Un Pleno del siglo XIX


Sospecho que el origen es congénito al cargo y que se transmite de generación en generación a través de los siglos.

plantilla pleno
Pleno del Ayuntamiento. /Foto: LVC

Lo han vuelto a hacer. El Pleno del pasado jueves fue otro tostón de seis horas y media que no mitigaron ni los destellos de humor que Pedro García, Miguel Ángel Torrico o el propio alcalde se encargaran de salpicar para alivio momentáneo de los capitulares y de quienes seguían una retransmisión que parecía no tener fin.

Es injusto que una vez al mes quede bajo mínimos la actividad municipal por el motivo de que sus responsables estén discutiendo sobre Blas Infante o sobre un recorte a unas universidades, criticado por quienes generaron con ellas una deuda mucho mayor cuando mandaban. Hay veces que el repertorio de debates es para salir corriendo sin mirar atrás, pero da igual.

El alcalde abrió la sesión a las 11:34 y la cerró a las 18:09 para alivio del trasero de los concejales que estaban en el salón de Pleno y de quienes la seguían desde sus despachos o sus domicilios. Lo dicho: seis horas y media que, por lo menos, discurrieron por un buen tono que fue de agradecer frente al clima bronco y hosco de otras ocasiones que es mejor no recordar. Pero, claro, no es lo mismo seguir un Pleno de casi seis horas y media en vivo que hacerlo a través del ordenador. La retransmisión a través de YouTube mantuvo a lo largo de la sesión una media de unos 20 espectadores. A cada uno de estos les podemos poner nombre y apellidos, porque quitando a los periodistas y a los asesores de los grupos que escriben las intervenciones de algunos concejales, no creo que haya nadie que lo resista.

Que no se me moleste ninguno de los 29 ediles actuales con estas líneas, porque este problema no lo han causado ellos. Aún recuerdo la época en la que los plenos eran por la tarde, porque no estaban todos los concejales liberados como ahora, y al llegar a la medianoche se levantaba la sesión. Así, sin más.

Sospecho que el origen es congénito al cargo y que se transmite de generación en generación a través de los siglos. Cuando se renueva la Corporación y se les impone la medalla, cada concejal adquiere automáticamente los dones de la incontinencia verbal y de la predisposición a discutir de todo y con todos. Oiga, no me llame exagerado porque es así. No hay que buscar y rebuscar en ayuntamientos perdidos de la geografía española cuando aquí, en Córdoba, tenemos la mejor prueba documental. 

En el Archivo Municipal se guarda un olvidado librito que parece haber sido escrito hoy mismo. Pero no, lo fue en 1822, hace dos siglos, y se llama ‘Reglamento Interior del Ayuntamiento Constitucional de Córdoba’, un título que sirve perfectamente para hoy, porque este jueves también fue necesario recordar la importancia del término constitucional frente a algunos olvidadizos. Si alguien quiere echar un buen rato con su lectura lo puede encontrar digitalizado en la web de la Biblioteca Municipal de Córdoba.

Pues este librito, de sólo 14 páginas, vino a buscar solución a algo que sigue vivo; y una de dos, o no se logró remediar el problema o éste rebrotó en alguno de los giros que tuvo el convulso siglo XIX. Y así hasta hoy. Lo cierto es que muchas de las medidas que propone se podían adoptar hoy día sin el más mínimo matiz. Por ejemplo, este reglamento empieza regulando sus sesiones y el horario que deben tener. En el artículo tercero van al grano sin anestesia: “Las sesiones no durarán más de tres horas, y lo más cuatro si algún asunto interesante al servicio público lo exige”. 

Pero, claro, hay que ser tajante y evitar los abusos, por lo que también está previsto que “pasadas las tres horas, o las cuatro, el presidente levantará la sesión y todo lo que fuera de ella se decidiere será nulo”, algo que está genial. ¿Y si el presidente se empeña en seguir adelante? También está contemplado que cualquier edil advierta al secretario para que le llame la atención. Vamos, que si este reglamento se hubiese aplicado el jueves, como muy tarde hubiese acabado el Pleno a las 15:30. Comida y siestón. ¿Dónde hay que firmar?