Una de las frases que presagiaba lo que terminó ocurriendo en la II República, por los continuos “golpes frente-populista”, la pronunció un brillante Catedrático, convencido demócrata, europeísta y sucesor de Pablo Iglesias al frente del PSOE y de la UGT, Julián Besteiro, cuando acusaba a una parte de la izquierda de la época de estar “envenenando la conciencia de los trabajadores con una propaganda falsa, que sólo puede llevar a un baño de sangre y luego a luchas entre las propias izquierdas.» Avisaba de la deriva bolchevique y totalitaria de una mayoría de comunistas, republicanos y socialistas que en fechas venideras llenaría las calles de España de sangre y muerte. En algunos casos sólo por el delito de ser cristiano, no separatista, militante de derechas, o simplemente disidente de la línea oficial del partido.
El político madrileño, muerto en la cárcel de Carmona en 1940 tras meses de injusto oprobio carcelario a cargo del Régimen de Franco, representaba a esa parte de la España más humana y moderna que, desde un ángulo de nuestro espectro político, convivía apesadumbrada con otra cainita y violenta que defendía que «la clase obrera debe adueñarse del poder político, convencida de que la democracia es incompatible con el socialismo, y como el que tiene el poder no ha de entregarlo voluntariamente, por eso hay que ir a la Revolución». Frase atribuida a Largo Caballero, sucesor de Besteiro en la jefatura socialista, que llevaron a la práctica los Carrillo, Negrín, Ibárruri…
Estas dos afirmaciones son testimonio vivo de que la etapa de la historia de España que va desde abril de 1931 hasta el 18 de julio de 1936 no fue la arcadia feliz inventada por seudo historiadores y políticos radicales que vienen retorciendo la llamada Ley de Memoria Histórica para convertirla en una trampa legal e intelectual de revancha y no en una norma reparadora.
Esta vía perversa la estamos padeciendo en Córdoba con los trabajos de esa nada democrática, y por ello tampoco representativa de la voluntad de los cordobeses, autodenominada Comisión de la Memoria Histórica. Y puede alcanzar su zenit con la aberrante iniciativa legislativa del PSOE de imponer pena de cárcel a quien dude de “su” memoria histórica, incluyendo una llamada Comisión de la Verdad (sólo el nombre da miedo) y, por supuesto, censura a medios de comunicación.
Esto nos recuerda a las leyes de Defensa de la República y la Ley de Orden Público de octubre de 1932, que permitieron cerrar durante meses medios independientes como ABC, encarcelando a su Director, o el diario católico EL DEBATE. Normas jurídicas impropias de un sistema de libertades y más aproximadas a las de regímenes totalitarios de corte comunista o fascista. O por tenerlo más a mano, cercanas a las prerrogativas gubernamentales en la actual Venezuela de Maduro y sus secuaces, o las que querían imponer los excluyentes nacionalistas catalanes con sus iniciativas legislativas del pasado octubre que ha tumbado el Tribunal Constitucional.
Como escribía años atrás Vargas Llosa en su Piedra de Toque del diario El País refiriéndose a la España de los años 30 “… aquellos no eran tiempos para la sana controversia de las ideas como quería Ortega, sino la de los fanatismos encontrados en la que los insultos y las pistolas reemplazaban rápidamente los debates y los diálogos entre los adversario”.
Por todo ello, apena que hoy los radicales de las dos Españas vuelvan a denostar con fuerza la Transición y la Carta Magna, la Constitución de 1978, que le dio naturaleza y reglas de juego. Unos forzando a su antojo su interpretación, cuando no ruptura, y otros tildándola de vaga e imprecisa, vamos que de aquellos polvos estos lodos.
Olvidan los unos y los otros que la transición democrática española fue un paso tranquilo y decidido del Pueblo Español de un régimen autocrático a otro democrático basado en dos valores fundamentales, Concordia y Consenso, que son la consecuencia del aprendizaje histórico de generaciones y generaciones.
Como sostenía el profesor Lamo de Espinosa en el cincuentenario de la muerte del Santo Laico “cuando aún no había culminado la guerra civil Julián Besteiro tuvo el valor y la clarividencia de entender que España carecía de futuro si éste no se asentaba sobre la reconciliación de vencedores y vencidos. Aquellos (las tropas de Franco) no lo quisieron, pero su invitación generosa es el primer acto de lo que no maduraría sino 40 años más tarde en la Constitución española de 1978.
El Pueblo Español en el 78 no quiso ni revoluciones ni ajustes de cuentas, ni olvido pero tampoco rencor. Los españoles apostaron por madurez y modernidad en su organización política: defensa de la libertad, superación de divisiones fraticidas, respeto a la pluralidad y convivencia en paz.
Por ello los constituyentes no formularon una “ley de leyes” rígida, maximalista, cerrada y univoca. Eso supondría no aprender de nuestra historia, volver a caer en la exclusión, en la imposición de un parte sobre el todo.
Pero este caminar, el denominado espíritu de la Transición, necesitaba de virtudes en los dirigentes del nuevo modelo de gobierno: mesura, empatía, respeto, diálogo, equidad…. Los principios de este contrato social se resumían en legislar y gobernar para todos, no contra una parte de España o de los españoles.
¿Eso significaba evitar discrepancias ideológicas o de modelo de Estado?, no. ¿Exigía la anulación de la singularidad de los individuos o grupos?, no. ¿Imponía por imperativo legal un pensamiento único?, por supuesto que no.
Lo que conllevaba esta manera de hacer las cosas, a diferencia de como se había gestionado en las décadas anteriores, era más democracia, más libertad, más respeto, más paz civil, más honradez individual y colectiva.
En definitiva, era evitar en el futuro que nadie tuviese que repetir la cita del recordado Julián Besteiro cuando en plena contienda civil del 36 clamó en radio a los madrileños “No puedo hablar porque no me consentirían decir lo que siento y pienso, a saber: que los españoles nos estamos asesinando de una manera estúpida, por unos motivos todavía más estúpidos y criminales”.
Muchísimos españoles no queremos frentismo ni guerra-civilismo, pero sí energía y convicción en defender los valores que nos unen para vivir en paz y libertad, entre ellos la reparación del daño injusto pero no volver al rencor y a la revancha. Ahí anida la justicia y la equidad. Tal vez por eso, siempre elegimos de forma mayoritaria a los más centrados, en el 78 o en el 2018. No lo olviden los desmemoriados.
Muy buen artículo Antonio. Ojalá los políticos entendieran esto y nos ahorrasen tantos disgustos. El problema de la clase dirigente es que sus problemas, sus rencores, sus heridas no cicatrizadas, los esparcen por la sociedad hiriendo a gente inocente que ya había pasado página, reabriendo heridas innecesaria y gratuitamente. Me gusta la referencia a Besteiro. Gracias
DEDIQUESE A COMENTAR LAS FRASES FAMOSAS DE TUS NEFASTOS MILITARES Y GOLPISTAS. ¿PORQUE MURIO BASTEIRO EN EL PENAL DE CARMONA?. ¿QUE MAL TIENE LA CLASE OBRERA?.LA SEGUNDA TIENE FACIL CONTESTACION: «»SI LA MASA OBRERA APRENDE A LEER Y A ESCRIBIR SE LE PUEDE DESPERTAR EL INSTINTO DE AMBICION QUE POSEE LA CLASE PREVILIGIADA»»