El timo del desayuno


En los bares hay que elegir entre el pan de cereales o el de semillas, la chapata o el mollete, la viena o la baguette

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Desayuno. /Foto: LVC

Hace tiempo vi en la serie de televisión ‘El secreto de Puente Viejo’ una escena en la que se recreaba un desayuno en aquella España de principios del siglo XX. Los personajes se desenvolvían con total naturalidad, como si ése fuera el modo natural de iniciar el día para las familias del momento. Sobre un blanco mantel estaba el café, la leche, las tostadas y una jarra de zumo de naranja.

La productora debía estar cortita de presupuesto, ya que, en este plan, podrían haber incluído la caja con los cereales, la fuente del huevo revuelto y el aguacate, que ahora se lleva mucho, además un surtido con azúcar moreno, stevia, asparmato y sacarina para satisfacer todos los paladares y todas las dietas habidas y por haber.

El desayuno de los españoles de aquella época era otra cosa muy distinta a la jarra de zumo de naranja que se pasaban de mano en mano los personajes de ‘Puente Viejo’. Lo mismo pasa cuando se quiere hacer del desayuno una cuestión de identidad.

Hoy es el Día de Andalucía y por aquello de la pandemia no sé con certeza si se ha cumplido en los colegios el rito del himno con la flauta dulce Hohner y el desayuno. Ah, el desayuno.

A los pobres niños les dan el mismo timo que a los espectadores de ‘Puente Viejo’ y les hacen creer que el mismísimo Blas Infante desayunaba así, con su bollo de pan, su chorreón de aceite y su batido de fresa o su zumo de piña, a elegir. En algunos centros, incluso, se reparte una loncha de jamón para acentuar aún más el hecho diferencial andaluz, sin que nadie le explique a los alumnos que la tradición dice que gran parte de los andaluces tomaba jamón cuando estaban malos o cuando el jamón estaba malo.

El amoldamiento mental de la infancia es un proceso sutil que va por barrios y en cada región busca un resultado diferente. En nuestro caso, se busca la construcción de una Andalucía de laboratorio, en la que los niños creen que nuestros bisabuelos tomaban cada mañana su bollo de pan recién horneado generosamente regado con aceite de oliva virgen extra de primera presión en frío, que es el fetén para el colesterol malo. Y no es así. 

Estas generaciones que se han criado en la creencia de que el desayuno molinero era la norma a seguir por aquello de la dieta mediterránea, ven normal que en los bares haya que elegir entre el pan de cereales o el de semillas, la chapata o el mollete, la viena o la baguette. Del mismo modo que pensarán que lo propio de la tierra es el cuenco con el tomate triturado y los pizquitos de jamón, y que a ellos no se lo ponen en el colegio porque es un lujo que no está al alcance del AMPA.

En estos tiempos en los que el deporte nacional es la tergiversación de la historia para amoldarla a los intereses de aquellos que no están de acuerdo con ella, se hace creer a los niños que el desayuno molinero salió de las almazaras y llegó a todos los hogares, del mismo modo que a los mayores se les inocula el dato de que en los tiempos de ‘Puente Viejo’ ya se había implantado el desayuno continental, con sus brioches, sus embutidos, sus hojaldres y su fruta, para aliviar la conciencia frente a tanta caloría.