La confianza perdida


En la anterior entrada del blog reflexionaba sobre la necesidad de escuchar. Titulaba “Escuchar a Córdoba”. Ahondando en esta premisa quisiera llamar la atención sobre el modelo de proceder en la dinámica de quien gobierna y tiene las tareas de control u oposición en nuestra ciudad, como siempre, unos mejor y otros algo peor, pero todos albergan en su interior motivaciones nobles y acciones acertadas, no obstante, brilla por su ausencia la autocrítica y la capacidad de enmendar unos conceptos, unos modelos de actuación, siendo pertinaces en el error y el fracaso.

Ha llegado un momento en el que estamos hastiados y fatigados de escuchar a nuestros legítimos representantes y a los agentes sociales. Se prodigan en el exceso verbal y en la imagen pública, y en cambio destacan por una inmensa carencia de acciones que realmente mejoren la vida de los ciudadanos. Nos preguntamos ¿Por qué hablan tan gratuitamente? ¿ Por qué todo discurso, sea de la cuestión que ocupe, se reduce a un vocabulario de no más de cien palabras vacuas, carentes de contenido real y compromiso? ¿No son conscientes de que los ciudadanos ya no somos tan fácilmente engañados o que no estamos abstraídos de la realidad? ¿No vislumbran en el exceso de reuniones de comités, consejos… y ruedas de prensa que los ciudadanos somos conscientes de que todo son promesas incumplidas? ¿Nadie, ni los excesivamente remunerados asesores, ha descubierto que se está rompiendo el vínculo entre los políticos y los ciudadanos? La confianza no solo está mermada sino que está fracturada hasta el extremo, navegando cada cual –ciudadanos y políticos- por ríos diferentes. No hay ya una misma visión compartida de la realidad, sino que más bien, parece ser que vivimos en mundos paralelos.

Hoy los ciudadanos tienen un alto sentido de lo pragmático. Ya no existe, o casi no existe, ese suelo ideológico en base al cual los partidos se presentaban a las elecciones con un mínimo de posibilidades, y que la probabilidad de conformar un gobierno fuerte radicaba en ese núcleo de votantes preocupados por lo que realmente afectaba a su presente y a la proyección de futuro en búsqueda de estabilidad, bienestar y deseo de autorrealización y progreso personal. La sociedad está en constante cambio, y los partidos –los viejos y los emergentes- aún siguen en el siglo XIX. La colectividad vive ya desde otros presupuestos y convicciones. Genera vínculos solo con aquello que realmente satisface sus necesidades y le reporta satisfacción. Ya no confía en la posibilidad de la promesa. Hoy se esperan resultados que mejoren la cotidianidad –el aquí y ahora- y generen perspectivas de un futuro fehaciente.

Nuestros políticos, centrándome en mi ciudad, tienen la imperante obligación de conocer de primera mano la realidad concreta. Tienen la responsabilidad de concebir iniciativas que mejoren la vida de los ciudadanos, que sean creativas, que procuren espacios para la innovación y el emprendimiento, que garanticen la justicia social, ofrezcan medios e impulsos dinamizadores para nunca quedar estancados, conservar la cultura y las tradiciones sin inmovilismos que coarten nuevas expresiones propias de una historia en constante evolución y crecimiento, establecer criterios y pautas para abrirse a otros horizontes y no quedar presos en una ciudad incapaz de motivar nuevos flujos donde los empresarios y trabajadores interactúen con inmediatez en la creación de nuevos proyectos que garanticen un verdadero desarrollo.

Necesitamos que nuestros políticos abandonen el yoyismo y comiencen a creer y escuchar a los ciudadanos. Dejen la guerra de guerrillas en la que se instalan e inicien un proceso de acercamiento con la actitud de trabajar juntos por el bien de la ciudad. Sean capaces de llevar a cabo una verdadera catarsis en sus estructuras, estrategias, comunicación y trabajo constante al servicio del ciudadano. Saber que no nos interesan que se lapiden todos los días en prensa y sí que salgan al encuentro de nuestras necesidades con actitud resolutiva.

La acción política es una tarea alta y noble. Arriesgada porque aquel que opta por este servicio se ve fuera de su proyecto personal por un bien mayor que le puede acarrear consecuencias negativas imprevisibles que afecten a su contexto más inmediato: la familia, la vida profesional, los amigos… Por ello, es necesario reconocer y agradecer la generosidad de quien entra en política y pedirle que la dignifique con un buen hacer. Consigan que volvamos a recuperar la confianza perdida.