La ceguera


La mentira se disculpa, se disfraza, se utiliza, se empondera y se lanza al rival por el mero hecho de no reconocer los errores

Dice el refrán que no hay peor ciego que el que no quiere ver. En la vida y en el amor suele ocurrir: por ejemplo, es imposible demostrarle al celópata que sus conclusiones son erróneas y que lo que sospecha o sencillamente ‘ve’ es una reproducción de su propia mente, de sus propias vergüenzas ocultas, de sus miedos, de su inseguridad, de sí mismo. Puede toparse con la prueba palpable de su error de apreciación, que seguirá considerándola falsa. Solo alimentará su propio veneno que lamentablemente repercute en el otro y acaba destruyendo la relación, para dolorosa satisfacción del celópata, que se demostrará con ello a sí mismo que llevaba razón.

Pues que con su pan se lo coma.

En la vida ocurre últimamente mucho. La mentira se disculpa, se disfraza, se utiliza, se empondera y se lanza al rival por el mero hecho de no reconocer los errores, de imponer un discurso, una realidad irreal, una sinrazón totalitaria. Da igual que los hechos no sean los que avalan el relato: lo importante es llevar razón para quitársela a los demás. Los demás suelen ser los que no piensan igual, por lo general gente normal que paga impuestos, pandemias y recibos desorbitados de la luz. Y callan y maman.

Hasta que se cansen. Y como la sufrida pareja del celópata manden todo al garete. Y se le hinchen las fobias y quiten la ceguera del enfermo a base de dignidad y desprecio.

O lo que es peor: que salga el verdadero odio que almacenan los machacados. Eso mismos a los que los celópatas del pensamiento único dicen defender.