La esperanza de los pobres nunca se frustrará


Este es el lema con el que el Papa Francisco nos convoca este domingo a la celebración de la III Jornada Mundial de los Pobres. Un versículo del salmo 9 en el que se nos invita a “devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida”.

Lo Santos Padres nos iluminan acerca de la injusticia que ocasiona el mal uso de los bienes, las distancias que se originan entre unos y otros y sus consecuencias:

San Basilio: “Así son los ricos: se apoderan los primeros de lo que es de todos y se lo apropian, sólo porque se han adelantado a los demás… Si cada uno se contentase con lo indispensable para atender a sus necesidades y dejara lo superfluo a los indigentes, no habría ricos ni pobres”.

San Gregorio de Nisa: “Por lo tanto, si alguien desea convertirse en el amo de toda la riqueza, poseerla y excluir a sus hermanos, incluso a la tercera o cuarta generación, tal desgraciado no es un hermano sino un tirano bárbaro y cruel, una best­ia feroz cuya boca siempre está abierta dispuesta a devorar pa­ra su uso personal la comida de los otros hermanos”.

San Juan Crisóstomo: “Si las riquezas producen pobreza en lugar de resolverla, no son riquezas, sino armas de destrucción de aquello que por la naturaleza es el ser humano”.

San Agustín: “Las riquezas son injustas o porque las adquiriste injustamente o porque ellas mismas son injustas ya que tú tienes y otro no tiene, tú abundas y otro vive en la mi­seria. […] El oro y la plata pertenecen só­lo a aquel que sabe usarlos. […] Uno es digno de poseer cuando lo usa bien. Y quien no usa justamente no posee legíti­mamente […] y si se proclama dueño de algo no será esta palabra de poseedor jus­to sino de usurpador sinvergüenza”.

En la actualidad, observamos cómo esta situación de injusticia se agrava, parece que las nuevas conquistas del progreso y desarrollo humano no sólo son incapaces de contener esta hemorragia, sino que más bien, incrementa cruentamente este drama. Hay veces que da la sensación de que nos hemos acostumbrado a un paisaje donde encontramos numerosas personas durmiendo a la intemperie, sin ningún tipo de arraigo familiar y social, rebuscando en los contendedores, muchos de estos maltratados u objeto de burlas y chanzas por parte de desalmados ominosos.

A esta realidad hemos de sumar, como afirma el Papa Francisco, “las numerosas formas de esclavitudes a las que están sometidos millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños”. Hablamos de inmigrantes que son instrumentalizados políticamente por unos y otros; de familias enteras que se han tenido que desplazar para buscar un lugar donde progresar y desarrollarse en dignidad, huérfanos a causa de la violencia que son utilizados para la prostitución o explotados, innumerables jóvenes con grandes inconvenientes para entrar en el mercado laboral, la gran bolsa de parados mayores de 45 años sobre los que se cierne un futuro oscuro e incierto, y muchas más personas discriminadas y marginadas derivadas de la prostitución, la droga o cualquier otra adicción que los ha destruido y que difícilmente pueden volver a sentirse parte de una sociedad narcisista y ensimismada, hasta tal punto de dejar atrás a tantas y tantas personas atrapadas en un círculo vicioso y sin esperanza alguna.

El Papa Benedicto XVI, en la encíclica “Deus Caritas Est” nos indicaba a todos los cristianos: “El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad (…). Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la multiforme y variada acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e institucionalmente el bien común”. Además de mantener viva y ardiente nuestras propias obras de caridad, “La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor” (29).

Nuestra acción de la caridad hemos de llevarla a cabo como el buen samaritano, de forma inmediata, atendiendo a las necesidades más imperiosas. Lejos de partidos y de ideologías, siendo portadores del amor de Dios, imagen de Cristo, porque en los pobres también encontramos el rostro de Cristo y ellos mismos nos evangelizan.

En este día que en la Iglesia de Córdoba celebramos la solemnidad de los mártires Acisclo y Victoria, seamos capaces de derramar el amor de Dios a los más pobres, ser portadores de esperanza, un bálsamo y consuelo, y adquirir un compromiso cierto que va en el gen de ser hijos de Dios, el de luchar por la justicia y el bien común.