Hechos, no felicitaciones


Las felicitaciones de Navidad recibidas por lista de difusión son como el café descafeinado, la cocacola zero zero, la estevia para endulzar, el Hyundai deportivo de extrarradio y polígono, la pescada en blanco, la comida de hospital, el fútbol sin público de la era covid. Son el sexo sin amor del afecto estacional, el orgasmo fingido por compromiso, las palabras vacías del adulador, la impostura del vendedor de la compañía de móviles, el perfil de Facebook de tanto guapo y guapa, la galería de Instagram de una influencer, la sopa con Avecrem recalentada.

Nunca las contesto. No felicito la Navidad, por lo general. Solo respondo a las que entiendo enviadas de corazón más que de compromiso replicado viralmente. Y son pocas, la verdad. El resto, solo ruido y banalidad.

Las navidades, en realidad, hace tiempo que pasan por mí sin rozarme. Ya no son consumo desaforado, ni amistad fingida, ni comida de empresa. La dimensión espiritual de esta época es íntima y vivida casi cada día del año, porque cada día del año es una oportunidad para renacer, para nacer de nuevo a la vida con todo su dolor y su gratificación, con sus incertidumbres, premios y decepciones. Para los cristianos Dios se hizo hombre para compartir con ellos la humanidad por Él creada. Lo hizo pequeño, desnudo, pobre y niño. Dios fue infinita humildad porque solo desde la humildad se alcanza la grandeza y como nos promete, la eternidad. Muchos cristianos han olvidado este mensaje simbólico que nos trae cada año la Navidad y otros muchos bautizados ni tan siquiera lo conocen. No saben que se quedan tan desnudos en una aciaga intemperie como desnudos de amor fraterno están los mensajes que envían y reciben, reenvían y vuelve a enviar como los peces en el río.

Muchos de los que me han dicho Feliz Navidad en formato meme, con Misterio clásico, ni tan siquiera han preguntado un cómo estás a lo largo del año. Un me alegro por ti, que tal tus hijos, cuenta conmigo, puedes echarme una mano, que fue de aquello que te pasó, vamos a tomar un café… De hecho, descubro a gente viva que creía difunta, durante el banquete de mensajes de Nochebuena. Aunque en realidad murieron en algún recoveco del pasado o de las vidas anteriores. Ya no están aunque aparezcan en el gesto fingido del final del año, del comienzo del invierno, en un bip bip telefónico.

Me quedo con los que ni tan siquiera felicitan. Suelen estar cuando se les llama, cuando se les solicita, cuando compartes un dolor o una sonrisa. Por sus hechos se conocen. Por sus memes navideños también. A unos porque celebran la navidad en cualquier momento o cualquier día. A los otros porque solo tienen tarifa plana.

Tan plana como liso su corazón.