El estigma


Una de las primeras declaraciones de Fernando Simón cuando empezó este asunto tan entretenido que nos tiene de cabeza estuvo dirigida, de manera políticamente correcta, al ‘colectivo’ de ciudadanos chinos. En realidad la alocución se dirigió al cachondo pueblo español (sector fascista, mayormente) “para que no se estigmatizara a la población china residente en nuestro país”. A esas alturas del siglo XXI no había chino en España que no hubiera recibido, de buen ánimo, alguna chanza, chiste o broma de algún vecino nativo de aquí, padre de niños que ya tenían como compañeros a otros niños de ojos rasgados nacidos en España. Quiero decir que los chinos están tan integrados como ellos mismos quieren estar – ‘los seres’, que así los llamaban los romanos del imperio, cosa que me contó Almudena Villegas- porque también tienen su privacidad, sus costumbres y sus propios vínculos familiares.

Por tener, tenemos hasta un chino franquista, que sí ha recibido el mensaje estigmatizante de la población a la que Fernando Simón no le solicitó que fueran buenos con los chinos porque ya lo daba por hecho. Un chino franquista puede ser una anomalía, pero es nuestra  anomalía.

En los pueblos de España, en los de nuestra provincia sin ir más lejos, hay menor población oriental pero no así menos estigmas. Asistimos en estos días a la escalada de contagios del virus chino – y yo lo llamo así por llevarle la contraria al surfista Fernando- , una progresión aritmética propia de toda epidemia y pandemia que se precie. No soy virólogo, ni biólogo, ni tertuliano, ni negacionista ni afirmacionista, ni cuñado – estoy solo en la vida-, pero he leído la suficiente Historia como para saber que las epidemias se propagan bien con mascarilla, usando agua bendita o traje picudo de hombre- pájaro con gafas. Vivir supone contagiarse, mismamente. Miren a nuestra juventud en Tik-Tok, sin ir más lejos. Están contagiados y ya mismo será usted el que se marque un baile marciano y lo grabe en vídeo para compartirlo. Habrá sido infectado.

En la España rural y demográficamente pequeña los contagios se dan, pues, con un agravante: todo el mundo se conoce. Y tiene Whtasapp. Y Facebook. Y Tik Tok para hacer playbacks de Mariah Carey. Y si alguien coge el bicho, alguien es señalado y de manera pública/anónima en las redes. Así que habrá mucha gente, asintomática o no, que quizá oculte el contagio para evitar el escarnio público-digital. Ayer mismo, el portal El Egabrense levantaba la verdadera liebre al informar del cierre de dos bares de la localidad al dar positivo algunos de sus trabajadores, y esa liebre rezaba así: “ Nos gustaría incidir  a  nuestros lectores que cualquier comentario que señale a personas o locales será eliminado por no ajustarse a ley”. No se daban tampoco los nombres de los establecimiento por el mismo motivo legal. No obstante, el derecho de información prevalece sobre la ley de protección de datos en muchos casos, pero esa es harina de otro costal y para otro momento.

Y aquí tenemos el tan temido estigma del sabio Simón. No hacia los chinos, sino hacia nuestros vecinos. Suele ocurrir cuando se responsabiliza a la población, al común, de los contagios, tildándonos de irresponsables. Despertamos al chivato, al policía local, al chismoso que llevamos dentro. Y de paso, olvidamos estigmatizar  con nuestro voto en las próximas urnas a los verdaderos irresponsables que a golpe de ocurrencia, mascarilla obligada y cierres forzados según depende y a quienes, están tratando de ponerles puertas al campo de otro capítulo epidémico de nuestra humana historia. En la que también participan los chinos, por supuesto.