De Black Friday y otros eventos


Asumido el “cadavérico” Halloween– asumido y habiéndose convertido ya en todo un clásico casi parangonable a la Feria de Abril o a la Verbena de la Paloma – parece que, de un tiempo a esta parte, ha comenzado el período de asimilación del “consumístico” Black Friday. En este orden de cosas, otra cuestión serían las solemnidades de origen político-civil, cuestión no está exenta de cierto estupor, sobre todo, cuando, por ejemplo, el evento que da origen a la fiesta del 6 de diciembre parece encontrarse en estado de permanente duda y cuestionamiento: ¿A quién, a día de hoy, le apetece celebrar con bombo y platillos la Constitución del 78? Pero sería incompleta esta lista sin los pretendidos “Mercadillos y Zocos” temáticos, bien en su versión romana, medieval, islámica o teutónica – por aquello de la oktoberfest.

No se trataría de buscar “los tres pies al gato” al hecho de que esta nueva fiestología quiera o pretenda contrarrestar la ya existente. Pero posiblemente podría conducir a una serie de “consideraciones – digámoslo así – esenciales”. La serie es de tres.

Primera. Ya decía un gran teólogo, como lo fue Henri de Lubac, que, normalmente, los hombres “como para engañar su sed, buscan por diferentes caminos un sucedáneo de la Iglesia […] que ni la amistad, ni el amor, ni con mayor razón aún ninguna de las agrupaciones sociales que sostienen su existencia puede saciar su sed de comunión […] Lazos demasiado abstractos o demasiado particulares, demasiado superficiales o demasiado efímeros, que son tanto más importantes cuanto fueron más capaces de provocar un alerta. Nada de lo que el hombre crea o de lo que se desenvuelve en un plano puramente humano puede arrancar al hombre de su soledad. Esta se irá ahondando en la misma medida que el hombre se descubre a sí mismo, porque no es otra cosa que el reverso de la comunión a la que es llamado. Y tiene su misma amplitud y profundidad”.

Segunda. La segunda está referida a un hecho tal como que las personas sólo “hacemos fiesta” de aquello que nos importa o nos interesa y que difícilmente podemos vivir sin un ídolo al que, casi sin darnos cuenta, adoramos sistemáticamente. De ahí que cobre especial relevancia la atinada reflexión del teólogo Raztinger: “Ante la crisis políticas y sociales de nuestros días y las exigencias morales que éstas plantean a los cristianos, bien podría parecer secundario el ocuparse de problemas como la liturgia y la oración. Pero la pregunta de si reconoceremos las normas morales y si conseguiremos la fuerza espiritual, necesarias para superar la crisis, no se debe plantear sin considerar al mismo tiempo la cuestión de la adoración. Sólo cuando el hombre, cada hombre, se encuentra en presencia de Dios y se siente llamado por Él, se ve asegurada también su dignidad. Por este motivo, el preocuparnos por la forma adecuada de la adoración no sólo no nos aleja de la preocupación por los hombres, sino que constituye su mismo núcleo”.

Tercera y última – cierra el siempre conciso J. H. Newman -: ‘El dinero es el ídolo de nuestro tiempo. A él rinde homenaje instintivo la multitud, la masa de los hombres. Estos miden la dicha según la fortuna, y, según la fortuna también, miden la honorabilidad […] Todo esto se debe a la convicción de que con la riqueza se puede todo. La riqueza por tanto es uno de los ídolos de nuestros días, y la notoriedad es otro […] La notoriedad, el hecho de ser reconocido y de hacer ruido en el mundo (lo que podría llamarse una fama de prensa), ha llegado a ser considerada como un bien en sí mismo, un bien soberano, un objeto de verdadera veneración’ (J. H. Newman, mix. 5, sobre la santidad)

Postdata – y hablando de todo un poco – uno ya no es nadie si de forma habitual no llega a balbucear cosas como las ya citadas, Halloween, Black Friday o como performance, notebook, fitness, running (otrora footing), showcooking…