Si competimos bien, ganamos todos


La iniciación deportiva es un periodo de aprendizaje orientado a mejorar y progresar, unido a un componente lúdico para desarrollar todo lo posible las habilidades que conlleva la práctica de un deporte.

En cualquier deporte, individual o colectivo, entrenar bien supone la oportunidad de progresar y mejorar como deportista. Insistiendo en la idea de los artículos anteriores y cerrando el círculo iniciado sobre los valores deportivos, estos entrenamientos también enseñan aspectos fundamentales para la vida como la responsabilidad, madurez, implicación, organización, amistad, etc.

 Sin embargo, otros valores importantes del deporte los encontramos en la competición. Una herramienta que bien entendida y ejecutada nos ofrece la posibilidad de complementar la formación del niño o joven en el deporte y en la persona. Competir entendiéndolo no como un fin sino como una posibilidad más de que los deportistas mejoren en su propia faceta técnica, táctica, estratégica e, incluso, en lo referente a la normativa e historia de ese deporte. Competir para adquirir otros valores como el respeto, el juego limpio, el saber ganar y perder, la disciplina, etc. En definitiva, competir para sumar a los entrenamientos y seguir progresando continuamente como deportistas y como personas.

 Pero como en toda historia aquí también encontramos una parte negativa. Y ejemplos ya hemos tomado en otros artículos. Si la competición la entendemos como el objetivo superior en categorías inferiores, sea el deporte que sea, podemos caer en el error de transmitir unos valores personales totalmente contrarios a los antes expuestos y, por supuesto, a determinados niños y jóvenes no le hacemos demasiado bien en su faceta como deportistas, ya que, quizás, bajo esa presión de los resultados no encuentren la evolución o progresión deseada.

¿Cuántos proyectos de estrella deportiva hemos visto en la televisión o prensa escrita y luego desaparecieron como el humo? Seguro que todos recordamos algún compañero/a de equipo o entrenamiento que pintaba para poder llegar a altas cotas como deportista y, sin embargo, pasados los años, ni tan siquiera llegó a completar las categorías inferiores en ese deporte. Seguro que todos hemos visto el típico reportaje del sucesor de grandes estrellas del momento y, unos años después, esos jóvenes ni tan siquiera se dedican al deporte como labor fundamental.

En definitiva, la competición puede ayudarnos y mucho a nosotros los formadores a crear buenos deportistas y buenas personas, pero debemos tener en cuenta que esta herramienta tiene la importancia que nosotros seamos capaces de otorgarle y, por supuesto, de transmitirle a los niños y jóvenes que tenemos entre manos.

¿Da igual perder? Sí y no. Sí, porque la primera idea de un niño en formación es que se divierta, le guste lo que hace y aprenda de cada partido sin importar el resultado. Pero también no, porque a través de la competición tenemos que enseñar esfuerzo, sacrificio, valor, entrega…

Entonces, como todo en la vida, la virtud está en encontrar el equilibrio. El punto donde el deportista entienda que ganar siempre es mejor que perder, pero que a veces perder nos puede ayudar a seguir evolucionando, mejorando y aprendiendo tanto como deportistas que se desempeñan en fútbol, baloncesto, tenis, voleibol, etc., como personas que demuestran que el ser respetuoso y practicar el juego limpio son fundamentales valores.

Queremos un futuro sin corrupción, sin trampas, de igualdad de derechos y oportunidades, de personas libres y formadas… utilicemos el deporte donde acuden miles de niños cada entrenamiento, cada partido, cada semana o temporada para dar lugar a estas personas del mañana. Utilicemos el deporte para hacer un mundo mejor y, con ello, utilicemos la competición. Porque si competimos bien, ganamos todos.