Una tierra y un cielo nuevos


En este clima quiero compartir con vosotros algunos pensamientos que, como a todos, a mí también me rondan estos días en la cabeza. Algunos son productos de la realidad que estoy constatando en la parroquia o en las residencias, y otras, son más fruto de mi loca cabeza que comienza a especular a raíz de la inmensidad de información, ya sea por medios de comunicación o redes sociales.

Me inclino por pensar que habrá un antes y un después de este bicho llamado Covid-19. Sí, creo que todo será distinto. Pero me preocupa la ausencia de liderazgo, de personas capaces de capitanear un barco que impida que estemos a la deriva, y que, tras la tormenta, nos lleven a un puerto seguro para recomponernos, aprovisionarnos y volver a lanzarnos a la mar. Sí, a la mar de nuevo porque ahí es donde está la vida, en la apasionante aventura de vivir, de la lucha permanente, en la búsqueda de un puerto con sabor a eternidad. Hay un cambio de paradigma. Y, por lo tanto, hay que afrontarlo con otros presupuestos y quizás no nos valgan los del pasado.

A riesgo de ser criticado y vilipendiado; algo tiene que ver, que todo lo que estamos pasando por un minúsculo bichillo, viene a ponernos en nuestro sitio. Sí, hasta hace poco hemos estado jugando a Dios. Hemos vivido como si Dios no existiera e incluso hemos querido desterrar a Dios de nuestras vidas, hemos querido cambiar la ley natural como si fuéramos el creador, perdimos la conciencia de ser criatura, y este bicho nos recuerda que ni éramos tan fuertes ni tan omnipotentes como pensábamos. Por desgracia, ha tenido que ocurrir algo tan terrible para recordarnos lo que somos, simplemente hombres.

Mira que ha habido personas y voces de distintos puntos geográficos, de diferentes credos, de ideologías contrapuestas, de clases sociales dispares, que nos decían que así no. Que la soberbia y vanidad nos cegaba hasta tal extremo que nos estaba haciendo perder el ser, nuestra mismidad, nuestra naturaleza. En cambio, nosotros, todos, hemos optado por el aquí y ahora. No hemos sabido cuidar el don recibido de una creación perfecta, no hemos pensado en cuidarla y extenderla, no nos hemos preocupado de prepararnos para la adversidad, hemos descuidado el interés por el trabajo y la capacidad de sacrificio, hemos optado por estar entre algodones y no a la intemperie. En definitiva, hemos perdido el tiempo en cuestiones de lenguaje, en el papel de celofán, en lo que se veía, encalando nuestro propio sepulcro.

No obstante, creo en la bondad y en la capacidad creativa del hombre, que Dios mismo inscribió en lo más profundo de su ser, y entre todos, con la ayuda de la gracia de Dios, resistiremos a la aridez de este desierto. Con firme esperanza nos adentramos en un viaje que nos llevará a una nueva tierra de ríos caudalosos, de agua viva que nos permita construir un nuevo mundo. Porque a pesar de nuestras debilidades, nuestros pecados e insolencias, que son las que nos han traído hasta aquí, emerge la Palabra de Dios, que es viva, eficaz y verdadera, que nos promete una tierra y un cielo nuevos. No perdamos la esperanza, mantengamos viva y fuerte nuestra fe, unámonos todos en la caridad.