Diario de un confinamiento: Día 28. La videoconferencia


 

Suelo meditar por las mañanas. Nada zen ni New Age, sino unos minutos de silencio conmigo mismo antes de empezar a hacer cualquier cosa, que en estos días de confinamiento puede ser desde preparar café varias veces, hasta incluso ver la televisión. De hecho hay dos electrodomésticos que es ahora cuando le estoy dando uso, y uno de ellos es la tele. Ocurre que si la enciendo y me sale Sánchez en el Congreso, me entran ganas de volverla a convertir en el artefacto sin uso que era antes del 14 de marzo. Y la meditación, sus efectos, desaparecen. Es cierto que uno puede entrar en fase REM escuchando a nuestro prócer, líder europeo de pandemias y tesis. Pero en mí produce un efecto que creo que es generalizado en parte de la población española: lanzar exabruptos a la pantalla. Palabrotas. Tacos. Algo que me desequilibra un poco más, porque me crea una culpabilidad terrible interrumpir – de alguna manera- ese discurso cargado de liderazgo, citas a Manolete, a JFK y alfombras persas. No nos merecemos tal dechado de intelectualidad y liderazgo.

El caso es que hoy estaba Sánchez en la tele, en el Congreso, y ha dibujado un panorama oficial muy distante y distinto, sospecho, de lo que muchas familias están viviendo en España. Y por eso después ha pedido lealtad, que consiste, según sus ministros y ministras, en culpar a la Comunidad de Madrid del desaguisado, mandarnos a los verificadores de información independientes y entregar a la oposición la prueba diabólica del apoyo. También habló Casado, y no tengo nada más que añadir. Salió Abascal, que parece constipado  o sigue constipado o algo le sucede. Y cuando a continuación le siguió Echenique, tuve que volver a la sala de meditación e inciensos. Hay cosas que ni tan siquiera el más fuerte confinado puede soportar.

En mi agenda tenía algunas citas que concretar, realizar una entrevista, rascarme la cabeza, empezar a leer el libro de Javier Benegas, ver el documental ‘Hipopótamos contra cocodrilos’, las noticias de la FOX, atender mensajes, desatender otros, preparar el trimestre del IVA, ducharme después de eso, y preparame un sexto café. En el grupo de Whatsapp de antiguos alumnos del cole andaban de cháchara. Miro los mensajes cuando puedo y con la infusión es el mejor momento. Alguien recordó que era Jueves Santo.

Y ese mismo alguien apuntó que, además, es el día del amor fraterno. Y que se sentía muy afortunado por seguir contando con nosotros después de tantos años. Y que ahí estábamos, todavía con una fraternidad que a veces es misterio por cómo nos ha llevado la vida. A las siete y media, algunos nos vimos por videoconferencia. Y a pesar de tantas cosas que habían ocurrido en el día, presidente del Gobierno incluido, un trozo del amor fraterno de este jueves que ya se marcha adquirió sentido y presencia.

Aunque fuera a través de una pantalla de ordenador.