No hace falta haber estudiado economía para concluir que el denominado impuesto de plusvalía municipal (ese que acaba de tumbar el Tribunal Constitucional y sobre el que, a su vez, ha echado el ‘cerrojo’ para que no se pueda recuperar su importe de forma retroactiva) consiste en pagar por lo que es tuyo.

Es casi un eufemismo para evitar decir que es un acto casi de bandolerismo pagar por la venta de una propiedad que es tuya, o por la transmisión de esta o por heredarla. Y, esto último, es más sangrante. Por ejemplo, heredas la casa que fue de tu madre y antes de tu abuela y antes de tu bisauela. Por un mismo bien familiar, se da la paradoja de que se podría ir pagando el impuesto hasta cuatro veces. Así, sin anestesia, ni empacho, y con los ayuntamientos llorando porque les descuadra el presupuesto. 

Da igual que el Alto Tribunal haya dicho que el impuesto es injusto, no importa, lo que preocupa es de dónde sacar el dinero que no se va a recaudar y, adivinen, la fórmula pasará por cobrar al ciudadano (a usted, a mí y a todo el que anda por la calle) un nuevo impuesto. Esto no falla con las izquierdas, pero tampoco con los presuntos liberales que actúan cuales socialdemócratas de salón.

La plusvalía ya la teorizó Marxs, así que ya saben lo que inventarán y, por tanto, lo que nos espera. Agárrense.