¿Gore católico o catecismo de altos vuelos?


Posiblemente el dilema tenga mucho de bizantino; como aquellas cuestiones y debates que se centraban en tratar de dilucidar el sexo de los ángeles (-Por cierto, cuánto hubieran disfrutado en los intrincados debates en torno a la tan traída y llevada ideología de género-). El primer término del dilema, es decir, gore católico podría conducir a los “puritas” a ciertos equívocos ya que está referido a la producción cinematográfica de un director “católico” cuyo actor protagonista recrea a un personaje adventista del Séptimo Día. Dirige Mel Gibson y el protagonista da vida al soldado Desmond Doss, soldado de la infantería del ejército useño (-El vocablo es de Pío Moa-) que alcanzó la más alta condecoración militar de su país, la Medalla de Honor, por su heroico comportamiento en la batalla de Okinawa, donde salvó la vida a más de setenta compañeros. –Lo del gore lo dejo para los presumibles e hipotéticos futuros espectadores -.

El segundo término del dilema, es decir, catecismo de altos vuelos aún llevará a más equívocos si cabe. Los puritas al uso considerarán que un tipo como Mel Gibson no está para dar lecciones a nadie y mucho menos catequesis. A eso se le añade el disparate de estrenar una película que recrea los horrores de la guerra con una crudeza que puede lastimar a los espectadores más “bizcochables” en vísperas de Navidades (-Para ser fiel a la verdad, un servidor ha de reconocer que lo que verdaderamente lastimó su sensibilidad fue la Black Label Burguer al punto (al punto en lugar de poco hecha o muy hecha) con patatas fritas (patatas fritas en lugar de patatas asadas o ensalada) de la archiconocida cadena de restaurantes useños y que en el estómago del que escribe produjo durante horas el mismo efecto que produciría una manada de elefantes en estampida en los jardines de Versalles). Sin embargo, aunque no creo que le reporte muchos premios, la peli ofrece una serie de cuestiones más que reseñables por lo que de profundas y “catequéticas” podrían considerarse.

En primer lugar, Desmond Doss es un tipo al que no le falta la Biblia en ningún momento. Cuestión esta que no sería reseñable si no se tratase de una de una de esas posesiones por las que el texto sagrado no sale de anaquel del dormitorio o del estante del mueble-bar del salón-comedor. Desmond es un chico joven que no entiende su vida sin la oración por la que, en lectura sosegada, mantiene siempre el propósito de querer vivir en búsqueda permanente de la voluntad de Dios. Es sobrecogedora la escena en la que “todo lo que queda de una compañía” espera a que el joven Desmond termine sus rezos para emprender el ataque a los “japos”.

En segundo lugar, hay que prestar – y mucha – atención al personaje que da vida al padre de Desmond, excombatiente de la Gran Guerra (O sea, la Primera Guerra Mundial). Un tipo henchido de heridas en su alma y en su corazón que deja mucho que desear como esposo y padre pero al que la fe y la firme convicción de su hijo lo lleva, sólo apuntada en la peli, a una experiencia de regeneración por el testimonio de su hijo y a la realización de la más profunda quintaesencia de la vocación paterna (-Nunca es tarde es tarde si la dicha es buena -) que pasa por ayudar a la vocación del hijo. – ¡¡¡La paternidad también está llamada a ser sanada y curada en sus heridas!!! -.

En tercer lugar, Desmond Doss es todo un canto y una llamada de atención de que frente a un ideal de vida asentado únicamente en el individualismo, en el “a tu bola”, en el interés más inmediato no se puede construir una vida que realmente merezca la pena sin una escucha atenta a la conciencia, sin una mirada en la que se pueda, al menos, intuir que nada más engrandece el corazón humano que el servicio a la sociedad y a todas aquellas cosas que merecen la pena, vividos y entendidos como una verdadera vocación.

Pero si hay algo, y con eso termino, que llame poderosísimamente la atención, es cómo un chico enclenque, con profundas convicciones religiosas pero al fin y al cabo objetor de conciencia alistado en la infantería useña para combatir al agresor japonés, puede ganarse el reconocimiento y la estima de toda su compañía y de todo un país. La respuesta es sencilla: Porque sólo el amor es digno de fe. “Un amor que se me dona sólo puedo ‘comprenderlo’ como un milagro, y no lo puedo agotar empírica o trascendentalmente, ni siquiera por el conocimiento de la general y abarcadora naturaleza humana” (H. Urs von Balthasar, Sólo el amor es digno de fe, 52).

-¡¡¡ Ahhhhhhh, se me olvidaba!!! La peli se titula Hasta el último hombre. Es obvio que no me podré ganar la vida como crítico de cine. Así que zapatero (no Rodríguez Zapatero) a tus zapatos.