No es una polémica casual


 

Vox Pernichi
Cartel de la campaña del Ayuntamiento de Córdoba. /Foto: LVC

La semana que termina ha estado marcada, entre otros asuntos, por la polémica levantada a cuenta de la campaña que el Ayuntamiento de Córdoba, a través de su delegación de Asuntos Sociales e Igualdad, presentó para a las pocas horas retirarla. Una campaña dirigida a la conmemoración del 25 de noviembre, jornada estipulada para concienciar hacia la violencia que sufren las mujeres, y que se quiso centrar en el papel de los hijos que sufren los maltratos en casa. Maltratos, obviamente, del hombre hacia la mujer, esto es, del padre hacia la madre. “De mayor yo no quiero ser como mi papá”, lema de dicha campaña, provocó una ola de indignación de la magnitud de estos tiempos: redes sociales, y eco nacional. Hasta el propio alcalde José María Bellido (PP) se vio en la obligación de intervenir  ordenando la retirada de la campaña “como padre, además de alcalde, que es”.

Sobre el conflicto político que esto puede suponer para el equipo de co-gobierno municipal o no, las relaciones entre los partidos que lo sustentan (PP y Ciudadanos) o la propia situación personal de la edil afectada- sobre la que ha recaído un peso desproporcionado de críticas-  se ha escrito mucho esta semana. No nos detendremos, de momento, más en ello. Sobre lo que subyace, la mecha que ha provocado las aireadas reacciones de los ciudadanos y el agravio que muchos han sentido, quizá se haya reflexionado menos. Es cierto que hay quienes han apuntado a una polarización de la sociedad que hace que campañas como esta, cuyo fin es ciertamente loable, acaben en una jornada conflictiva en medios de comunicación y redes sociales. Y posiblemente habrá que analizar con detenimiento la carga que la respuesta dada de forma generalizada a la campaña posee.

El motivo más repetido entre los agraviados ha sido la generalización: se da a entender que los padres (varones) son maltratadores. Como si no hubiera madres que fueran capaces de maltratar. En realidad, y de manera ‘oficial’, ese maltrato  maternal no existe, y esto viene ocurriendo desde la entrada en vigor de la conocida como Ley contra la Violencia de Género, que ha impuesto, con el soporte y apoyo político y mediático de sus impulsores y mantenedores, una visión de la sociedad y de la realidad en la que el hombre varón, por el mero hecho de serlo, ejerce la violencia contra la mujer. Llevamos muchos años en España tratando de luchar contra la violencia hacia las mujeres con cañonazos legislativos e identitarios que, por cierto, no solucionan o palian el tremendo horror que supone este tipo de violencia. Decir esto, y rizando el rizo, puede ser hasta constitutivo de delito – no se ‘debe negar’ la violencia machista- como un claro ejercicio de imposición de un pensamiento único que va mucho más lejos, por supuesto, que el espíritu propio de la ley.

Ha habido que soportar el hecho de que partidos políticos que veían en la legislación y las políticas seguidas en esta materia- con sus correspondientes leyes educativas- un agravio con traje inconstitucional e injusto para más de media población, hayan no solo cambiado de opinión, sino abrazado tal despropósito. Particularmente llamativo fue el caso de Ciudadanos que en su discurso primero hace algunos años, cuando comenzaban a tener proyección nacional, planteaba el cambio de la ley por su carácter asimétrico e ineficaz para finalmente abrazar los postulados no solo de dicha legislación, sino de todo el ‘corpus’ ideológico que esta conlleva.

Lo que ha ocurrido esta semana no ha sido sino una muestra más del hartazgo, cada vez mayor, de una ciudadanía de hombres y mujeres que sufren, no ya una ley determinada, sino una imposición social y política de la denominada ‘ideología de género’ y del resto de visiones identitarias de la realidad que tienen su espíritu en un neomarxismo que busca constantemente la confrontación social para mantener la falacia y el fracaso que ya se le conocen y que padecen millones de personas en el mundo bajo dictaduras comunistas.

Lo de estos días ha sido solo una espita que ha saltado. A la caldera se le sigue metiendo presión. La polarización, en efecto, existe. Pero habrá que denunciar quiénes hace uso de ella para sus perversos propósitos.