Escuchar a Córdoba


Todos tendemos, y un servidor el primero, a hablar más que a escuchar, a oír más que a escuchar. Cuando más se habla de diálogo, de acoger a la ciudadanía, ya sea para la acción política, la transmisión de información o también para la evangelización…, o sencillamente las conversaciones en nuestros hogares o el grupo de amigos, más acontece un diálogo de sordos. En esta era de la comunicación digital, donde el mundo de las redes sociales se ha convertido en el centro del Universo como posibilidad para el encuentro, es cuando florece escandalosa y peligrosamente la sin razón, la falta de diálogo abierto y sincero, la conversación constructiva ahondándose en los prejuicios, dividiendo, polarizando la sociedad, haciendo visible aquello de que “el hombre es un lobo para el hombre”.

Sin nos fijamos en la comunicación política e incluso la religiosa se presentan como unidireccional. Aquellos que ostentan el gobierno, en su ejercicio natural, actúan movidos por sus principios, ideas o proyectos creyendo saber qué espera el público, la ciudadanos, los fieles. Tienen la osadía y la insolencia, sostenida por un ego exacerbado, de pensar que ellos saben lo que quieren y necesitan los distintos públicos, quizás aún peor, pueden llegar a pensar que las gentes no saben lo que les convienen, nos consideran inanes por antonomasia soportando nuestra existencia para justificar su presencia. En algunas ocasiones como un acto de benevolencia y congratulación se animan a rebajarse a escuchar algunos representantes de esos públicos, los cuales, en la mayoría de los casos, son elegidos por estos gobernantes y que ni representan ni conocen ni pueden hablar en nombre de los diversos públicos.

Bien nos convendría a todos, ante el nuevo año, poner en marcha la práctica de callar e iniciarse en la apasionante aventura de aprender a escuchar. Cuando abrimos sinceramente nuestra mente, nuestro corazón a los otros, descubrimos nuestra nimiedad y la grandeza del otro que viene a enriquecer mi existencia. En ese diálogo abierto y enriquecedor descubrimos juntos qué nos hace mejores, cómo podemos construir algo más justo y solidario, cómo podemos edificar una sociedad más inclusiva e integradora. Pasarán a ser historia los extremismos y radicalismos, la sociedad no se polarizará, desaparecerá la obscenidad de palabras y comentarios hirientes y malévolos. Se iniciará un tiempo de luz y creatividad porque el ser humano es bueno y bello, lleva en sí la impronta de la divinidad, y tiene como vocación no sucumbir ante el mal y confiar que en la experiencia del amor se hace realidad su esperanza: la eternidad.

Desde este rincón, elevo la voz, una palabra a quienes tienen la responsabilidad del gobierno en cualquier área y campo de la sociedad, ya sea en el ámbito civil o religioso, para que escuchen a las gentes y en el diálogo mutuo descubran la verdad que sacie y colme las expectativas y necesidades de aquellos a los que han de servir con generosidad en el ejercicio de gobernar.