Hasta luego, amigo y hermano Ricardo.


En el Evangelio de San Lucas, el joven rico preguntaba a Jesús: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Le dijo Jesús: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios”.Así es. Sólo Dios es bueno. Pero también no podemos olvidar que somos imagen y semejanza de Dios y que estamos llamados a ser benevolentes. La bondad es una virtud que pertenece a los seres humanos y se caracteriza por la compasión que sienten hacia los demás y a la naturaleza procurando el beneficio de los otros sin esperar nada a cambio. Buscan que el otro sea feliz y se sienta respetado en su dignidad y eminentemente querido. Por ello, hoy con lágrimas en los ojos, roto en el interior de mi corazón, pero esperanzado en que mi hermano, mi amigo, estará gozando de la vida eterna puedo decir a voz en grito que Ricardo era un hombre BUENO.

Mi hermano Ricardo era un hombre bueno porque con disponibilidad, espontaneidad, alegría y servicialidad estaba siempre pronto a ayudar a todos antes que los otros siquiera alzaran la mirada o elevaran una voz reclamando una mano amiga. Ricardo estaba tocado de una gracia especialísima, una sensibilidad exquisita y una determinación brutal para dejar todo lo suyo, olvidarse de sí mismo y correr a socorrer a los demás. Lo hacía con gratuidad, y no sólo a los cercanos como habitualmente nos conducimos el resto de mortales, sino que también, de forma silenciosa, allí donde sólo el Padre bueno ve, en lo escondido, Ricardo, se desprendía a imitación de San Francisco, se desnudaba de sus bienes y su tiempo para dejarlo todo como una ofrenda ante los pies de los más pobres, enfermos y aquellos más necesitados no sólo de bienes materiales sino de la compañía, de la palabra consoladora, de la sonrisa de la esperanza. Ricardo personificaba en este mundo la bondad de Cristo hasta la entrega total de sí.

Mi hermano Ricardo, hombre sencillo, amable, trabajador incansable y fiel amante de su esposa Puri. A los amigos nos colmaba de admiración cómo cuidaba de atenciones, delicadezas… gestos llenos de amor y siempre una mirada de humildad y asombro hacia su esposa. Se palpaba, sólo con estar un rato a su lado, el amor tan hondo y abnegado que sentía por su compañera de camino. Devoción y pasión que se ensanchaba hacia sus tres hijos: Mariló, José Carlos y Ricardo. Tres perlas que adornan la corona del amor con el que Ricardo y Puri fueron bendecidos. Viene hoy a mi memoria aquella tarde en la que entre lágrimas y cantos celebrábamos sus veinticinco años de matrimonio. En el ocaso de aquella tarde y antes de que Dios nos regalara una noche estrellada y luminosa, nuestras vidas ardían de devoción, uniéndonos a la acción de gracias de ambos. Ver a mi amigo Ricardo con lágrimas en los ojos, el rostro encendido, la voz temblorosa dando gracias a Dios por tanto amor como había tenido hacia él regalándole el don precioso de su esposa, sus tres hijos y de todos los amigos que allí estábamos y que le queríamos de corazón… una acción de gracias en la que se preguntaba qué había hecho él para ser tan feliz, por qué Dios lo bendecía de tal modo. En aquel momento le decía, hermano, eres tú el buen sembrador que ha esparcido la semilla y que en este momento cosecha los frutos de la entrega generosa. Hoy, estoy convencido, que Dios ha cosechado uno de sus mejores frutos, y  poca, insignificante cizaña habrá tenido que extirpar de su corazón, ya que el alma de mi amigo Ricardo desbordaba la excelencia de la bondad y la belleza.

Y digo de mi hermano Ricardo la belleza y bondad de su alma porque en él he visto las actitudes de nuestra Madre, la Virgen María. Ricardo decía de sí mismo que él no sabía de las cosas de Dios, que los curas utilizamos una palabras y teníamos unos conocimientos que su mente no alcanzaba a comprender. Recuerdo cómo en las reuniones de grupo, a los que no faltaba, callaba y escuchaba. No intervenía porque siempre pensaba que no tenía nada que aportar y que disfrutaba escuchando y aprendiendo de lo que los demás decían. Incansablemente, un servidor, le llamaba la atención porque le decía que estaba privando a los demás de su honda experiencia de fe. Porque Ricardo, en su sencillez, era un hombre devoto y piadoso, atento a la escucha de la Palabra de Dios que se esforzaba en llevarla a la vida cotidiana; como María se recogía con sus manos juntas contemplando el Sagrario, y en la celebración de la Eucaristía dominical se acercaba con temblor y pavor ante el hecho de recibir el alimento eucarístico, abstraerse en la intimidad y silencio dando gracias continuas por tanto amor recibido de Dios. Cómo la Virgen María le imperaba a su corazón a ponerse en camino a servir como la bendita Madre lo hizo con su prima Isabel; sensibilidad para descubrir el pesar de los otros, como la Virgen en Caná de Galilea; su silencio y ocultamiento como la divina Señora cuando preguntaban a Jesús ¿dónde está tu madre y tus hermanos?; su valentía y asunción del dolor y el sufrimiento cuando ante la cruz de cualquier persona siempre lo veías al pie como el Lirio del divino Paraíso que es la pequeña de Nazaret sufriente con el fruto de sus entrañas en los brazos…; era el bálsamo y el lienzo confortador de aquel que sufría el abandono y el sinsentido como lo fue la álgida Señora coronada de estrellas sustentando a los apóstoles en la desazón de la espera en la llegada del Espíritu Divino; pero también, el amigo Ricardo, era la alegría y el júbilo en la fiesta que como María, rodeado de los ángeles, arcángeles, principados, virtudes, potestades, y dominaciones, y la corte  de los serafines, querubines, tronos, habrá irrumpido alegre y gozosamente en la corte celestial. Ya me lo imagino poniendo orden, y con su batería o con su cajón, siempre desde atrás, sin verse ni notarse, pero como el laurel, marcando el compás de un aroma a divinidad. Ya ha marchado porque en el cielo hacía falta, Dios mismo necesitaba, un santo, el ángel, que devolviera al cielo el compás del amor y la vida, el compás de la verdad y gratuidad, el compás de la entrega y el entusiasmo, el compás de la esperanza y la sonrisa, el compás de Dios… y ese, sólo podía salir del corazón de mi hermano Ricardo. ¡Qué celoso es Dios! Que ya ha reclamado el “son”, su “son” y “compás” que nos prestó y que sólo a Él le pertenece: el salido del alma de nuestro querido Ricardo. Ya no se escuchará en el templo de la Trinidad, pero sí que repicará en el cielo y su eco estará constantemente cada vez que el Altísimo sea elevado en nuestra Parroquia

Queridos amigos, son muchas y muchas las cosas que os podría contar de mi amigo y hermano Ricardo, infinidad de anécdotas, situaciones, circunstancias… impensables pero reales y verdaderas de una vida y alma tocada de forma especialísima por las manos de Dios y la divina Señora a la que junto con su esposa Puri no dejaba de rezar y encomendarse cada día desgranando Ave María tras Ave María como granito, a imagen del grano de mostaza, construyendo sin ningún ánimo personal en torno a él una comunidad de hermanos, haciendo que ésta fuese esa gran familia de los hijos de Dios. Yo no puedo ni tengo potestad para decir ¡Santo Súbito!, pero sí que no me cansaré de decir todos los días de mi vida que he conocido otro Santo. Ese es el privilegio con el que he sido bendecido por Dios en el ministerio sacerdotal: conocer muy de cerca hombres y mujeres que como Ricardo, en la parroquia de la Trinidad, son verdaderos santos que han pisado asfalto y que han volado, ascendidos por los ángeles, hasta el estrado de la Santísima Trinidad.

Lloro de pena y tristeza porque ya no podré tocarte, ni sentir tus abrazos ni tus besos. Lloro porque sé que este domingo no entrarás en la sacristía ni me abrazarás ni me gastarás bromas; no estarás como cada martes después de tu servicio en Cáritas y entrarás en el despacho a reñirme porque soy un despistado o abandonado de mis cosas; sufro porque no estarás pidiéndome las llaves del coche o del seguro y otros papeleos para que los tenga en orden; no estarás para pasar cada mañana con tu coche y saludar a Miguelín que cada día esperaba a su amigo Ricardo a que le tocara el claxon; lloro porque ya no podremos ir a la Virgen de la Sierra y hacer una parada en los “pelaos” y traernos el chorizo y la morcilla; lloro porque ya no tendré al hermano que compartíamos ese medio de vino departiendo del devenir de los días, lloro porque ya no tendré con quien escuchar “Hotel California” ni a los “Secretos”; lloro porque ya no estará el amigo con quien comernos un tomate con sal en tu casita de Trassierra o ese potaje que nos hacía Puri como el que nos zampámos hace tan solo una semana; pero sobretodo lloro porque ya no estás aquí. ¡Cuánto voy a echarte de menos, querido amigo! Pero estoy convencido que tú y yo seguiremos juntos, tú desde el cielo intercediendo por todos nosotros, y yo desde aquí, que te voy a tener tan cerquita en la Parroquia, cada domingo cuando eleve al Señor en la Eucaristía, seremos uno, querido amigo y hermano.

He tenido el privilegio de conocer mucha gente en mi vida, de tener grandes amigos, pero en ti hay un antes y un después. Ardo en deseos de reunirme contigo y montar una zapatiesta en el cielo, espero, y en ello me esforzaré, por hacerme merecedor de estar algún día a tu lado. Gracias, hermano, por el privilegio de haber sido tu amigo. Te quiero. A ti la gloria por siempre. Descansa en la bondad de Dios, tu verdadera patria. Amigo y hermano, intercede por mí para que sea santo y buen sacerdote como rezabas cada día mientras vivías junto a nosotros.

Querido Ricardo, sencillamente, te quiero. Y ahora, sigamos caminando. Y espera, que cuando el Jefe mande, nos vemos… y ya sabes… haz la pelota al jefe… porque cuando estemos allá arriba juntos… es capaz de echarnos… porque la fiesta acá nosotros la vamos a montar. El cielo ya es otro desde el mismísimo momento en el que tú ya estás allí. Y conociéndote, quien más feliz y contenta estará será la Bendita Señora porque estarás montando la alegría, y los ángeles habrán afinado los instrumentos, y tú su compás. En esa armonía celestial, no te olvides, darle un beso a mis padres y a mi hermano de mi parte…, y los amigos Rafael, Joaquín y Ramón  nuestros archiveros que ya habrán puesto orden en el paraíso, nuestro querido Paco Fonseca que habrá organizado las infraestructuras celestiales y a todos los trinitarios e hijos del Divino Cristo de la Providencia, y nuestro querido D. Antonio que fraguó los cimientos de nuestra comunidad. Hoy el cielo, tiene sabor a Parroquia de la Trinidad. Y estando tú allí, y ya sois unos pocos, con vuestra intercesión esta comunidad seguirá creciendo, sus colegios, sus residencias…, con vosotros allí, muy mal lo tenemos que hacer, para que el cielo no reviente de alegría a sones de la parroquia de la Trinidad. Te quiero, y nos vemos dentro un rato. Como siempre, hasta luego, querido amigo y hermano.