A vista de dron


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Momento del vídeo de presentación de El Patriarca / Foto: LVC

El alcalde Bellido maneja las redes sociales. Si no él mismo, un equipo de lo que ahora se denomina community managers está atento a la última verbena que visitó antes del confinamiento, a un primer plano de su capitular mascarilla, al incendio de Gran Capitán, a la peatonalizada Viñuela, a los plenos virtuales. El señor Bellido es consciente de la importancia de la imagen y de la comunicación y por tanto de la importancia de Instagram, Facebook o Twitter. Bien es cierto que no lo veremos entrando en polémicas en la red del pajarito, porque ya hay bilis de sobra en ella, o haciendo una barbacoa doméstica en bermudas en el Facebook. Un alcalde suele estar para otra cosa aunque hay alcaldes para todos los gustos. Ada Colau se tira descalza en su cama y se hace un selfie, por ejemplo. Ada Colau es una alcaldesa de alta autoestima erótica. Bellido es más senequista y pragmático. Muy cordobés.

En esta semana hemos asistido, por ejemplo, a la publicación de un video sobre el proyecto que desde la Gerencia de Urbanismo se ha presentado para adecentar el parque periurbano de El Patriarca, algo sobre lo que el alcalde tiene un particular interés como dejó dicho en la reciente entrevista que aquí mismo le hicimos con motivo de su primer año de mandato. Una vídeo muy currado, muy moderno. Con su dron y todo. Son las nuevas formas de comunicar o son las mismas pero con medios más avanzados. Y El Patriarca, si todo sale bien, parece que se va a quedar estupendo. Respetando la naturaleza, el entorno, la sostenibilidad. Nada que ver con atrocidades urbanísticas como la de la Carrera del Caballo cuando todo se negociaba con pijotas traídas de Málaga y sin un dron de testigo.

La oposición municipal le reprocha a veces al alcalde esta política de fotos y tuits. La oposición está para eso, claro, pero que tire la primera piedra el que esté libre de Instagram. La imagen importa y mucho. Los gestos también. En el vídeo del Patriarca se insiste en el respeto absoluto al medio ambiente, cosa que desde la formación política del señor Bellido ahora se cuida bastante habida cuenta que fueron los culpables del Prestige, o eso nos dijeron las televisiones y El País machaconamente, y las manifestaciones en la calle y todos aquellos que ladran por un sacrificado perro con ébola y callan indecentemente ante 40.000 muertos. Quiero decir que desde el PP se tiene mucho cuidado en según qué etiquetas deben esquivar aunque estas  a la postre sean inevitables porque se las van a colocar así se hicieran trenzas rastafaris en Génova.

Otra de la foto de la semana ha sido la del arcoíris del orgullo gay. Se ha cuidado, con elegancia, el alcalde de colocar la bandera multicolor porque el Tribunal Supremo ha dejado recientemente claro qué banderas deben ponerse en los edificios públicos y cuales no, que básicamente deben ser las banderas oficiales, esto es, la que simbolizan y representa a la totalidad humana del territorio. La arcoíris no es oficial salvo para el mundo de Oz o los unicornios y no recoge una totalidad sino una minoría, aunque nos amenazan con pancarta balconil, que es la hermana pobre y sindicalista  de la bandera. Resultará el colofón a una semana de celebración orgullosa y un tanto esquizofrénica – si atendemos a lo que habitualmente se ve en las cabalgatas de tal movimiento- en la que, con dinero público, todos financiamos a parte de un colectivo que es respetable, faltaría más, pero que objetivamente, y con las leyes en la mano, ni está perseguido ni marginado ni es sometido a la pena de muerte por lanzamiento de azotea como en la mayoría de los países musulmanes. Bueno, algunos son colgados en una grúa, ese mecánico patíbulo para homosexuales iraníes. Pero aquí, gracias a Dios, no se hace nada de eso. Sí se tiene en cuenta el congraciarse con la minoría organizada, vociferante, a veces chantajista y no representativa en  número de todos aquellos que tienen una determinada orientación sexual. Un asunto que nos preocupa a estas alturas bien poco, como quedó demostrado cuando Pablo Alborán dijo que él era rebelde porque el mundo lo ha hecho así y se pudo escuchar en toda España un sonoro silencio de importarnos una higa.

El cartel y la bandera se han presentado con Ciudadanos, que forman parte del equipo de gobierno, como saben, llevan los asuntos sociales  del consistorio y han demostrado en casi todos los años de su existencia una querencia masoquista por esto del orgullo por cuanto son escupidos, abucheados, golpeados e insultados en sus cabalgatas. Suele ocurrir porque lo del LGTB no es reivindicación ni hermanamiento sino política. De extrema izquierda, para más señas. Pero en Ciudadanos insisten cabalgata tras cabalgata hasta el último y solitario escaño final. Supongo que eso les honra por pacientes pero no desde luego como estrategas. Se empeñan en ser guays pero ha sido Rufián, ese catalán que hace honor a su apellido, el que ha dado la última definición de la formación naranja, a pesar de sus esfuerzos buenrrollistas y antihomófobos . “Ciudadanos es VOX en la fase uno”. O sea, que siguen sin darles el carné de progresismo. No hay bandera arcoíris que los vacune.

Hubiera estado bien que tanto unos como otros no bailaran el agua de estos ‘marginados’. Sobre todo este año, ya que la marginación ha venido en forma de ERTE, de tragedia económica, de gentes y familias que no tienen qué comer independientemente de cómo o con quién se acuesten por la noches. No hace falta montar un dron para obtener la perspectiva real de esa inmensa minoría que va a sufrir la subida de impuestos y el desplome del PIB. No hay orgullo para los que han sido sacados del mercado laboral y de la vida normal y cotidiana. Y no les van a quedar ganas ni de pasear El Patriarca cuando lo reformen sosteniblemente y sin mácula de homofobia.