Tiempo para la lectura


Los pobres chavales caen en el engaño porque creen que todo libro es literatura y muchos tienen el mismo valor literario que un manual de programación en Basic

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Libros. /Foto: LVC

Cuando los antiguos planes de estudio contemplaban una verdadera y sana afición por la lectura y la buen literatura existía una lista de imprescindibles que sabías que te tendrías que ir empapando curso a curso. Todos sabíamos los libros que tendríamos que leer en segundo de BUP y cuáles en tercero. Los ejemplares pasaban de mano en mano y, como es lógico, unos gustaban más que otros pero por encima de todo quedaba -no siempre era el caso- la afición por la lectura.

Los actuales planes de estudio simulan fomentar la lectura, pero en vez de aproximar los estudiantes a la literatura se les acerca a determinadas formas de pensar que son muy útiles para que el poder moldee la sociedad a su antojo. Adoctrinamiento se llama.

Los pobres chavales caen en el engaño porque creen que todo libro es literatura y muchos de ellos tienen el mismo valor literario que un manual de programación en Basic. Aquí es donde las familias tienen que hacer ver al joven que no todo lo que se enseña en el aula tiene un valor absoluto. Si los padres se inhiben, que no se lleven luego las manos a la cabeza.

Bueno, al grano: Estos libros que había que leer sí o sí en aquella época en la que los planes de estudio eran todo un universo frente a las parcelitas catetas a que los han reducido últimamente -y más que lo van a hacer en el futuro-, y cuyos defectos, que también los había, estaban a distancia sideral que lo que hay hoy día. Vamos, que hay hasta quien los echa de menos.

Uno de aquellos libros que había que leer para aclimatar el paladar literario era, por ejemplo, ‘Tiempo de silencio’. Una obra dura, bronca de leer para un adolescente que aún no había salido de Enid Blyton y Richmal Crompton, pero imprescindible para forjar el espíritu en el apasionante libro de las letras. Era el salto a las antípodas.

Esta iniciación a la lectura de calidad era la puesta del joven en la pista de despegue, desde donde podía alcanzar altos vuelos o quedarse en tierra. Era la oportunidad que se le brindaba para que abriese su mente al inabarcable mundo de la literatura o se quedase, como mucho, en ‘El jueves’.

Las siestas del verano son el tiempo privilegiado para la lectura. El silencio total, la ausencia de actividad en el teléfono movil, y la comodidad de la cama o un buen sillón siempre han sido factores a favor para que en estos meses se devoren los libros con más velocidad que en el resto del año. Éste era el momento en el que muchos agradecían esa vocación por la lectura que se había despertado y fomentado durante el periodo estudiantil.

En todo esto jugaba, y juega, un papel importante el profesor. Si está motivado y cuenta con los recursos de todo tipo necesarios para el desempeño de su labor puede lograr que un porcentaje importante de sus alumnos aprendan a leer, que es algo así como aprender a pensar, a tener criterio propio. En cambio, si el profesor está maniatado por los planes de estudio y cohibido por la presión que ejerce la inspección poco podrá hacer, más allá de ser complaciente con todo y con todos, y desear que el curso acabe cuanto antes.