Diario de un confinamiento: Dia 3. Todos ponemos lavadoras.


Una de las ventajas que tienen los confinamientos es que haces limpieza, bien como ejercicio habitual o como un remedio ante las pelusas que se acumulan en el rincón de la salita comedor. Hoy mucha gente habrá descubierto la cubertería de su boda en la parte esa del armario donde están los calcetines desparejados. Otra cosa es que encuentren la pareja de los calcetines, con lo cual podemos hablar de que el ejercicio de aislamiento puede provocar fenómenos espacio temporales y esto, si además estamos sin papel higiénico, es un severo imponderable.

Yo he puesto tres lavadoras no porque tuviera que hacerlo, sino porque cuando he salido a tomarme el café a la terraza he comprobado que las azoteas de los bloques de enfrente estaban petadas de ropa tendida. Y me ha dado un yo que sé. A ver si los vecinos ven mi tendedero vacío y van a pensar que no tengo vida. O que paseo desnudo por el piso. No sé si ha sido una media de desinfección generalizada después de venir todos ayer del supermercado o es que realmente, un domingo  es el mejor día de la semana para poner el programa delicado, el de ropa de cama y el de algodón mientras tratamos de digerir las medidas de movilidad impuestas por el gabinete de crisis ministerial.

Todo apunta que ayer centrifugaron a Pablo Iglesias en el consejo de ministros y nos acostamos con la noticia de que la señora de Sánchez ha dado positivo. No es una buena noticia para ella ni para su marido pero sí, al menos, los  compañeros de trabajo de doña Begoña pueden estar tranquilos porque no habrán resultado contagiados por  contacto presencial. Por lo demás el día ha estado relativamente tranquilo. Aunque Sánchez nos dio ayer permiso para comprar la prensa, yo no lo he hecho por dos motivos: porque últimamente  la adquiero los domingos en un supermercado – los kioscos más próximos cerraron pero no por el coronavirus sino por la crisis del papel- y podría darse cita numerosa clientela humana portadora, y además me ahorro la imagen de marciano que cada domingo adopto con un periódico de papel bajo el brazo: los niños me miran como si fuera a coger un autobús del Inserso para Benidorm con un arma sospechosa en la mano.

He tratado de leer información seria y contrastada de lo que está pasando pero entre un tanguillo de Cádiz, una niña llorando porque no puede salir, un notas con un perro de plástico en la calle y varios memes sobre peluquerías que me han llegado por Whatsapp, he decidido apagar durante un rato el móvil. Así llegué a la tarde y salí de nuevo al balcón para grabar el aplauso a los sanitarios y recoger la colada de blanco. Justo después del aplauso y las 9 y media de la noche la calle fue un trajín de coches, de motos y de parejas de jóvenes inmortales que paseaban como si toda esta movida no fuera con ellos. Mi teoría es que se han escapado a la parcela el sábado y se han venido ahora, porque ellos lo valen y porque se merecen una cama de hospital y una planta entera para sus chiquillos, claro. Verás mañana cuando se den cuenta que tampoco pueden ir a la peluquería. Vendrá el rechinar de dientes.

Espero que por lo menos, al llegar a casa, le vieran la cara a la ministra Margarita Robles en su comparecencia: esto es muy serio. Pero la crisis no va ni con los parcelistas ni con algunos ciclistas, parece ser. Hay gente que se merece un centrifugado como el de Pablo Iglesias.