Domingo de Ramos al fin y al cabo


La papeleta de sitio es el salvoconducto para la experiencia de la autenticidad, bajo el cubrerrostros, en silencio, en anonimato, con nuestros titulares

domingo ramos
Niña viendo la Borriquita- /Foto: LVC

Qué Domingo de Ramos más atípico. El año pasado no lo hubo y se notó desde la distancia emocional del vacío más rotundo, donde las nuevas tecnologías de la comunicación fueron un sucedáneo alejado de la verdad absoluta, como la hamburguesa vegana lo es de la de vacuno. ‘Memes’, vídeos y mucha sentimentalidad rayana en la cursilería pusieron el sustituto idóneo a una realidad que aun entonces ni nos creíamos por la velocidad de los acontecimientos. Ni había Semana Santa ni podíamos salir a la calle.

Este año tampoco hay Semana Santa pero sí podemos salir a la calle. A estas alturas ya hemos superado el shock de aquel confinamiento que nos cayó del golpe y porrazo cuando las velas y las flores estaban ya encargadas y las papeletas de sitio se habían sacado como parte de ese ritual antiguo de una Cuaresma que nunca cambia. La papeleta de sitio es el salvoconducto para la experiencia de la autenticidad, bajo el cubrerrostros, en silencio, en anonimato, con nuestros titulares.

Esta Semana Santa, en cambio, sí se podrá estar en la calle. Esto ha desbocado la imaginación y la creatividad, que son esos factores que en las cofradías transitan por el filo de una navaja que lo mismo puede realzar una hermandad que hundirla sin remedio. En estos días veremos cómo las corporaciones se reinventan a sí mismas para ofrecer a propios y extraños algo aproximado a lo que debiera ser de no haber llegado la pandemia.

La aportación de este tiempo a las seculares tradiciones de las cofradías no es otra que la denominada veneración, que consiste en poner la sagrada imagen dispuesta como para un besamanos en el que no se besa la mano. Estas veneraciones han tenido bastante éxito y se llevan mucho en estos últimos meses, hasta el punto de que en algunos casos han estado las imágenes en estos actos extraordinarios a más distancia de sus fieles de la que están durante el resto del año. 

Esa imaginación y esa creatividad bulle como nunca lo ha hecho para rivalizar en una originalidad que pasa por unos montajes y unos altares que por fastuosos que sean nunca podrán competir con un paso en la calle. Pero lo importante del plan B de esta Semana Santa es que las hermandades han sabido reaccionar y decir un “aquí estamos” que es perfectamente encajable las normas sanitarias y de seguridad que nos impone la pandemia.

Se demostró perfectamente este Viernes de Dolores, cuando la cola para venerar a la Virgen de los Dolores volvió a pisar la plaza de Capuchinos y llegó hasta la calle Ramírez de las Casas-Deza con todo rigor, con sus preceptivas distancias, con su hidrogel y su termómetro en la frente. Había ganas de Viernes de Dolores y la ciudad supo recuperarlo como sabe hacerlo, frente al año anterior, que se materializó en la nostalgia de unos ramos de flores y unas estampas pegadas en la puerta de San Jacinto, mientras la hierba crecía indolente en el empedrado ante el Cristo de los Faroles.

Mientras la médula de la Semana Santa sigue estando en el Triduo Sacro, la expresión popular de esa religiosidad toma este año un cauce distinto y sustitutivo a las procesiones. Las iglesias nos esperan con sus puertas abiertas, pero también con el respeto que el covid-19 merece. En ellas tendremos ese anticipo que nos permitirá, al menos, volver a casa con la ropa oliendo a incienso.

Hoy no habrá niños aporreando tambores de plástico en la soleada espera de la Borriquita, ni prisas al bajar la Espartería para ver las Penas de Santiago. En cambio, hoy será día de estrenar algo, para que no se pierda lo que no es más que una superstición, pero también lo será de cargar los pulmones con el aire de la ilusión de lo que está por llegar -ojalá que sea en 2022-, y que no es otra cosa que una Semana Santa recuperada en su plena autenticidad.