Diario de un confinamiento: Día 12. Venezuela no concluyente


Nicolas Maduro escucha la música que manda tocar.

Hoy me he dedicado a repasar apuntes. A otros les da por lamer candados. En confinamiento somos moderadamente libres para una cosa o la otra. Me he topado con la teoría funcionalista de la comunicación. Ahí anda, adaptándose a los tiempos digitales, con postulados que quizá no hayan cambiado tanto en su empeño de analizar científicamente la comunicación y que principalmente pivotan en los conceptos de función y disfunción. Es interesante la denominada función discordante : los individuos somos consumidores de mensajes a través de los medios de comunicación y eso nos proporciona la sensación de estar al corriente, lo que viene a ser confundir el saber de los problemas con el hacer algo al respecto. Por ejemplo, el Gobierno sabía que se podía liar parda pero aún así permitió manifestaciones y actos públicos. Pensaron que cuando la causa es mayor (“El violador eres tú”) los virus, y más siendo chinos, se quedan quietos. No hay nada peor que lleve un virus que el que le llamen marichulo, como todos sabemos. De ahí que el 9 de marzo esto fuera el inicio del acabose, porque ya no había en las ciudades ni en Madrid energía humana y feminista  de género suficiente para parar la pandemia. De hecho, los virus, marichulos ellos, se cebaron en las manifestaciones como estamos viendo en estos días. Así fueras primera dama, vicedama de igualdad o llevaras gorra pichi lila. Una de las medidas que por cierto el PSOE ha impulsado en esta crucial primera semana fue analizar desde una perspectiva de género la influencia del coronavirus. Las estadísticas de Sanidad reflejan que el 64 % de los que palman por el virus chino son hombres. De sexo masculino, quiero decir y los números también. Sé que no es concluyente, pero ahí está el dato.

Vuelvo a mis apuntes sobre la teoría funcionalista de la comunicación y al apartado de los medios y el cambio social, que en realidad no es tal cambio, sino mantenimiento del statu quo. “Quien paga la orquesta es también quien escoge lo que ésta ha de tocar” (Lazarsfeld y Merton, 1985). ¿Y quién paga la orquesta? No voy a responder a esa pregunta porque ya lo han pensado ustedes. Y es así que llegamos al concepto de ‘monopolización’ contemplado en tal teoría. Una de las situaciones excepcionales que para la sociedades democráticas se contempla para una escasa oposición en los medios de comunicación es la guerra, por ejemplo, que limitaría la libertad de información. En ello estamos, parece ser. El resto de escenarios solo son acordes para sociedades autoritarias. O sea, los que pagan la orquesta.

La orquesta ha comenzado por censurar a Alfonso Ussía, en La Razón y a Sánchez Dragó en El Mundo. Bien es cierto que ha permitido desmanes críticos de Cebrián y Javier Marías en El País. A ingresos cero de publicidad con una economía parada, la orquesta paga y elige el repertorio. A mí me ocurrió con la crisis de 2008 y fueron los liberales los que me enseñaron la partitura o la puerta. Fue la puerta, claro.

Soy un privilegiado, no obstante. Escribo  con absoluta libertad y puedo comer a pesar de la cuota de autónomos que llegará, sin perspectiva de género, el próximo día 31. Pero esto ya ha comenzado a venezolarse. Lo hizo con el relato oficial que se ha ido desarrollando y  que hoy, en concreto, nos ha traído el negativo no concluyente de Carmen Calvo. Lo que nos avisa de la Venezuela no concluyente en la que ya estamos.

Por lo demás, por concluir la jornada, me he hecho un huevo de mayonesa para rematar la tortilla de patatas del mediodía. Como si estuviera en el Bocadi.