La fantasía de la misericordia


El papa Francisco vuelve a sorprendernos con un lenguaje cromático, sonoro, de una belleza cargada de ternura y creatividad, para estimular a los fieles a no cerrar las puertas que durante este año Jubilar han refrescado y renovado a la Iglesia. Con la expresión “la fantasía de la misericordia” insiste en que tenemos por delante una apasionante tarea hacia el mundo, dar vida a iniciativas nuevas que hagan visibles la bondad de Dios; porque la misericordia “no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del evangelio”.

“Flipo en colores”, cuando observo con asombro los titulares a los que han reducido la preciosa carta pastoral del Papa “Misericordia et misera”. Por supuesto que pone de manifiesto que concede a los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto. Pero sería muy simplista quedarse con esto. Son muchas más las cosas que dice, por ejemplo, con referencia al sacramento de la penitencia, como que es un momento donde “Dios muestra la vía de la conversión a él, y nos invita a experimentar su cercanía” y donde también nos pide que nosotros estemos dispuestos a perdonar a los demás y a no encerrarnos en el rencor, la rabia, la venganza, siendo así personas enterradas en la tristeza, negadas a vivir la alegría del amor.

A los sacerdotes les pide algo más, que no sean agrios, ni aburridos, ni prepotentes, ni displicentes. Cuántos fieles se han acercado a un cura y lo han visto distante, cuánta gente ha salido de un confesionario peor que entró, cuántos han salido abroncados y sin consuelo. En cambio, el Papa, dice a los sacerdotes que sean acogedores, testigos de la ternura paterna, solícitos en ayudar a reflexionar, claros a la hora de exponer la doctrina, disponibles a acompañar, prudentes en el discernimiento, generosos en el momento de dispensar el perdón. Y saben ustedes ¿por qué?, porque “no existe ley ni precepto que puede impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a recomenzar desde el principio”.

En esta preciosa carta el papa Francisco llama a celebrar la misericordia de un modo especial en la Eucaristía y en los sacramentos de sanación donde se da en abundancia. Insta a que todos los fieles volvamos a la lectura y escucha atenta de la Sagrada Escritura donde se “narra las maravillas de la misericordia de Dios”; un mayor compromiso en su difusión, conocimiento y profundización que iluminará “iniciativas creativas” para ser instrumentos vivos de la misericordia divina. Acciones que lleven a ser cauces que porten consuelo a tantos y tantos que están inmersos en el sufrimiento, dolor, incomprensión, soledad…, lienzos que enjuguen las lágrimas de aquellos que han visto truncada su vida ya sea en la frustración de no alcanzar sus expectativas, en el colapso o deterioro o naufragio de su vida familiar; ser un faro luminoso y esperanzador para aquellos que afrontan el devenir de la muerte sin sentido.

Es hora de mantener abiertas las puertas de la misericordia, contemplar el corazón de Cristo traspasado para convertirnos en canales que a raudales hagan llegar el amor de Dios a todas las periferias de la existencia. Ya no vale más de lo mismo, de seguir en la rutina de la resignación y de la melancolía, o la de mantener las posaderas en tronos inmovilistas temerosos de poner en riesgo los talentos conservando de forma errática, ruin, egoísta y cobarde un tesoro dado para inundar de la riqueza de la gracia a la humanidad. Basta ya de esa parálisis y quietud en esta gran familia que formamos la Iglesia y que comience a latir con fuerza el corazón misericordioso, como decía el sacerdote Francisco Armenteros: “muchos hay que murmuran, susurran, gritan, discuten, razonan y deliran, pero en parte alguna oigo elevarse una voz, pronunciarse una palabra que resplandezca con la luz pura del espíritu, que mane esa sangre caliente que brota directamente del corazón”. Añadiría, de un corazón enamorado de Cristo vivo. Sí, Santo Padre, estoy con usted: vivamos la fantasía de la misericordia.