Dar gracias por un nuevo comienzo


Comenzamos un nuevo año, y cómo no, lleno de promesas. Buenos propósitos, esperanzas, ilusiones, deseos… Habrá quien piense que es una soberana tontería o quien entre en un bucle depresivo por no haber respondido a las expectativas o la frustración de que aquello que pródigamente soñó no se hizo realidad. Aquí, siempre viene a mi memoria aquello de nuestros mayores cuando decían que no sabemos lo que pedimos ni deseamos ni soñamos. Y en parte llevan mucha razón. Porque cuando pedimos no siempre partimos de la realidad misma en la que nos encontramos inmersos. Pero ¡caramba! ¿por qué nos vamos a cerrar a soñar? Quien se cierra a soñar se incapacita a crecer y a progresar en una existencia maravillosa.

En una nueva etapa, que se presenta con la bandera del desconcierto, el asombro, la duda… puede invitar a la persona insegura, titubeante, conservadora a decir “virgencita que me quede como estoy” o ese brindis cicatero que temeroso se limite a decir “que este año sea como el pasado”. ¡Qué pobreza escuchar esas palabras! No hay nada más apasionante que volver a comenzar de nuevo, de tener un año nuevo para crecer, un amanecer esperanzador e ilusionante que dibuja un horizonte a alcanzar, una aventura que vivir. No importa el riesgo, ya vale la pena el simple hecho de vivirlo. En la osadía de vivir en plenitud no hay miedo allí donde el ser humano no llega, allí donde el dolor, la enfermedad o la muerte quieran participar porque es algo connatural a nuestra condición contingente. Es precisamente, cuando tomamos conciencia de nuestra debilidad, cuando la novedad, en el culmen de su ser inesperada, eriza la piel, despierta el alma, zarandea el entendimiento y pone en juego la voluntad y convierte la cotidianidad en una realidad siempre nueva cargada de sentido y que implica el ser por entero en una apasionante historia sorprendente y extraordinaria.

Comienzo un año en el que me esperan acontecimientos asombrosos para los cuales, hoy, seguro estoy, no sabré cómo voy a responder. Sí parto de un acontecimiento nuevo, que para muchos puede llegar a ser una cruz dolorosa, pero para mí es una acción milagrosa. Allí donde unos pueden ver dolor y desesperación, yo encuentro un manantial de vida y esperanza. Mi hermano Miguel siempre ha sido un pozo de gozo constante para toda la familia. Hoy es una fuente inagotable de esperanza e ilusión. Es una fuente desbordante de caridad que hace crecer una comunidad entera. Su quietud, sonrisa, mirada, el alzar de su mano… cada instante en su presencia es tiempo de fecundidad. Es el signo evidente que pone en jaque una cultura simplista y utilitarista. Lo impensable se hace realidad. Un ser aparentemente inerte convertido en un surtidor que derrocha la liberalidad del amor hasta extremos inenarrables.

Un año nuevo, un tiempo nuevo, para la felicidad. Busquemos juntos lo noble, bello, justo y hermoso. Quedémonos con lo sencillo y valioso: el amor que nos profesamos. Y eso sí, pidamos un corazón generoso y un espíritu constructivo. Y jamás olvidemos quién por amor nos regaló el don precioso de la vida, quién a lo largo de la vida nos enseñó amar y quién nos hace sentirnos amados. Disfrutemos y gocemos del simple hecho de vivir, de abrir lo ojos a un nuevo amanecer. Tengamos un corazón agradecido.