Sale más barato tomarse un gintonic que un café


Pasear por determinadas zonas del casco histórico de Córdoba, para un cordobés, es en demasiadas ocasiones un ejercicio de senequismo. No por un estoicismo autoimpuesto, sino porque a cualquier hijo de vecino le duele pararse en algunos de los establecimientos que pueblan la zona, que no todos.

Como decía un amigo de tierras gaditanas, “los otros días” iba mi menda lerenda por las calles de la Judería camino de una rueda de prensa. Hacía frío, amenazaba lluvia y -extrañamente- iba con tiempo de sobra. Me apeteció un café y cometí la torpeza de pararme en el sitio inadecuado.

Inadecuado porque pagar 1’90 por un café con leche no va a terminar de arruinar mi economía doméstica, pero a uno le duele que le tomen el pelo y que, para colmo, los camareros sean más desagradables que ver a un burro masticando una avispa, como le gusta decir a mi amigo Chechu. 

El café lo pagué con desgana (pensé en hacer un “simpa” cuando vi el ticket), pero uno -que estudió en Salesianos siempre intenta ser buen cristiano y honrado ciudadano. No tanto como a quién se le ocurrió poner el precio de ese café o quejarse de que pasen las cofradías cuando él alquila sus balcones a precio de suite del Ritz en los años 20 del pasado siglo. 

Debí caer en la cuenta de eso antes de parar allí e irme a la rueda de prensa más cabreado que una mona y pensando que me hubiera salido casi por el mismo precio haberme tomado un gintonic en el bar de al lado de casa. 

Moraleja: por cosas como esa luego los cordobeses viven de espaldas a su casco histórico.