Teoría del hombre que habla bajito


“¿Niño, tú qué quieres ser de mayor?” “¿Yo?, hablar bajito” Y ya hemos creado al monstruo. ¿Verdad, Celaá?

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Salvador Illa. /Foto: LVC

Qué pena que ya estén hechas las candidaturas para los premios Goyas para este año. A lo mejor puede entrar en la del año que viene la de la despedida de Salvador Illa del Ministerio de Sanidad. Qué espectáculo, señora. El acto en La Moncloa podría contar, así, a bote pronto, con las siguientes candidaturas: Mejor Dirección (Iván Redondo), Mejor Actor Protagonista (Pedro Sánchez), Mejor Guion Original (Iván Redondo), Mejor Actor de Reparto (Salvador Illa), Mejor Actriz de Reparto (Carolina Darias), Mejor Actor Revelación (Miquel Iceta) y Mejor Montaje (otra vez Iván Redondo). Podía haber otra papeleta, la de Mejor Música Original, pero James Rhodes estaba ese día dedicado al activismo político y se le pasó la oportunidad. Una pena.

Todo este montaje monclovita nos retrató una forma de hacer las cosas en la que nada es lo que es sino lo que parece. En esto el PSOE siempre saca varias cabezas de diferencia a su más directo competidor. Es un fenómeno. Crea un mantra que a base de repetirlo hace que la gente se lo crea, como cuando idearon aquello de que un diputado cunero “había puesto a Córdoba en el mapa”, como si desde Séneca, pasando por los Abderramanes y terminando por Manuel Benítez o Vicente Amigo no lo hubieran hecho. Pues hubo quien se lo creyó, oiga.

El mantra de Illa consiste en que ha sido un buen ministro y será un buen candidato en Cataluña porque habla bajito. Poco importan los casi 100.000 muertos de la pandemia y el desconcierto de todos los españoles con las idas, venidas, rectificaciones, engaños y datos que no se ajustan a la verdad. Lo único importante es que habla bajito. No hay más méritos.

Para el PSOE, hablar bajito te sitúa en un escalón superior, por encima del resto de mortales. Es como cuando hace unos años se consideraba a quienes usaban gafas de pasta o camisas gris acera como la élite intelectual, que lo mismo firmaban un manifiesto de lo que sea que estaban anclados en las tertulias de TVE. Era la élite porque sí.

En Córdoba ya tuvimos dos concejales que hablaban bajito, como Illa. Ambos nos dibujaron la mejor de las Córdobas posibles, pero quedó en eso, en un susurro prácticamente ininteligible que algunos aplaudían con las lágrimas a punto de brotar. 

¿Tan malos son los que hablan bajito? No, ni mucho menos. Ahí tenemos el caso de Benedicto XVI, santo varón que habla bajito y aún nadie lo ha superado en el plano intelectual. En cambio, también hablaba bajito don Vito Corleone y era más malo que un rezno.

Esto es otra cosa. A alguien se le ocurre decir como valor positivo -porque no hay otra cosa que decir de él- que habla bajito y hay que gente que se traga el mantra de forma lanar, sin rechistar, y hacen de ello un modelo a seguir.

“¿Niño, tú qué quieres ser de mayor?” “¿Yo?, hablar bajito” Y ya hemos creado al monstruo. ¿Verdad, Celaá? No me extrañaría nada que a partir de ahora esta faceta fuese puntuable en el ya de por sí blandengue currículum escolar y de aquí a poco tengamos a una generación cuyo único mérito sea el hablar bajito. Y todo porque un tal Salvador Illa no tenía otro valor para ser resaltado.