Nuestro patrimonio


España está cambiando aceleradamente, como de costumbre, y a los viejos ya no nos interesa que se nos acelere el pulso. Por eso nos hacemos conservadores.

Virgen de la Sierra./Foto: LVC niños
Virgen de la Sierra./Foto: LVC

            El otro día me comprometí con un amigo a no hablar más de Carmen Calvo. No porque no se lo merezca, no porque no siga disparatando al ritmo de una ametralladora, no porque no haya reducido la política socialista a un teatro del absurdo y a sí misma a un personaje que tiene a Zapatero por autor y a Sánchez por director. No. Tan solo quiero dejar de hablar de ella porque es de Cabra y, por tanto, cordobesa, o sea, por cortesía provinciana. Mi amigo, que votó a Anguita en su momento y ahora fluctúa entre el PP y Vox, sube de vez en cuando a la Virgen de la Sierra y allí lo perdona todo. También su pasado. Y yo lo comprendo. Esta Señora está muy alta. Desde aquí vemos Málaga, la misma Maroma que yo y él divisamos muy cerca en Torre del Mar. Y alcanzamos Granada y Sevilla,  y casi, en un día muy claro, podríamos ver la Marisma y ensoñar al Rocío camino de su aldea. Es lo que pasa cuando se está en ese lugar, en el centro de Andalucía, y uno cree que España existe por razones obvias. Los andaluces somos más españoles que nadie, a pesar de Blas Infante, o con él, que al cabo tuvo que confesar en un verso que su enredo político era “por España y la humanidad”. Lo que acaso no concretara con la precisión debida en Ronda, ni siquiera en el Círculo de la Amistad de Córdoba, si bien le vendría inspirado desde el Picacho de Cabra, que visitaría en sus tiempos de estudiante en el Instituto Aguilar y Eslava. También pasó por allí Carmen Calvo, y por las escolapias. Supongo que se malearía en la universidad, como tantos otros en aquel tiempo hortera y campanudo. Yo soy egabrense consorte y enamorado. Desde Asunción y Ángeles hasta el Santuario voy a veces por libre y allí respiro el aire que nos hace de aquí, de punta a punta, universales. Tengo en mi casa el estandarte de la Sierra, multicolor y geométrico, como un cubo de Rubik que resolviera la reconquista. Me identifico con él y con la bandera de España y con el águila de San Juan y con todas las cruces que me encuentro en el camino. Uno es lo que es: cristiano viejo e hidalgo pobre de Castilla. Y nací en Andalucía, que es la extensión natural de Castilla y la frontera abierta que la convirtió primero en España y luego, tras el océano, en las Españas.

Virgen de la Sierra./Foto: LVC
Virgen de la Sierra./Foto: LVC

 

            Yo no soy nacionalista, Dios me libre, pero cuando veo que las comunidades autónomas son el único contrapeso, que diría nuestra vicepresidenta, ante el totalitarismo creciente del ejecutivo, casi estaría dispuesto a considerar afortunado el malhadado título de la Constitución que las ampara. España está cambiando aceleradamente, como de costumbre, y resulta que a los viejos ya no nos interesa que se nos acelere el pulso. Por eso nos hacemos conservadores, aunque algunos lo hayamos sido siempre, tal vez solo por llevar la contraria incluso a los jóvenes cuando lo éramos. Ahora somos conservadores de la Constitución del 78, a la que algunos ni siquiera votamos favorablemente. Yo tenía 22 años entonces y creía que una España más orgánica era posible, porque de hecho la veía en marcha. El título octavo, capítulo tercero, convenientemente engarzado al artículo segundo del título preliminar, me parecía la voladura sistemática de la patria y del Estado. Pero uno solo sabe de verdad la historia que le enseñan los años, nunca la que lee en los libros. Y me ha llegado el momento de ver la Constitución como el mayor logro de la España del siglo XX y su mejor legado para el siglo XXI. Gracias a nuestra monarquía y a quien la restauró, el caudillo Francisco Franco.

 

            Este es mi credo, que es simple y complicado a la vez. Puede que contradictorio, polémico o ignaro. Pero, sin duda, más sensato que cualquier cosa que pueda argüir Carmen Calvo.