Reflexiones varias


No sé porqué hoy, después de disfrutar de un largo puente,me siento especialmente melancólica. Quizás sea porque me he dado cuenta de que ya hemos entrado en el mes de mayo, y que a finales de junio, terminará el curso escolar; aquello para lo que vivimos y trabajamos los docentes y que hacemos parte muy importante de nuestras vidas, lo que muchos no son capaces de entender así.

No, no es un trabajo simplemente. Cierto que es una forma de vida, que implica no solamente el trabajar para recibir una compensación económica, sino que se lleva en cada alumno que tenemos, un trocito de nuestra vida. Sabemos que detrás de cada cara, de cada uno de los rostros, hay un ser que merece la pena tener en cuenta, luchar por él y por el que dar ese pedacito de nosotros.

San Juan Bosco decía que “no hay jóvenes malos; hay jóvenes que no saben que pueden ser buenos y alguien tiene que decírselo” Y ese alguien somos nosotros, sus profes, además de su familia, claro.

Casi sin darnos cuenta, se va terminando el curso escolar. Casi sin darnos cuenta, nuestros alumnos van cambiando y ya no son los mismos que recibimos a mediados de septiembre. Pero claro, nosotros tampoco somos los mismos que comenzamos. Procuramos hacerlos más responsables, más fuertes, más…., y a veces no nos damos cuenta de lo que cada uno de ellos nos aporta, nos transforma, nos forja en nuestro vivir.

Esta reflexión contiene parte de alegría y parte de tristeza. Alegría por poder ser parte de la formación y acompañamiento de unos adolescentes, con una edad que nadie quiere, pero que todos hemos pasado, con una edad que nadie entiende, pero en la que todos nos sentimos incomprendidos, con un proceso de maduración que no todos compartimos de su misma manera. Pero una etapa preciosa, una etapa necesaria y sumamente importante para que ellos logren llegar a ser personas capaces y responsables.

Cómo va cambiando nuestro concepto acerca de ellos, cómo nos van demostrando que son capaces de absorber todo aquello que les vamos transmitiendo  y aunque a veces, a su manera, lo van aceptando y lo van haciendo parte de su día a día. Melancólica y sentimental, así me encuentro cada año cuando se aproxima el término de un curso, y es que considero que nuestra actividad es tan importante hacia ellos, que nos hace imprescindibles en su educación y formación como personas, como buenas personas; de la misma manera que ellos son importantísimos en nuestra vida, cómo nos influyen y afectan en todas nuestras dimensiones.

Tristeza porque algunos quedarán atrás, otros se irán a otros centros, se formarán nuevas clases, y se producirán cambios en sus vidas, que hará que el nuevo curso no sea lo mismo. Ni mejor ni peor,…. distinto.

Qué suerte tenemos los docentes de contar, además de con nuestra familia de sangre, con la gran familia de nuestros alumnos, aquellos que van haciendo nuestro día a día, curso tras curso y por los que merece la pena enfrentarnos a las nuevas tecnologías, a las exigencias cada vez más apremiantes de una formación a veces incomprensible para la gran mayoría de los que hemos dedicado una parte muy importante de nuestra vida a la enseñanza.

Y ahí seguimos. Intentando formarnos cada día, intentando conseguir evaluar por estándares, por contenidos, o por cada cosa nueva que surja con tal de poder seguir compartiendo con ellos nuestras vidas.