Veronica M.


Veronica M / Foto: perfil de Facebook

 

A los dos meses de instalarme en mi domicilio actual apareció Verónica. Veronica M., sin tilde. Su nombre figuraba en una carta de la Hacienda Local y supuse que sería una de las anteriores inquilinas. En el buzón se sucedían cartas de bancos, oenegés y de la Dirección General de Tráfico. No para Verónica M. que solo parecía tener algún asunto no resuelto con la Hacienda Local de la Diputación.

Los buzones narran un esbozo de parte de la vida de los que han pasado por entre las paredes que ahora uno habita. Que han usado el baño que tú ahora utilizas. Que habrán mirado también, desvelados, el techo del dormitorio que ahora te acoge también en desvelo. Quizás amaran. Quizás más que tú ahora.

Recuerdo cuando el buzón de la casa donde crecí era la puerta maravillosa para cartas de amigos nuevos, de revistas que no vendían en el kiosko, de sobres con olor a perfume de esa niña de aquel verano. El buzón abría su boca para dejarme la boca también abierta a mí con los renglones tímidos y adolescentes de un primer amor, con sellos de colores nuevos con Juan Carlos I  y de un joven príncipe Felipe que era un niño como yo. Los españoles también estrenamos y conocimos la democracia de manera postal, por eso ahora la perdemos entre correos electrónicos, fríos, impersonales y en cadena laberíntica.

Ahora no nos llegan cartas sino avisos del banco, que es lo más romántico que hemos llegado a ser de sofisticados, consumidores y deudores que nos hemos vuelto. Hacienda Local insistía con Verónica M. Su apellido no era de aquí. Verónica M. había dejado en el piso libros infantiles y religiosos escritos en cirílico. Verónica M. era eslava y ortodoxa. Y tenía algo pendiente con la Hacienda Local cordobesa, por el número considerable de cartas que ya guardaba en mi cajón.

Traté de buscar a Verónica M. en las redes sociales y apareció una chica rubia, delgadita, con nariz puntiaguda, que se presentaba como trabajadora autónoma. Verónica M. era una emprendedora que había iniciado una aventura empresarial en el país que más castiga a los jóvenes empresarios. Verónica M. era por tanto una chica eslava y valiente. Le envié un mensaje para informarle de los requerimientos postales de la fiscalidad provincial. Pasó un año y no contestó a aquel mensaje, mientras la colección de  sobres de la Hacienda Local se amontonaban en un cajón de la mesita de la entrada.

Decidí llevárselos al agente inmobiliario, por si él podía contactarla y hacérselos llegar. El agente me informó que Verónica M. hacía tres años aproximadamente que había fallecido. Un cáncer fulminante, de esos que le entran sin piedad a la gente joven. Verónica M. había dejado un hatillo de libros religiosos ilustrados con un Señor que predicaba en ruso olvidados en un armario. Y una deuda con la Hacienda Local. En una mañana de abril, acudí a las oficinas contiguas al Palacio de la Merced, con una bolsa llena de cartas azules y blancas y una noticia que dar. Le conté a la funcionaria que me habían informado del fallecimiento de la persona a la que le enviaban las misivas y la funcionaria me preguntó que si podía hacerme con el certificado de defunción. No suelo llevar certificados de defunción encima y menos los de mujeres que mueren lejos de casa. Porque no podía quitarme de la cabeza que Verónica M. se había ido para siempre lejos de su patria, de su familia, de la nieve, de aquellas tierras duras que curten a mujeres que cogen la maleta y emprenden vidas nuevas en estas nuestras tierras también difíciles, sobre todo por la presión fiscal. Quizá Verónica M. vino enamorada. Quizá Verónica M. se marchó con el corazón roto.

La Hacienda Local seguía enviando requerimientos a Verónica M. Y yo volví a aquellas oficinas para ponerlos en situación de nuevo.

Han estado un tiempo sin mandar carta alguna. Hace unos días llegaron dos. Ya no se dirigían a Verónica M, sino a los ‘Herederos de Verónica M.’ Estoy por llevarles los libros infantiles y religiosos que Verónica M. dejó en un armario como única herencia conocida. Les recordaré además a esos tipos lo del consumo del papel, la destrucción del Amazonas y sus campañas por el ecologismo y la sostenibilidad. A esa administración sin corazón que no deja descansar en paz a Verónica M. Ni ahora, a sus ausentes y desconocidos herederos.