Altura de miras


Para decepción del autor de estas líneas, ni el Señor Hurtado, ni los señores De los Ríos y García han tenido esta semana el detalle de darle el artículo prácticamente hecho, como venían haciendo hasta ahora. Por eso, habrá que tratar el asunto del traslado de la carrera oficial, esquivado hasta ahora en este blog, ya que las posibilidades de que algún cofrade se moleste por lo escrito son elevadas. Es más, se da la curiosa circunstancia de que los defensores de cada propuesta tienden a considerar a este humilde escribiente como claramente favorable a la opción contraria.

Cada una de las tres propuestas conocidas para el traslado de la carrera oficial a la Catedral atesora importantes virtudes. Todas son fruto del esfuerzo que sus autores ofrecen generosamente a las cofradías. Todas incluyen el tránsito de las hermandades por el principal templo católico de la ciudad. Todas están concienzudamente trabajadas. Cualquiera de ellas puede ser una solución válida para el objetivo que se persigue, que, no lo olvidemos, no es otro que saciar el anhelo espiritual de las cofradías, manifestado en numerosas ocasiones. Sin embargo, las tres adolecen, en mayor o menor medida, de defectos. Y de todos ellos, el fundamental es que su enfrentamiento fomenta la división y provoca el desánimo.

El ímpetu catedralicio se diluye en un discutible sistema de reuniones de día que no tienen claro sobre qué proyecto trabajar. Se proponen itinerarios parciales peregrinos. Se vela más por el beneficio de la propia hermandad que por el del conjunto. Se recrea La sevillanísima figura del delegado de día, antes inexistente en nuestra ciudad, pero desprovisto de la operativa que allí tiene, pasando a ser, en algún caso, portavoz del silencio.

En definitiva, se disuelve el espíritu que invadía a las cofradías, planteándose algunas si no sería mejor esperar la llegada de tiempos mejores, para regocijo de aquellos, muy pocos, que nunca lo quisieron.
Recuerda en cierta medida al nudo gordiano. Aquél imposible de desatar para cualquier mortal, hasta el punto de que se decía que quien lo consiguiera conquistaría toda Asia. Por generaciones permaneció atando la lanza y el yugo de Gordias, hasta que Alejandro magno, sin contemplaciones, lo deshizo con un tajo de su espada. En la política nacional, tras dos elecciones y dos intentos de investidura fallidos, la sociedad clama a los políticos que tengan altura de miras. Que consigan conformar acuerdos fundamentales que eviten unas terceras elecciones y el perjuicio de una nación sin gobierno efectivo.

De forma paralela, un elevado número de cofrades piden a sus representantes en la Asamblea esa misma altura de miras. Que velen por la unidad. Que tengan empatía para ponerse en el papel de los demás. Que sirvan a las cofradías. Que sepan ceder en busca del bien común. Que persigan el consenso. Que no dejen que una división en la forma de llevarlo a cabo arruine el más hermoso destino que puede tener una hermandad cordobesa. Que deshagan, de alguna manera, esa enmarañada madeja. Y, si no, que como Alejandro lo corten con una espada. O con un báculo.

1 Comentario

  1. Estimado Joaquín,
    Un artículo «políticamente correcto».
    Pd: aunque opinamos de manera distinta, no me veo dentro de esas posibilidades elevadas que se molesten.
    Un abrazo.

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