en pantalla una cosa que me advierte la necesidad de cambiar el idioma del teclado (¡Óle!).

Y para colmo, cuando leo que no hay copias de seguridad en las unidades c de los equipos, y que cualquier fallo del disco o borrado accidental de datos afectaría tanto a la unidad C como a la V ( supongo que ésta es la de lagartos extraterrestres que se hacían pasar por humanos), me ha recorrido, más que miedo, un repelús, un no sé qué por la espina dorsal que, petrificado, he conseguido sortear tras varios minutos de pánico.

En un acto reflexivo intento llamar a mi compañera de trabajo María José, cuya paciencia con un servidor (me refiero a mí, no al servidor informático- osú cómo estoy hoy-) no tiene límites, consiguiendo contactar con ella vía guasap:

-¿Estás?

-Perdona, estoy con los informáticos. Tengo problemas con el programa.

Mejor me callo y lo dejo para mañana.

Cerrando el diario de hoy aparece mi querida esposa por la puerta, y tras contarle los problemas que tengo y sin duda darse cuenta de mi estado mental, me suelta:” ¿Pero lo has configurado? “.

Espero poder contarles algo mañana, si es que antes no configuro algo.