Religiosidad líquida


La verdad – ¿si existe la verdad? – es que la cosa podría haber sido intitulada como Religiosidad líquida o el Evangelio según Gianni Vattimo o “¡¡¡Estas tenemos los católicos del siglo XXI!!!”. La cuestión es que un repaso por la “perlas” que el filósofo italiano dejó en varios de sus diálogos con el también filósofo – en este caso francés – René Girard puede dejarnos toda una descripción de eso que he denominado como “religiosidad líquida” – el concepto no es de un servidor – o “Credo del hombre de hoy”. Ni que decir tiene que la respuesta a este “Credo” se constituye en uno de los grandes retos para la Iglesia de hoy.  – Así que ¡¡¡agárrese que vienen curvas!!!

Para “entrar en materia” el Credo de Vattimo se posiciona desde el primer momento: “A mí no me importa nada de la verdad, si no es con vistas algún fin”. En principio, ante “complejidades varias”, lo mejor es optar por la “calle de en medio”: “Ya no podemos decir que si la ciencia no conoce a Dios, Dios no existe. La ciencia tampoco logra establecer qué significa decir que estoy enamorado. Todas las cosas esenciales que caracterizan nuestra vida, sentimientos, valores o esperanzas, no son objeto de la ciencia”.

Así las cosas puede decir sin ningún rubor: “‘Gracias a Dios soy ateo’, esto es, gracias a Dios no soy idólatra, no creo que haya leyes de la naturaleza, no creo que existan cosas más allá de las cuales no se puede ir. Sólo creo que debo amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a mí mismo”. De ahí que simplifique hasta tal extremo: “La ley es el principio de caridad más las reglas de tráfico”.

También este Credo – en la versión de Vattimo – podrá ayudar a comprender la realidad de todo ciudadano: “Soy un ciudadano democrático, lo único que debo salvar es mi alma y mi libertad. Mi libertad quiere decir estar informado, pactar, crear leyes sobre las que estemos de acuerdo, respetándonos recíprocamente en nombre de la caridad. Sé que no es fácil, pero todos los demás mecanismos han conducido siempre a la existencia de autoridades que sabían mejor que yo qué debían hacer y que, por lo tanto, me imponían algo”. Por si quedasen algunas dudas reafirma por la vía del ejemplo: “Si alguien quiere tirarse por la ventana, yo lo cojo, lo ato durante algunos días, lo acaricio, le hablo durante semanas; si tras este tratamiento él quiere arrojarse todavía por la ventana debo permitírselo, porque su libertad es más importante que su vitalidad inmediata y que su supervivencia. Sobre esto sería interesante discutir: ¿no es acaso violencia el autoritarismo que dice ‘tú debes pensar así y basta’? Y el cristianismo ¿no es un acto de amor más que una revelación de la verdad? ¡También puede ser un acto de amor dejar que alguien, en un determinado momento, se tire por la ventana!”.

Ya se entiende que para crear un “Credo” habrá que ofrecer un “rostro de Dios”. El rostro de Dios según Vattimo es fundamentalmente – ¡¡¡pásmense!!! “relativista porque es el único que puede serlo realmente, desde el momento en que observa a las diversas culturas desde lo alto. Dios no es el contenido de una proposición, sino una persona que vino entre nosotros y dejó un ejemplo de caridad”. Vattimo así lo entiende: “No estoy muy convencido de que el relativismo sea una teoría equivocada, porque no es una teoría. Si acaso es una doctrina de la sociedad, pero en la sociedad hay que admitir, por razones de caridad, múltiples posiciones y, en general, estoy seguro de esto: no decimos que nos ponemos de acuerdo cuando hemos encontrado la verdad, sino que decimos que hemos encontrado la verdad cuando nos hemos puesto de acuerdo”. En resumidas cuentas: “Dios sólo puede ser relativista, porque la salvación de las almas no puede depender del contenido de determinadas proposiciones: una persona puede salvarse aunque no conozca el dogma de la Trinidad”.

Pero, también, además de una determinada comprensión del ser de Dios habrá que proponer una determinada creencia en el más allá. Aunque si después de decir: a) “El futuro también me asusta, ciertamente, pero más por razones ecológicas que por cuestiones de bien y mal”; y b) “El paraíso no puede ser sino un juego. El fin de nuestra vida es un fin estético. Aunque la ética, mientras tanto, cuenta mucho. Este ‘mientras tanto’ quiere decir respetar más a los otros que a las normas objetivas”; cabría preguntarse: ¿Realmente cree en una vida en el más allá?

Ya por último restaría describir el lugar en el que queda la Iglesia. Es evidente que Vattimo parte de un punto de partida bastante claro: “[…] hay burocracias que no quieren renunciar a sus privilegios. En las Iglesias sucede algo similar. No veo más que aparatos que probablemente tienen sus motivos para pensar que las mujeres no pueden llegar a ser sacerdotes. ¿La caridad tiene algo que ver con el hecho de que las mujeres no puedan ser sacerdotes? No. ¿Y entonces? Es sólo una cuestión de tiempos históricos. En la época de Jesús las mujeres no eran abogados ni ingenieros, tampoco los apóstoles eran polacos (o alemanes), pero estaban casados, eran pescadores o recaudadores de impuestos, y el Papa no está casado ni ha sido nunca pescador”. Con ironía trata de ejercitarse en lo que él entendería como un ejercicio de desenmascaramiento: “Una señora anglicana me dijo una vez: ¿Sabes que estamos separados solo porque Enrique VIII se volvió a casar? ¿Es posible que sigamos manteniendo esas fijaciones? Cuando el Papa se reúne con el Dalai lama ¿le preocupa que aquel pobrecito vaya al infierno porque no es católico?”.

Decía al comienzo del artículo: “¡¡¡Estas tenemos los católicos del siglo XXI!!!”. Hecho el recorrido – ¡¡¡Católico de a pie!!!, ¿¿¿Qué responderías ante semejantes argumentos??? Aquí radica el verdadero reto. ¿No estaremos demasiado licuados?