Muy triste lo ocurrido


Estos primeros días de septiembre están siendo muy intensos y tensos no solo en el ambiente estatal, sino también en el ámbito local. Tras las mociones presentadas en el pleno municipal, conocidas a lo largo de la semana, y la situación violenta que ha acontecido en el transcurso del mismo, vienen como anillo al dedo las palabras que el Obispo de Córdoba nos ha trasladado en la misiva semanal que dirige a todos los fieles: “La Iglesia nos invita a orar por los que nos gobiernan, no en virtud de nuestra coincidencia con ellos, sino en virtud de que los constituidos en autoridad tienen la preciosa tarea de servir el bien común, el interés general, y para ello necesitan la virtud de la prudencia. Esa virtud viene de lo alto, y por eso hemos de pedirla a Dios insistentemente para ellos. (…)“Para que podamos llevar una vida tranquila y sosegada, en paz” . Ese es el objetivo de los que gobiernan: que vivamos en paz”.

¡Cuánta verdad! Aún se nos hace incomprensible cómo un sector político tiene un interés desmedido en tocar las narices a un sector mayoritario de la población. Sirva de ejemplo todo el revuelo montado con la iniciativa laicista que finalmente ha sido rechazada. Su intención, por mucho que ahora se quiera revestir de un “buenismo” bobalicón, no era otra que la de perturbar una paz establecida en el tiempo y respetada por unos y otros. Los cordobeses en ningún momento han mostrado preocupación o rechazo por que las autoridades políticas como tales y en función de sus cargos asistan a actos religiosos, sean de la religión que fueren, como tampoco se discute que puedan ir a cualquier acto organizado por un colectivo ciudadano, esté en una u otra opción ideológica. Los ediles representan a toda la ciudadanía y hacen bien en estar presentes allí donde sean invitados, más aún, es de ser educado y buen gobernante participar, no a título personal, donde los ciudadanos en mayor o menor grupo o representatividad celebren actos, fueren de la índole que fueren, siempre y cuando no atente contra los principios de otra parte o perturben la sana convivencia.

Como comprobamos una y otra vez, generar un problema con la religión católica no es lo que realmente preocupa a la ciudadanía. Sin justificar en modo alguno las formas con las que se han conducido los ciudadanos en el pleno, porque estoy convencido de que ese no es el camino por muy hastiados, ninguneados o ignorados que se sientan, sí evidencia que los cordobeses quieren respuestas a los problemas cotidianos. Basta de mensajitos tipo y adolescentes en las redes sociales, hay que responder son seriedad y premura a las necesidades reales porque se nos va el tiempo en palabritas y en burocracia en tanto la casa está sin barrer y el ciudadano, resignado, tira la toalla.

No quiero pasar este momento sin recordar que la gente de a pie ya no está dispuesta a quedarse sentada en su sillón, entregada, encogida de hombros, observando una y otra vez la tragicomedia o el circo de declaraciones grandilocuentes de ida y vuelta con que hasta ahora se pretendía anestesiar la conciencia y la capacidad de pensar del individuo confiado. Vivimos un tiempo en que muchos se han decidido por determinarse con entera libertad y no dejar que su voz sea silenciada o marginada por pensar de forma diferente o tener una convicción religiosa. Aquí nadie tiene la superioridad moral, y nadie puede apocar a aquel que desde su mismidad quiera trabajar por la justicia y la equidad con espíritu de comunión y caridad, para que como nos invitaba el Obispo se busque y se construya la paz.