En estado de UCI


Este verano ha sido diferente en casa. Nos sorprendió el devenir de la vida, azotándonos con el dolor y sufrimiento de una enfermedad grave, que ha trastocado los proyectos que teníamos por delante. Situación, que como muchos, desgraciadamente, también habéis vivido, nos ha costado asumir y afrontar con fortaleza y determinación.

Igualmente, en situaciones de dolor y sufrimiento, se experimenta el bálsamo y el calor de la amistad y el amor. La familia, los amigos, ese hermoso regalo de Dios que no sólo acompaña, sino que también te sostiene en la debilidad. Nosotros hemos tenido la entrañable compañía de una parroquia en la que ha aflorado el espíritu de servicio y la gratitud de una verdadera comunidad cristiana. Hemos experimentado el poder de la oración, de una oración procedente de innumerables personas de aquí y allá, que ha dado abundantes frutos de amor. Nuestros ojos han sido testigos de un milagro tras otro en cada amanecer y en la estela de un día hasta su ocaso.

Hemos tenido que padecer esta coyuntura para ser conscientes de la pesadumbre que acontece a nuestro alrededor y de que vivimos ajenos y hasta con indiferencia, salvo cuando nos toca. En los dos meses que he estado entrando día a día en la UCI de Reina Sofía he asistido a llantos, sollozos, corazones de madres destrozados, padres hundidos y abatidos por el sufrimiento y también a sonrisas de alivio y a saltos de alegría ante un hecho extraordinario. Pero quizás, lo más sorprendente para mí, es constatar la calidad profesional y humana del equipo de celadores, auxiliares, enfermeros y médicos. La fortaleza de ánimo ante la batalla de ganarle el pulso a la muerte y a la enfermedad; la entereza de espíritu en un clima de estrés y tensión, a sabiendas de que en sus manos está colaborar para sostener a una persona en su estado de mayor desvalimiento. La capacidad de habilidades sociales sustentada en una fuerte escala de valores para dar a cada uno lo que en ese momento más necesita: consuelo, una palabra de esperanza, de tranquilidad, paz… Es en estos lugares donde encontramos la excepcionalidad de grandísimos profesionales y mejores personas.

Finalmente, tomar conciencia de la fugacidad de la vida. La enfermedad o la muerte pueden llamar en cualquier instante a la puerta de tu casa; constatar cuánto tiempo se pierde en nimiedades y diatribas absurdas que nos distancian de los demás, nos alejan de Dios y nos hacen perder la paz interior. Desde aquí quiero agradecer de corazón a todos vuestra oración, vuestra ayuda en lo más elemental de la vida diaria, la ciencia y buen hacer de los inmensos profesionales de Reina Sofía, el cariño y amor de los profesionales de la Residencia de la Trinidad…, a todos, mi gratitud. Soy consciente en que no habrá días, ni horas, ni minutos, para agradecer y besar el suelo por donde pisáis. Gracias por enseñarme a experimentar la excelencia de un amor sin fisuras, de una generosidad inimaginable. Gracias. Gracias.