Los cordobeses quieren a su Catedral


Ha pasado una semana de la Exposición Magna “Por tu Cruz, redimiste al mundo”, y quizás sea el momento de realizar un primer balance que, con el paso del tiempo, estoy convencido, adquirirá una dimensión portentosa e incluso se verá aderezada con la multitud de experiencias personales, convirtiendo este hecho en un hito histórico en la Catedral de Córdoba, en las gentes de aquí y allá, enriquecidas con experiencias anteriores como el Vía Crucis Magno o la Magna de las Vírgenes Coronadas.

Visitantes en la magna exposición en la Mezquita-Catedral de Córdoba./Foto: LVC

El dato es incontestable, 111.159 visitantes, algo más del doble que en el mismo periodo del año anterior, es decir, 56.806. De estos miles de visitantes, cerca de 70.000 han sido cordobeses. A estos datos hemos de sumarle la difusión que ha tenido a través del canal TV de la Catedral y de las más de 17 televisiones que han conectado en directo y la difusión en tiempo real a través de las redes sociales del Cabildo Catedral. La imagen de la Catedral como templo y como lugar fuente donde los cordobeses celebran su fe desde que el Rey Santo, Fernando III, diera a la iglesia cordobesa este lugar como epicentro de la diócesis, ha podido llegar a todos los rincones de la aldea global como así hemos podido constatar.

Este clima de alegría y gozo para Córdoba y su provincia no ha estado exento de que grupos advenedizos hayan querido colarse y obtener un pírrico protagonismo, faltando al respeto no solo a la cabeza de esta Iglesia que camina en Córdoba, sino también, a los miles de fieles cordobeses y cordobesas herederos de una tradición que emana de los cimientos de esta Catedral; fe regada con la sangre de innumerables mártires que han conservado y acrecentado a lo largo de más de ocho siglos. Cansados y hastiados de aquellos que niegan la evidencia y están dispuestos a renunciar a su propia identidad, historia y tradición han mostrado, con naturalidad y gran algazara, una fe inquebrantable y un orgullo sin par de su templo, la Catedral, que nos convoca como una única familia y una misma fe.

Ahora toca no quedarse en este acontecimiento asombroso, toca continuar haciendo de forma extraordinaria lo ordinario, vivir intensamente la piedad y devoción como lo hacían antaño nuestros mayores. Es tiempo de fortalecer nuestra experiencia de fe en el trato íntimo y ante la mirada compasiva de Jesús Nazareno, instruirse, celebrar con ardor y pasión, para continuar la labor de extender el amor a Dios a todos los rincones. Ser instrumentos en las manos de Nuestro Señor para convertirnos en acequias preñadas del agua viva que mana de su Divino Corazón y así, hacer fértil un mundo, una sociedad, que se hace un desierto árido e infructuoso porque el hombre de hoy parece ser que ha dado la espalda al Dador de todo bien y vida.

Hoy, más que ayer, Córdoba siente y palpita por su Catedral, vive y ama a su Catedral.