Los silencios de Cercadilla


En toda esta historia sólo hay un socialista que merezca ser salvado de esta vergüenza y es el senador Joaquín Martínez Bjorkman

Cercadilla
Yacimiento de Cercadilla. /Foto: LVC

El aniversario de la aparición y posterior destrucción del yacimiento de Cercadilla ha reavivado en Córdoba un debate que se vivió con intensidad hace tres décadas, y eso que en aquella época no había redes sociales que hubieran amplificado, troleado y distorsionado los mensajes de un lado y de otro. Aun así el tema estuvo en la calle y, como suele pasar casi siempre, cada uno tenía su opinión, que era la única y verdadera.

Visto con perspectiva, fue un hito que en aquella época, con una Córdoba aún casi provinciana, que acababa de descubrir los placeres del AVE y de unas autovías gratuitas, se discutiera de arqueología en las tabernas. Nadie llegó a valorar ese hecho que supuso un revulsivo en la mentalidad colectiva de una ciudad para la que todo aquello que apareciera en el subsuelo eran cuatro piedras que paralizaban las obras y que impedían el progreso.

El debate no era nuevo, en absoluto. Ya en la segunda mitad del siglo XIX el gran Rafael Romero Barros libró numerosas batallas en favor de un patrimonio monumental cordobés que iba desapareciendo paulatinamente del mapa. En aquellos años se adaptaba Córdoba a la modernidad que imponía la burguesía en las grandes ciudades. La llegada del ferrocarril, la apertura de avenidas y la construcción de edificios en altura encontraban el obstáculo del palacio renacentista o de la iglesia medieval que frustraban los proyectos.

Romero Barros se fajó convenientemente y bajó al fango para defender la parroquia de San Nicolás, la casa del Águila o la de los Bañuelos, por ejemplo. Ganó unas batallas y perdió otras, pero quedó alineado con los carcas frente a los progres que anteponían la modernización de la ciudad frente a cualquier otro criterio de carácter conservador.

Pues algo parecido ocurrió con Cercadilla. El esfuerzo de los arqueólogos fue inmenso y heroico por trasladar a la sociedad el mensaje de la importancia del yacimiento frente a unas instituciones que tenían intereses contrarios a los suyos y que dominaban los principales medios de comunicación. El pulso era muy desigual: un departamento universitario contra un Gobierno central del PSOE, una Junta de Andalucía también del PSOE, y un Ayuntamiento gobernado por IU. Nadie lo diría.

Las instituciones no tenían escapatoria. El calendario apretaba y había que terminar lo de Córdoba como fuera. Mientras, en TVE se alababan las excelencias del AVE repitiendo siempre que era el único trazado sin pasos a nivel, cuando seguían en vigor los de Las Margaritas y los Santos Pintados. Ay. Cuentan, además, que cuando la Reina doña Sofía, que en aquel 1992 iba a la Expo de Sevilla cada dos por tres, cruzaba Córdoba, preparaban su paso por la ciudad de tal manera que no viera nada por las ventanillas, porque habían aparcado trenes de mercancías a un lado y al otro de la vía del AVE para que no descubriera cómo afloraba Cercadilla y diera la voz de alarma.

El alcalde, Herminio Trigo, que redujo lo aparecido en Cercadilla a un anillo y una piscina limaria, dio por bueno un campanudo documento elaborado por arqueólogos, arquitectos e ingenieros que garantizaba la conservación de buena parte del palacio tardorromano a cambio de hacer la estación donde estaba previsto. Tururú. El Consistorio colaboró generosamente suprimiendo un vial previsto, entre otras medidas muy costosas, pero se la colaron hasta la gamuza, algo que ya había advertido con clarividencia el parlamentario del PP Juan Ojeda.

El Gobierno central del PSOE y la Junta del PSOE optaron ‘manu militari’ por la política de hechos consumados y en toda esta historia sólo hay un socialista que merezca ser salvado de esta vergüenza y es el senador Joaquín Martínez Bjorkman. Como en tantas otras ocasiones, antepuso la ciudad a las siglas de su partido y clamó por la defensa de Cercadilla, lo que le costó varios calentones de cabeza al entonces ministro de Cultura, Jordi Solé Tura.

La estación del AVE se inauguró en septiembre de 1994 en medio de una euforia que amortiguaba el dolor por Cercadilla. El Gobierno central, más vivo que un setter, se desentendió rápidamente del tema y la patata caliente quedó en manos de la Junta de Andalucía, que hace unos años se la pasó al Ayuntamiento para su gestión. El gobierno municipal de Isabel Ambrosio -sí, el mismo que pedía la gestión pública de la Mezquita-Catedral- no dio la talla con la gestión de algo mucho más siempre como es Cercadilla. Así de simple.