Todos en el PSOE, empezando por Pedro Sánchez, saben que ningún voto del Congreso de los Diputados es gratis. Que la puesta en escena para presentar la votación lo haya vendido como “el PP o yo” no puede esconder la ignominia del nuevo Presidente al elegir el atajo para llegar al gobierno.
Los partidos que lo han votado tienen tres objetivos comunes: primero desalojar al PP de la Moncloa, después cargarse el modelo de Estado surgido en la Constitución del 78 y, por último, salvo los derechas como el PNV y los herederos de la CIU de Jordi Puyol, quedarse con los votantes de izquierdas que le quedan a los socialistas. Los de centroizquierda ya volaron a Ciudadanos o a la abstención en las generales de 2015 y 2016.
La ausencia de Susana Díaz en el momento de la votación de Sánchez como Presidente, es fiel símbolo de que la sevillana no comparte semejante camino de perdición. Sería impensable con Felipe González o con Zapatero que un momento así no fuese prioridad en la agenda de cualquier dirigente socialista que se precie.
Por eso con estos “prendas” de compañeros de viaje sencillamente no hay viaje. Y así ha sido, no habían acabado los socialistas de hacerse la foto de grupo en la bancada de San Jerónimo cuando sus “desinteresados” apoyos de Podemos, ERC, PDECat, Compromís y Bildu registraban en el congreso su veto a los Presupuestos Generales del Estado que hace dos semanas aprobaba el Gobierno del PP con el apoyo de Ciudadanos, PNV y los Regionalistas Navarros y Canarios, y que Sánchez en sede parlamentaria comprometió mantener para ganarse los votos de los nacionalistas vascos.
El “pin pan pum” que se temía el portavoz del PNV no ha dado ni una hora de tregua. Tal vez por eso tanto los diputados nacionales de su partido como el lendakari Urkullu eran favorables a la abstención en la moción de censura, pero al final no pudieron convencer a los de la “boina” del Euzkadi Buro Batzar más proclives a la juerga separatista. Menuda penitencia que sus socios de moción de censura les fastidiasen las enmiendas que le sacaron al PP.
El horizonte del gobierno Frankestein presidido por Sánchez es nada halagüeño, y empeorará a medida que se acerquen las convocatorias electorales de municipales, autonómicas y europeas.
Pero no sería justo cargar en el inestable líder socialista las culpas del complejo, heterogéneo e ingobernable mapa político español, aunque sí la arriesgada salida que ha osado escoger.
La desvertebración social y política conformada en muchos países de Europa, por las consecuencias de la crisis económica y los nuevos escenarios productivos y de capital surgidos de la globalización y la digitalización de la economía, requieren de nuevas maneras de hacer política superadoras de los tradicionales bloques derecha-izquierda.
Los caminos que están siguiendo para gobernar en nuestro entorno cercano son distintos, pasando de la unidad estratégica de los partidos tradicionales alemanes al surgimiento de nuevos modelos políticos caudillistas y transversales como el que lidera Macron en Francia.
Y otros como los multipartitos e inestables ejecutivos belgas o el nuevo gobierno “monstruo” surgido en ITALIA coincidiendo la extrema derecha de tintes xenófobos del norte con el populismo radical cinco estrellas.
Pero en España, el cuestionado líder socialista ha apostado por el más difícil todavía, gobernar sólo, desde un partido que tiene menos del 25% de los diputados del Congreso pero con el apoyo, no se sabe a qué precio, de separatistas golpistas, algunos racistas y supremacistas, a los que hace sólo unos días contribuyó no sólo a detener y encarcelar sino que incluso pidió modificar el código Penal para endurecer las sanciones a sus conductas. Y además, con populistas bolivarianos, y con los herederos políticos de etarras y, también, con la derecha nacionalista vasca.
Un Bambi socialista nos condujo como país a una situación económica y social límite en 2011, muchos nos tememos los peores augurios de su aprendiz Sánchez y de “los prendas” que lo sustentan.