Mi Ale


El día de la muerte de mi amiga y los dos posteriores, con entierro incluido, han sido preciosos

A dos semanas de la muerte de mi amiga Alejandra me preguntaba esta mañana, al dar gracias por el día y hacer memoria de su vida, si tenía algo que decir o ya era un hecho del pasado y agua pasada no mueve molino y ala, a seguir devorando hechos, sensaciones, sentimientos y circunstancias porque así está hecha la vida, carpe diem.

¿De verdad que así es la vida? No. Ciertamente no, aunque a veces, viéndonos en acción, como devoramos el día y lo que contiene, lo parezca. Muchas veces somos como un conductor cabreado por la ciudad que va pitando a todo el mundo diciendo: “tengo derecho”. Normal, a eso nos ha educado la política, la sociedad, la familia, los amigos, el trabajo…

Pero claro, para ciertas cosas uno no tiene derecho como, por ejemplo, no tiene derecho a morir -bueno, parece que ahora sí pero cuando uno quiera, no cuando Dios quiera- o a estar enfermo. Tampoco hay derecho a servir pero sí, por supuesto, a ser servido. No hay derecho a ser excluido pero sí a excluir si en tu grupito cristiano, por ejemplo, se baila la jota a derechas y llega uno que la baila a izquierdas.
Y un día, hace ya 2000 años, llega un Dios y reivindica el derecho a morir entregando su vida; a servir y no a ser servido, y a ser excluido de los grupos religiosos llenos de pretensiones caprichosas. ¡Cáspita! ¡Qué cambio de lo humano!

El día de la muerte de mi amiga y los dos posteriores, con entierro incluido, han sido preciosos. Ha tenido lugar un cúmulo de encuentros y conversaciones en los que cada uno compartía su experiencia con Alejandra. Tenía un temperamento fortísimo y, como buena generala, te mandaba a paseo si no hacías exactamente lo que ella decía. Ese carácter era fruto también, en gran parte, de la ansiedad producida por los ocho años de larguísima enfermedad que sabía terminal desde el primer día.

Duro y dramático. Pero a la vez, ella ya lo sabe ahora al 100%, tan, tan humano. La vida es como un proceso de destilación hasta dejar lo esencial. Cierto que nunca hay suficiente tiempo como para destilar todo lo que nos sobra o el mal que hacemos, pero queda lo esencial. Y eso era la nota común a todas las conversaciones con ella: una increíble ternura infinita que se afirmaba como poso último frente a lo superficial y accesorio del mal.

Este poso, este fondo último es lo que me queda a mi ahora cuando hago memoria de mi amiga. Mi mal, el que sufro de otros, el que veo en las noticias, nunca jamás será la última palabra.

“¿Por qué buscáis al Dios vivo resucitado en el sitio de los muertos?”. Ahora se entiende más por qué es más razonable dar la vida que ejercer derechos. Como dice Esquirol, el bien es siempre un poquito más increíble que el mal. Eso es.

Descansa en paz, amiga Alejandra, y que Dios, el Dios de la Gloria, te bendiga.