En defensa de las tabernas


Por ellas discurre la historia del día a día, son los foros de la pluralidad y el mejor fomento para una buena amistad

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Como conozco a Carmen Calvo desde hace mucho tiempo ya no me sorprende nada, o casi nada, de lo que dice. Cada una de sus frases pide mármol para ser inmortalizada, porque la vicepresidenta del Gobierno es la aportación española más rabiosamente actual al selecto club de los Churchill, Chesterton, Napoleón o Wilde a quienes se les atribuyen todas las citas. 

Sus décadas en la política activa han florecido en innumerables frases para la eternidad que al momento corren de boca en boca, como hace unas décadas lo hacían los chistes de Chiquito de la Calzada. A cualquiera que se le pregunte es capaz de recordar algunas de estas citas por las que Carmen Calvo ocupa ya por derecho propio un lugar destacado en la memoria colectiva de España.

La mezcla de tabernas y berberechos con la victoria en las urnas de Isabel Díaz Ayuso se le ha vuelto en contra al menospreciar, desde esa suficiencia que sólo la izquierda sabe poner en escena, una forma de vida que no es ni de un bando ni de otro, sino que pertenece a todos, porque, por más que se empeñe el PSOE, hay cuestiones que no se pueden polarizar desde el odio, como tomarse unas cañas de cerveza con quien a uno le dé la gana.

Calvo ha intentado hacer saltar por los aires lo que no es más que una forma de vida. Las tabernas articulan la sociedad, son señas de identidad y espacios para la convivencia. Por ellas discurre la historia del día a día, son los foros de la pluralidad y el mejor fomento para una buena amistad. Las tabernas no se eligen, o rechazan, por ser de un bando o de otro, sino por razones más auténticas y profundas, como traer el vino de Moriles o de Aguilar, que esto sí que es un motivo para una buena discusión.

Las tabernas forman parte de nuestra vida y en ellas nos reencontramos cada vez que las pisamos. Acabamos haciéndolas tan nuestras que les guardamos luto cuando alguna baja la persiana definitivamente. Anda que no se echa en falta la freidora de El Gallo, cuyo olor llegaba hasta Alfonso XIII.

Carmen Calvo no ha ido por libre en estas jugada. Días antes contó con la salida inestimable del dócil Tezanos, quien le abrió el camino al crear el término de “tabernidad” como el caldo de cultivo que ha propiciado la victoria sin paliativos de Ayuso. La tabernidad, pedazo de cursi, es otra cosa.

La tabernidad es la mano tendida de Manolo Bordallo al recibir un cliente en Plateros de María Auxiliadora o la sorpresa de unos malagueños ante los boquerones al limón de la Taberna Góngora, que no los encuentran mejores en la Costa del Sol. Son las patatas bravas de la Taberna Regina o los berberechos del Bar Correo, ya que se empeña en ellos la vicepresidenta del Gobierno, así como la tertulia en la puerta de Casa Millán o los callos de Encarni en Casa Luis.

Calvo se ha metido en un callejón sin salida al politizar la ensaladilla rusa, la carne con tomate y el flamenquín. Su intento de resucitar las piqueras para los bebedores vergonzantes que no querían ser vistos en la barra de la taberna ha fracasado. Ahora sólo falta comprobar si cuando vuelva a Cabra va a entrar en el Tobalo o qué cara va a poner cuando se cruce por la calle con los Triano.