El cambio de año


Este año, el cambio de calendario sí ha despertado una unanimidad que no se había visto hasta ahora, como era la necesidad de pasar página

reloj tendillas fin de año
29/12/2020 El reloj de las Tendillas, en una imagen de archivo. POLITICA ANDALUCÍA ESPAÑA EUROPA CÓRDOBA AYUNTAMIENTO DE CÓRDOBA

Lo mismo que cada uno nace donde quiere, el año comienza en el momento en que a cada uno le place. No estoy por derribar el mito del 1 de enero, del que en parte participo, sino que a lo largo del tiempo he visto casos de celebrar el año nuevo -aun sin saberlo- en cualquier instante del calendario.

Lo del 1 de enero, ya se sabe, es en síntesis el cambio de almanaque. Poco más. A partir de ese día hay que tener mucho cuidado a la hora de escribir cualquier fecha, ya que automáticamente sale la del año anterior. Se le dice adiós a cuatro dígitos y llegan otros cuatro que nos acompañarán durante 365 días. No hay más.

El éxito de celebrar la llegada del 1 de enero es que esta fiesta está incrustada en medio de las pascuas navideñas, casi equidistante entre la Nochebuena y la fiesta de los Reyes Magos. Esto supone un respaldo publicitario de primera magnitud, ya que entra dentro de unas celebraciones de primer orden, sobre todo en nuestro entorno más cercano.

En caso de no ser así, o en los países que no gozan de la Navidad, el Fin de Año es la oportunidad de irse a un hotel, o a la calle si no hay más recursos, con matasuegras y confetis para disfrutar de la mejor manera posible para volver a casa con unas cuantas copas de más.

En esto no hay unanimidad, pero lo cierto es que cada cultura, cada rincón del orbe, tiene su propia gran celebración que está salpicada en el almanaque sin coincidir con el 1 de enero, desde el Día de Acción de Gracias hasta la Pésaj de los judíos, pasando por las fiestas más diversas que son las grandes fiestas en las que se reúne toda la familia.

Si se presta un poco de atención al entorno de cada uno se advierte que aunque se celebre y se disfrute el Fin de Año, el catálogo suele ser de lo más diverso y cada uno vive el cambio de anualidad como le da la gana. Un caso clásico es el del sector docente, para el que los años van de septiembre a septiembre y la Navidad no es más que una pausa vacacional de un par de semanas en el inicio del invierno.

Otros, en cambio, tienen su inicio de año con el arranque de la Liga y cuentan los años por temporadas. Lógico. Sólo viven para el fútbol y todo lo demás gira en torno a los colores de sus amores. La memoria está articulada en alineaciones, entrenadores y resultados en la Liga, donde se encajan con facilidad todos los demás recuerdos.

De forma parecida, hay cofrades que terminan el año en el momento en que sueltan el cirio tras la procesión. Podrán quedar más de 365 días, o menos, da igual, lo importante es que se da por terminado un año, que con esto de la  pandemia se está prolongando más de la cuenta, para desesperación de algunos.

A nadie le llama ya la atención que los rocieros midan el tiempo de romería en romería y, al igual que los cofrades y también los feriantes, están en estos meses en plena travesía de un desierto que no imaginaban ni en sus peores pesadillas. Los futboleros, al menos, tienen el consuelo de seguir los partidos aunque los estadios estén vacíos.

Los ejemplos se podrían multiplicar, porque la casuística no tiene fin. Este año, el cambio de calendario sí ha despertado una unanimidad que no se había visto hasta ahora, como era la necesidad de pasar página, de olvidar de una vez el 2020, y poner todas las esperanzas en un 2021 que nos sirva para olvidar lo pasado y remontar con un optimismo que, eso sí, no nos falta. Que así sea.